Teo con Darwin-foto suministrada |
El “Pibe de la Chinita” se entregaba -de cuando
en cuando- a armar equipo en las canchas de barrios donde la violencia aleja a
los deportistas de la gloria.
Por: William Ahumada Maury
Bajo el mismo sol, entre la misma gente, con
sentimientos igualmente profundos, con inmensos deseos –pero en canchas
distintas - Teo juega los partidos ocultos de su vida.
Son encuentros que no registra la prensa y que Teo
no siempre gana. Le saca tiempo al tiempo, busca la compañía de su padre y sale
a buscar a los jugadores en los barrios que lo vieron crecer.
No llega a esas canchas con uniformes. Salta al
terreno en pantalón corto, tenis y
camiseta. Juega sin árbitros, ni jueces de línea; sin inspectores. No obedece
las estrictas reglas del fútbol.
Son partidos que planifica a espaldas del técnico,
con jugadores fuera de la nómina del Junior, el equipo de sus amores. Sus
compañeros de equipo no están concentrados en hoteles cinco estrellas, los
encuentra en las calles del olvido y los invita a “jugar una línea”.
En estas canchas – de suelo polvoriento, delineadas por surcos trazados con palos sobre la tierra y atravesadas por corrientes de aguas negras - Teo pierde su estatus de estrella.
foto del Instagram de Teo Gutiérrez |
Para concertar estos encuentros, donde transpira más
su alma que su cuerpo, Teo debe regresar a sus raíces. En realidad, nunca ha
renunciado a estas.
Teófilo Gutiérrez en sus inicios. Foto cortesía Deportes RCN |
Cuando todo inició el “Pibe dela Chinita” –no pasaba
entonces los 17 años- ya tenía licencia
para atravesar las fronteras imaginarias que distancian a su gente del resto
del mundo. Perdió la cuenta de los amigos que murieron violentamente por ignorar ese código
sangriento, hecho ley por estos lares. Las fronteras imaginarias separan una
vida azarosa – la de La Chinita- de la muerte misma en los barrios vecinos. Por
esa ley Teo ha llorado más de una vez.
No sale ovacionado después de cada partido porque –entre
otras cosas- en esos encuentros la victoria no te hace campeón, te hace
espiritualmente rico.
Algunas veces se le ve driblando solo por esas
canchas; buscando gente para hacer equipo contra la selección del olvido. Con los
ojos comprimidos bajo el peso del sol de las once de la mañana, camina la cancha de tierra suelta.
El vecindario que hoy visita Teo no es visitado por
la prensa, salvo para convertir a la muerte en noticia. Los niños que logran sobrevivir
a este mundo –detrás de la frontera imaginaria- son atrapados por
organizaciones oscuras –que los despojan de sus sueños- y los convierten
cultores del dolor.
Cuando Teo encuentra a sus hombres y los selecciona,
las tribunas no estallan de emoción, como en otras canchas. Para el partido de
hoy –por lo menos- los espectadores esperaban que Teo seleccione al “Santi”, al “Cuchy”, a “Pistoloco” o a “Dance
Boy”, todos ellos dotados con grandes condiciones técnicas para jugar fútbol,
pero escondidos en ese sub-mundo clausurado para el resto de la ciudad. Los
vecinos saben que ya el equipo enemigo entrenó a esos muchachos, y los puso a
jugar en sus canchas oscuras.
Algunos niños –con tan poca edad que aún creen que en
el mundo sólo existe el equipo Junior de Barranquilla- asedian
a Teo. Lo abrazan, lo besan. También, salen a su encuentro algunos jugadores ya adultos –casi todos con los
sueños perdidos- que lloran contra su pecho, y reviven el recuerdo de lo que
pudieron haber sido si hubiesen aceptado –meses atrás- jugar para el equipo de
Teo.
En el equipo del “Pibe de la Chinita” - esos que
pudieron ser grandes estrellas – pero optaron por jugar el partido más fácil -
corean su nombre y se ufanan de su amistad. Se le tiran encima al verlo entrar
a la cancha y viven con él una fiesta bajo el sol calcinante.
Darwin en acción. foto cortesía El Heraldo. |
Inicia el partido.
Rápidamente Teo encuentra ritmo del juego sin balón.
Habla con uno, habla con otro, los abraza, besa a los niños, estrecha los cuerpos
escuálidos de dos abuelos que llegan a saludarlo con sus ojos nublados por
nubes grises y sus sonrisas huecas. Alguien se le acerca, le habla al oído y
Teo se desploma sobre la cancha de tierra ardiente. Fue un golpe fuerte ¡falta!
Alguien se tiró en plancha contra su corazón. Teo llora una vez más.
Sale derrotado de este partido. Con la mirada contra
el suelo, atendiendo sin mirar los últimos saludos del club de los marginados.
Teo llegó –con la camisa oliendo a sol - hasta la moto donde lo espera su padre,
y estalla en llanto:
-Papi, mataron a John “Cosquilla”. Le dispararon en la cabeza anoche en una pelea dentro de un billar en el mercado -
Teófilo Gutiérrez Castro, se baja de la moto y
abraza a su hijo. Le habla en el oído. Seca las lágrimas de sus mejillas y lo
invita de regreso a casa. Padre e hijo, rodeados por un grupo de espectadores
debajo un almendro milenario, de hojas de
colores opacados por el polvorín, traspiran aplastados por una densa nube de
calor. Era una mañana de julio del 2006.
No había soplo de brisa en toda Barranquilla.
Hoy catorce años después Teófilo Gutiérrez, el papá
del “Pibe de La Chinita”, recuerda quién era John “Cosquilla”:
-Era John Jairo Soto. Un gran amigo de Teo y de
nuestra familia. Ese muchacho conoció a Teófilo
-de niño- cuando me acompañaba a trabajar en el mercado. Desde que lo vio se
encariñó con mi pelao. John tenía las manos finas para vaciar bolsillos ajenos.
Vivía del descuido de los demás; era un “cosquillero”. Vestía bien, hablaba
bien y todos lo querían a pesar de su peligroso estilo de vida. Fue uno de los
que vaticinó que mi hijo sería una estrella del fútbol. Quería mucho a Teo y,
cada vez que podía le traía regalos. Le regalaba guayos para que jugara cómodo,
le traía frutas. Fue él quien lo bautizó “El Pibe de La Chinita”. Fue una de
las muertes que marcó a mi hijo -
Freddy Echeverría, un portentoso mediocampista
surgido en la cancha de Simón Bolívar, sabe lo que significaba Teo para John
“Cosquilla”.
-John –de joven- era un diez clásico. Era un buen
futbolista, pero lo aplastó la crudeza de su entorno social, se desvío y
terminó jugando para equipos equivocados-
Y remata:
-John “Cosquilla” amaba a Teo. Era un hombre que
soñó de niño con ser futbolista y se identificó con ese pequeño silencioso de
quince años que madrugaba a ayudar a su padre a cargar bultos en el mercado.
Admiraba a Teo y le daba –humildemente- lo que podía porque se veía reflejado
en él. John aconsejaba a Teo y lo estimulaba a ser el mejor, a ser disciplinado
–
Ya entonces, a tan corta edad, Teo se debatía en dos
competencias diferentes:
De los encuentros en las canchas de fútbol
profesional, suele salir victorioso. Es un crack capaz de hechizar las
multitudes con la genialidad de su juego, enfrentar adversidades y pelear por
el partido perfecto. Tiene un carácter especial para organizar a sus hombres en
el terreno de juego.
En las canchas de la vida juega en silencio. Juega
sin el acompañamiento de la prensa, busca a los jugadores que se quedaron
atrapados en la maraña de las drogas y el crimen y, los invita a intentar un
partido diferente, un partido en el que siempre serán vencedores.
Teófilo Gutiérrez, el papá, recuerda entonces:
-Llegamos al barrio La Chinita en 1984. Llegué con mi
señora Cristina Janeth Roncancio Polo y seis de mis hijos. Un año después nació
Teófilo. Atravesábamos una difícil
situación económica. Yo era futbolista, estaba jugando en las inferiores del
Junior y trabajaba en el mercado del pescado. Era cotero. Llegué a un barrio
acorralado por el desempleo, la desigualdad, el problema de las ventas de
drogas alucinógenas y la inseguridad. Era un barrio difícil, pero allí Dios me dio
una oportunidad. No me gusta que digan que La Chinita es un barrio pobre. Tuve
una vida corta como futbolista, una lesión de rodilla me hizo retirar de las
canchas, pero no del fútbol, porque siempre tuve seguro que mi hijo Teófilo,
iba a seguir mis pasos –
El Teófilo padre de hoy es un hombre que exhala
satisfacción por los poros de su cuerpo. Permanece siempre rodeado de personas
que le expresan admiración. Viste bien, responde las preguntas con amabilidad y
frases inteligentes.
-Cuando Teófilo era un niño lo preparamos para el
fútbol. Hicimos énfasis –en esa educación- para que tomara el fútbol, no como
un pasatiempo sino como una profesión. Y mi hijo aprendió a ser un buen
futbolista, pero sobre todo aprendió a ser una gran persona, en medio de una
inseguridad espantosa en La Chinita y los barrios vecinos. La etapa más crítica
se dio con el surgimiento de las pandillas. Los jóvenes se armaron y comenzó
una guerra abierta que regó las calles de sangre y dolor. Nuestra principal
herramienta siempre fue la palabra de Dios reforzada con valores de hogar, que
llevaron a mis hijos a separar lo bueno de lo malo – relata con orgullo.
Estudios de seguridad de la Barranquilla de entonces
reseñan que los traficantes de droga le dieron poderosas armas de fuego a esas
pandillas –que para entonces se enfrentaban con trompadas, patadas, piedras y
machetes- y comenzaron una guerra a plomo y explosivos que dejó más de un
centenar de muertos en poco menos de seis años.
En el barrio La Chinita surgió la pandilla “La
Patrulla 15”, nombre tomado de un vistoso grupo merenguero. La conformaban
jóvenes –la mayoría adolescentes- a los que el microtráfico permitió acceder a zapatos
deportivos importados y ropa de moda. En el vecino barrio La Luz nació la
organización “Los Malembe”, con un nombre tomado de un famoso picó que reunía
romerías de jovencitos desocupados y seguidores de la música africana.
Desde que se desató la guerra los muertos caían de
bando a bando. Los diarios reseñaban –en promedio- cuatro crímenes por día,
atribuidos a esa confrontación. Los pandilleros –buscando asegurarse- limitaron
la movilización de los vecinos. Ni la policía pasaba por esas calles. En esas
calles, creció Teo.
Las pandillas trazaron fronteras imaginarias. A lo largo de la calle 15,
separaron La Chinita y La Luz, desde el caño de la Auyama hasta la 17.
Un puñado de niños talentosos del barrio La Chinita,
entre ellos Teo, obtuvieron la primera licencia para atravesar sin temores la
calle 15 y llegar al barrio La Luz, a hacer magia con un balón. Teo, vivía en
La Chinita, pero – desde los siete años- iba a jugar fútbol a la cancha “La
Mona”, del barrio La Luz. Su primer entrenador fue Franklin Ramírez y su primer
equipo “Independiente Frami”. Con Frami, los vecinos podían reunirse a olvidar
las balaceras y los muertos mientras terminaran los partidos.
Teo repartía su tiempo en actividades que lo
absorbían: estudiaba en el Calixto Álvarez del barrio Las Nieves. Asistía a estudios
bíblicos –de la mano de su madre- y ayudaba de manera decidida y permanente a
su abuela Aura Castro Vélez, en una fritanga que funcionaba en la casa donde
ella vivía.
Teo con su abuela Aura Castro. foto cortesía semana.com |
Para entonces doña Aura era el principal soporte maternal, moral y doctrinario para el pequeño Teo. Doña Aura, instalaba una mesa para vender fritos en la terraza de la casa y Teo permanecía con ella asistiéndole en el pesado trabajo. Esa dulce anciana, con corazón de oro y temple de hierro, era la fans número uno del “Pibe de La Chinita”.
-De ella Teo asimiló los consejos que lo
fortalecieron como persona. Fue ella quien lo enseñó a ser bueno con todos y
estricto con él mismo en lo moral, a trabajar primero para ser gente. Él le
debe todo a ella- aseguró Teófilo padre.
Así, Teófilo creció con la fortaleza que le
infringieron sus padres, el carácter por haber crecido en un barrio peligroso y
físicamente estructurado por el trabajo muscular en la molienda de maíz de su
abuela.
foto del Instagram teofilogutierrezfans |
Tres años después, un domingo cualquiera, apareció
–entre el tumulto de gente que rodeaba la cancha “La Mona”, una gacela negra
con forma de hombre. Tenía los ojos enormes, bigotes poblados que se le bajaban
hasta la barbilla y un afro perfectamente redondeados. Era un ídolo que había
llegado de lejos a hacer historia en Barranquilla y decidió quedarse en La
Arenosa. Dicen que cuando jugaba sus piernas se electrizaban y brindaba un
juego alegre que todos admiraron. Cuando llegó a La Luz era el entrenador de
las inferiores del Junior de Barranquilla. Su nombre: William Knigth.
foto del twitter de Club Junior FC |
Se le vio caminar a lo largo y ancho de la cancha.
Se quedaba ratos entre los vecinos –estático
como un retrato- mirando a los pequeños magos de la cancha. Compró un boli de
mango en la tienda de la esquina y lo degustó sin apartar sus ojos de los
niños.
-Entonces corrió buscando al padre de Teo. Lo halló con los brazos cruzados contra el pecho, entre varios líderes del barrio y le preguntó en tono alto “¿ese es el pelao del que me hablaste?” cuando Teo asintió, Knigth aseguró en tono alto…”ese pelao es diferente y puede llegar lejos. Llévamelo allá”. Todos en la cancha aplaudieron.recuerda ahora Teo, padre.
Entonces comenzó un movimiento histórico:
-Mucha, pero mucha gente colaboraba para que el pelao fuera puntualmente a las prácticas. Eso es lo bello del barrio La Chinita. Cuando el ejemplo es bueno la gente lo reconoce y colaboran. Los malos son muy pocos y duele que nos conozcan por los malos - precisa ahora Teófilo Gutiérrez Castro.
Cuando Teo subió a la categoría B del Junior, aún
imberbe, despertó en él un sentimiento que afianzó sus raíces en el barrio.
Su padre lo vivió emocionado:
-Se le dio por rescatar a los pelaos. Visitarlos,
invitarlos a jugar fútbol sin balón. Sacarlos de los malos pasos, llevarlos a
la Iglesia. Mire señor William, mi hijo muchas, pero muchas veces, me decía
papi llévame al Ferri –yo tenía una moto- llévame a Primero de Mayo, llévame a Las
Ferias, llévame a La Luz, sectores en donde él sabía que se estaban perdiendo
los pelaos, para sacarlos de ese mundo y llevarlos por el buen camino. Muchas
veces lo hizo y cumplió su misión. Pero muchas otras veces lloró cuando los pelaos
se quedaron y tomaron los caminos equivocados –
Para entonces Teófilo Gutiérrez – lograba el dinero
para transportarse al club- vendiendo a
sus compañeros las deliciosas frituras
que hacía su abuela.
-Teófilo llegaba sudado, con un morral en las
espaldas. Llevaba arepas, empanadas, carimañolas y agua de maíz que hacía su abuela.
Era una delicia que ponía a correr a los jugadores. Cuando las prácticas terminaban
todos rodeaban a Teo para comprar los fritos- rememora su padre.
Para finales de 2004, Teófilo estaba a poco de ser
ascendido al equipo grande de sus amores. Era cuestión de tiempo.
Junior había sido campeón un año antes, con una
camada de jugadores criollos. Teófilo, practicando en la A, estaba a punto de
saltar a las canchas.
Entre tanto, seguía con su apostolado de visitar los
barrios, buscando amigos que sacar de la oscuridad. Lloró muchas veces al saber
que la muerte le ganaba algunas partidas. Dicen los amigos de Teo, que sintió
en lo más profundo de su corazón los crímenes de jóvenes que eran promesas del
fútbol, como Jair Toro, Jeremy García y Fabio Ríos Rodríguez, un talentoso volante
10 de La Chinita.
En esas andaba Teo cuando sufrió una de las derrotas
que más impactó su vida:
-Darwin Araujo Suarez, el futbolista más brillante
que Barranquilla haya parido en los últimos años, venía haciendo una brillante
carrera paralela a la de Teo, siendo un año menor que mi hijo. Era delantero,
zurdo, de poderosa pegada a larga distancia con las dos piernas. Grande,
inteligente para jugar. Hacía recordar a Ronaldo. Teófilo lo admiró desde que
lo vio actuar en la cancha. Los dos saltaron al equipo grande al mismo tiempo-
admite el padre de Teo.
Darwin en sus primeros partidos en el Junior. Foto cortesía El Heraldo |
Así fue. Teo nunca ocultó su admiración por Darwin
Araujo. Cuando lo tenía cerca se le acercaba, le acariciaba la pierna izquierda
y le decía, para que otros escucharan: “Todo lo que le pido a Dios es que me dé
una pierna como esta. Eso es lo que necesito Dios mío”.
En 1985, Norberto Peluffo llega a la dirección
técnica del Junior y pregunta al serbio Peter Kosanovic –para entonces
preparador de las inferiores- por un delantero juvenil:
-Tengo dos. Tengo a dos maravillas. Tengo a Teófilo Gutiérrez
Roncancio y a Darwin Araújo Suárez, un zurdo genial. Debes mirarlos a ver que
te parecen – informó Kosanovic.
Se concertó un partido y Peluffo quedó impresionado
con los dos. Pero sólo necesitaba un delantero y organizó una reunión con
Arturo Char, Ernesto Herrera, Carlos Ricardo, el papá de Darwin (Rafael Araújo)
y el padre de Teófilo, para definir quien se quedaba en la A. El otro, debía
descender.
Darwin jugando en el Junior. Foto cortesía El Heraldo. |
-Agradezco mucho a Peluffo por haber escogido a
Darwin. A Teo lo regresó al Barranquilla. A mi hijo le faltaba madurar mucho
más para llegar al equipo grande. Ese descenso le sirvió para fortalecerlo y
luego –más tarde- regresó perfectamente armado para triunfar- precisa satisfecho
el padre de Teo.
Darwin nació y creció en el barrio El Ferri. Tenía profundo apego por su gente y venía de una familia disfuncional que lo llevó a entregarse más a sus amigos que al fútbol. Darwin, ponía primero a su entorno de barriada frente a cualquier responsabilidad profesional.
En los semilleros del Junior trabajaba –se manera silenciosa pero metódica- un valioso hacedor de talentos identificado como David Pinillos Muñoz, el asistente de Norberto Peluffo. Pinillo había jugado en el Junior profesional y estaba entregado a la formación de los nuevos pinos del club. Este muchacho fue testigo de quien fue Darwin Araujo Suárez.
-Destilaba talento por sudor. Era un delantero
letal. Pero era díscolo, distraído, indisciplinado y poco entregado a las
prácticas. Se volaba de las concentraciones, no asistía a las charlas, pero respondía
en la cancha. Kosanovic se propuso recuperarlo a cualquier costo y comenzó a
intentar sacarlo de su entorno, pero las estrategias no funcionaron-
A escondidas de los directivos, Peter Kosanovic, Othón Alberto Dacunha, Horacio Orozco –sicólogo del club- David Pinillos asistente del técnico y hasta el conductor del bus del equipo, Alfonso Lobelo, hicieron un grupo para tratar de rescatar al evasivo y talentoso futbolista.
-Ese muchacho estaba llamado a jugar en Europa-
precisa David Pinillos.
-Metíamos el bus hasta allá. Un sector al que nadie
entra, ni la Policía. Se le conoce como “Las Placas” y lo sacábamos de las
parrandas. Desde que estaba en el Barranquilla y había partidos en Cartagena,
Santa Marta, o Valledupar, acordábamos con él y lo esperábamos a la entrada del
puente. Muchas veces no llegó y nos fue desencantando- Recuerda ahora Peter
Kosanovic.
El proceso para recuperar a Araujo llegó tan lejos, que Peluffo autorizó para que Peter Kosanovic recibiera el sueldo de Darwin. Kosanovic le pidió a Othón Alberto Dacunha para que lo repartiera de manera responsable entre la esposa del jugador, su madre y administrara lo que le correspondía a él.
-Se habían presentado reclamos por parte de la esposa. Entonces yo recibía el dinero, citaba a la suegra, a la mamá y a Darwin y repartía equitativamente. El resto del dinero lo dividía y le iba pagando semanalmente por las prácticas. Solo para obligarlo a ir. Un día hasta lo pusieron a vivir con los demás jugadores del equipo grande en un conjunto residencial al norte de la ciudad, pero el pelao se voló. Así estuvo un tiempo hasta que le negamos un permiso para ir a un quinceañero y se fue…- recuerda el serbio Kosanovic.
Entonces subió Teo al equipo de la A.
Teo en sus inicios en el Barranquilla FC. Foto cortesía El Heraldo. |
Teófilo Gutiérrez, el padre, agrega:
-Mi hijo hacia sus propios esfuerzos por sacar a
Darwin de ese entorno que le hacía daño. Muchas veces lo llevé en la moto hasta
“Las Placas”. Teo se bajaba, entraba y yo los veía hablando con Darwin, a quien
Teo trataba de convencer. Teo lo invitaba a intentar dar una oportunidad al
futbol, le explicaba que debía valorar su enorme talento. El pelao decía que
sí, pero fallaba –
Foto de Teo en River. Cortesía de Pinteres. |
Por algún tiempo Teo viajó a países lejanos a llevar la magia de su futbol y allá también lloró. Ya siendo estrella de un equipo argentino, se enteró que uno de los jugadores favoritos de su barrio, había sido asesinado. Era una estrella que siempre jugó en un buen equipo. Desde los veinte años se había vinculado a la Policía.
-En noviembre del 2012 le mataron en un atentado de
la guerrilla a Dorling Javier Campo Márquez, un amigo del barrio que se había
hecho policía y estaba trabajando en Nariño. Esa muerte le dolió mucho a Teo.
Teo le hizo un homenaje dedicando un gol que hizo en una semifinal en Argentina-
recuerda Teófilo el viejo.
El primero de julio del 2016, Teófilo recibe otro
golpe en su corazón. Doña Aura Castro, su abuela, su confidente y soporte
personal, muere después de entregar setenta años de su amor a toda la familia.
Teófilo jugaba en Argentina y estaba de gira por Portugal. Días antes, había
escrito en sus redes sociales el profundo amor que lo unía a doña Aura.
Finalmente el 3 de abril del 2019, sucedió.
Darwin Araujo Suárez, se dio de cara con la muerte
en una esquina cualquiera de su barrio.
Así registraron la muerte de Darwin los medios. Foto Marca Claro Colombia |
Dicen quienes presenciaron ese triste episodio que
Darwin intentó mostrar su clase con un arma en la mano, pero, su asesino fue más
hábil. Murió en su ley, con un fierro en
su mano izquierda.
Registro gráfico de El Heraldo. |
Expiró cerca a la cancha en donde había mostrado hasta el cansancio su talento. Teo confesaría después que la noticia le perforó el corazón y lloró a su esquivo amigo en silencio.
Del lado de adentro de la frontera a Darwin lo
lloraron a rabiar. Decenas de jugadores frustrados le rindieron tributo a su
esquiva estrella bajo el mismo sol ardiente. Apretujado dentro de un ataúd
caoba, Darwin recorrió en andas las calles que conocieron su virtuoso juego.
Regresó a la cancha de Simón Bolívar, pero dentro del estrecho espacio de su
ataúd. Esta vez, no pudo lograr una sola sonrisa entre tanto dolor…
Sus amigos, con las manos atadas, los rostros
desdibujados por el llanto y los corazones achicharrados, le rindieron mil y un
homenajes entre ruidosas canciones, licor y promesas indescifrables.
Teo con la Selección Colombia. Foto cortesía El Heraldo. |
Un día después
Teo llamó a su padre y le dijo que preparara la camioneta… “Me llevas el
jueves a la cancha de Simón Bolívar…”
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