Relato de un militar sobreviviente a dos masacres de la Farc. Describe la matanza en la que fueron asesinados militares y líderes políticos en Antioquia
Por William Ahumada Maury
Fotos archivos personales
Quizá los pisa suave ya tenían rodeadas las
garitas de vigilancia de la estación de comunicaciones del puesto de la Armada
Nacional en Juradó (chocó) cuando el
coronel Leopoldo Jiménez López se negó a atender –por segunda vez en tres horas-
el angustioso llamado que por radio hacía el teniente Alejandro Ledesma Ortiz.
Llovía a cántaros sobre todo el norte del departamento del Chocó,
muy cerca de los límites con Panamá. Todos en Juradó habían sido advertidos –por
correo de voces- que la guerrilla ya tenía rodeado el pueblo, y por eso, poco antes
de la medianoche, los lugareños comenzaron a abandonar sus casas, como hordas
tristes de hombres, mujeres y niños, que arrastraban su angustia bajo la lluvia
fría y sobrecogedora de ese 11 de diciembre de 1999.
Cuentan los sobrevivientes, que los relámpagos en la noche
dejaban ver por microsegundos los retratos en negativo de los “pisa suave”
deslizándose silenciosos, como fantasmas por entre el bosque, buscando lo más alto de la loma, rumbo a la
estación de comunicaciones. Iban descalzos, sin camisa, con el cuerpo pintado
de negro y armados con machetes, para ejecutar la matanza sin hacer ruidos así
y evitar las balaceras que alertaran al batallón.
Lo que quería pedir el teniente Alejandro Ledesma con las
llamadas al coronel Jiménez era apoyo aéreo y desembarco de tropa por el mar,
para equilibrar el combate que se les venía encima. Pero no fue escuchado. Pese
a su insistencia al llamar, no fue escuchado.
Desde las garitas de vigilancia, Infantes de Marina con rostros infantiles
y crepitando por el frío, veían con tristeza a sus vecinos desfilar silenciosos
bajo la lluvia, cargando las pertenencias que alcanzaron a tomar. Dejaron a sus
custodios - de uniformes de campaña - a expensas de un monstruo de seiscientas
cabezas que avanzaba por las calles oscuras y anegadas, chapoteando el agua con
sus botas de caucho. Se tomaron a hurtadillas las esquinas, ocupaban puestos
estratégicos en los montes cercanos, mientras el comando de los pisa suave, atacaba con machetes a los
centinelas de la estación de radio, construida a 300 metros de los
alojamientos, dentro del puesto militar. Por el norte, la guerrilla se
concentró en volver polvo el puesto naval con pipetas de gas cargadas con
explosivos que caían una tras otra. Por el sur otro comando se concentró en
destruir el puesto de Policía en el que había 18 uniformados dispuestos a
pelear por sus vidas.
La actitud del comandante del Batallón de Fusileros de la Armada
en el Chocó –directo comandante de la base de Juradó- tenía confundidos a los
dos oficiales, once suboficiales y 123 Infantes de Marina del puesto de
fusileros número 6 de Juradó.
A través de quien parecía su asistente, el coronel Leopoldo
Jiménez López –desde la comodidad de su espaciosa oficina en bahía Solano- envió
unas desalentadoras preguntas al teniente Ledesma:
“Mi coronel está muy ocupado no lo puede atender, pero pide que pregunten
a mi teniente Ledesma: ¿cuántos guerrilleros son?, ¿Cómo se movilizan?, ¿Qué
comen esos sujetos?, ¿Qué puede hacer mi coronel?, ¿Qué si tienen mucho miedo o
qué?”
Las preguntas que envió el coronel Jiménez al comandante de la
estación naval en Juradó estallaron en los alojamientos de los infantes con
mucho más ruido que producían las centellas, allá afuera, esa noche de lluvias.
Después de las instrucciones del joven teniente Ledesma, los
infantes se unieron en oración, encomendándose al Señor, y se ubicaron en sus
puestos de defensa. Esperaron en silencio a que la violencia mostrara una vez
más su rostro cruel y pestilente. En las garitas las gotas de lluvia se
estrellaban contra los cascos de seguridad de los infantes y se vaporizaban en
minúsculas perlas que acariciaban sus rostros.
Faltaban unos segundos para la medianoche cuando la muerte se
anunció con una poderosa explosión y opacó el bramido del cielo sobre el
batallón de fusileros. Una pipeta repleta de explosivos cruzó el cielo oscuro
en medio de un silbido agudo y prolongado. Estalló cerca a la plaza de armas.
La explosión sacudió al batallón y levantó una estela pesada de barro y agua
estancada que cubrió a todos los infantes apretujados dentro de los puestos de
defensa. Y comenzó un combate anunciado con meses de anticipación y, que se
extendió por 18 horas y media.
Los comandos pisa suave ya habían decapitado a
cuatro infantes vigías de las garitas en comunicaciones, pero el suboficial al
mando los descubrió y abrió fuego, dando de baja a
dos de ellos. La resistencia en la garita se alertó y entró en defensa del
predio. Eso aceleró la toma de más de 600 guerrilleros al Batallón de
Infantería de Marina de Juradó.
Simultáneamente otro grupo de guerrilleros atacaba el puesto de
Policía del pueblo, donde 18 uniformados comenzaron a defenderse de las pipetas
repletas con explosivos, roques artesanales y disparos de ametralladoras entre
la frágil resistencia de una casa con techo zinc.
Los infantes peleaban como fieras contra un enemigo al que no
veían, pero si escuchaban ahí cerca. El tiroteo era intenso.
Pero la guerrilla no había llegado a entablar una balacera
interminable con los infantes de Marina. Los cilindros bomba caían, de a dos y de
a tres, en diferentes puntos del batallón. Estallaban y hacían temblar la
tierra, destruían los muros, destrozaban los puestos de vigía con los
centinelas adentro. Minaban con violencia indescriptible la resistencia de los
hombres de la Armada. ¡Pero ninguno dijo miedo!
El cabo José Gregorio Peña Guarnizo, regordete, juguetón, mostró
su casta de guerrero en ese combate. Cubierto de barro hasta los oídos disparaba
desde las ruinas de una garita cuando recibió una lluvia de balas de fusil
desde la misma estación de comunicaciones del batallón. Entonces entendió que
ya los guerrilleros se habían tomado ese punto estratégicamente valioso y con
eso, cerraron la posibilidad de seguir clamando ayuda por radio. Se arrastró
entre las ruinas y se apostó al lado del teniente Ledesma, quien había estado
utilizando su radio portátil hasta lograr contacto con el comandante de la
Patrullera de Mar “José María Palas”.
Desde esta unidad táctica enviaron una lancha rápida con diez infantes
y una ametralladora .50 que llegó por
las playas y enfrentó a un reducto guerrillero que custodiaba esa entrada. Pero
poco se pudo hacer para apoyar a los hombres que peleaban dentro del batallón.
Este comando y su lancha intentaron cubrir al teniente Alejandro Ledesma.
Hicieron lo imposible para desembarcar y se les partió el alma escuchar al
bravo teniente Ledesma gritar motivando a sus hombres desde su trinchera.
-Mi teniente nunca cesó de gritar…de motivarnos. Nos estimulaba,
disparaba, corría. Su voz ronca casi no se escuchaba entre las explosiones y
los truenos de la lluvia, pero peleó hasta el último momento- comentó luego el
cabo Ageron Viellard Hernández, sobreviviente de esa masacre.
El llanto del cielo no cesó. Amaneció y el combate aún era feroz. Llegó el mediodía
y seguían peleando con los dientes. Entró la tarde y comenzó otra noche, la
lluvia amainó, pero los combates
continuaban. El apoyo que imploró el teniente Alejandro Ledesma Ortiz, nunca
llegó. Dieciocho horas después los infantes se fueron quedando poco a poco sin municiones.
Los subversivos habían pulverizado las fortalezas del batallón con las pipetas
explosivas y los guerrilleros comenzaron a entrar saltando por sobre los
escombros. Pedían con megáfonos que se entregaran los sobrevivientes.
El cabo Agenor Viellard Hernández, un hombre musculoso, con cara
de actor de películas policíacas, a quien todos conocían por su permanente
preocupación por mantener seguro el batallón, estaba agotado, lleno de barro. Tenía solo dos balas en su
fusil y observó desde su trinchera a un guerrillero rematar a un infante
herido.
-Me levanté y di de baja al guerrillero, pero otro me disparó al
pechó y caí de espaldas. Los hombres que estaban conmigo en esa trinchera se
desanimaron y los escuché llorar, pero me levanté. Las heridas no fueron graves,
pues las dos balas que recibí rebotaron en los pertrechos y se desviaron
rasgando sólo músculos del pecho. ¡Lo que venía era hacernos matar! Todos acordamos entregarnos, pero no decir una palabra sobre
nuestros cargos, para evitar que nos fusilaran. Era candidato a ser rematado pero
mi teniente Alejandro Ledesma Ortiz salió de su trinchera con el fusil en alto
y ofreció entregarse, para que dejaran libres a todos los infantes y
suboficiales. Detrás del teniente, todos decidieron salir con las manos en
alto. Fuimos tendidos boca abajo y despojados de las armas y los pertrechos de
guerra- recuerda Viellard.
La tarde se convertía rápidamente en noche cuando los infantes
enfrentaban su nueva realidad. Tenían sus rostros contra la tierra anegada, frente
al patio de armas. Los confundía ese olor penetrante de pólvora quemada, sangre
coagulada y humedad. Los guerrilleros se tomaron su tiempo y alinearon a los
infantes navales en filas. Por un lado los heridos –había 33, muchos de ellos
graves- y por otro, los ilesos. Los
guerrilleros condujeron en fila a los sobrevivientes hasta una placita aledaña
a la alcaldía y entregaron al sacerdote Bernardo Antonio Niño a los 75 infantes
ilesos. Entre las ruinas del batallón de fusileros número 6 quedaron los
cadáveres destrozados de 24 infantes de marina.
Agenor Viellard Hernández aun es presa indefensa de los
recuerdos de ese horrendo combate.
-Un guerrillero me mira con curiosidad. Intrigado por mi nombre…
pregunta si soy “gringo”. Revisa unos documentos con insistencia y pregunta
¿usted puede caminar? Le confirmo y me aísla con mi teniente Alejandro Ledesma
Ortiz y mi cabo Peña Guarnizo. “Ustedes se vienen con nosotros”, dispuso.
Y comenzó otro calvario.
Los infantes secuestrados fueron conducidos selva adentro en caminatas
de hasta dieciocho horas. Por espacio de seis días, los guerrilleros y los
secuestrados caminaron a paso acelerado –hasta quedar exhaustos en medio de esa
enorme olla de presión que es la selva- atravesaron ríos, subieron montañas y vadearon
pantanos sorteando los sobrevuelos de los helicópteros
del Ejército.
-Hubo dos oportunidades en que podíamos ver los helicópteros
cerca, pero nos mantenían rodeados y quietos debajo de los enormes árboles de
la selva, hasta que la búsqueda cesó- relata Viellard.
-Nos daban la comida, galletas con agua de panela, bolsas con
arroz y lentejas. Nosotros los primeros días no comíamos eso. Pero llegamos a
una aldea indígena conocida como “Guayabal” en donde mejoró el alimento. Allí
nos confirmaron que éramos prisioneros con intención de canje del frente 57 de
las Farc, del bloque José María Córdoba y que –más adelante- íbamos a tener la
visita de Iván Márquez, quien había comandado la sangrienta toma – precisa.
La selva, con su humedad salvaje, el asedio de insectos transmisores de
enfermedades tropicales –con fiebres que producían delirio - el ataque de
serpientes venenosas, el abrazo de plantas que te cubren de pelusas urticantes,
el trato áspero de los guerrilleros, la comida de pésima calidad y las intensas
jornadas de caminatas comenzaron a diezmar la fuerza de los secuestrados. Dos
semanas después de la toma llegó a uno de los campamentos en que descansábamos
Iván Márquez. Nos dijo que las vidas de todos
los secuestrados serían respetadas, y confirmó que los tres militares de la
Armada eran parte de “los canjeables por guerrilleros capturados por el Estado”.
Permanecían en un sitio máximo tres días y luego regresaban las caminatas extenuantes. De cuando en cuando se
detenían en una quebrada y ordenaban baño para los guerrilleros y los
secuestrados. Viellard dice que nunca abandonó la idea de escapar, pero la
seguridad de los guerrilleros era extrema. Precisa que cada comisión de
vigilancia que imponían sobre ellos, tenía su propia forma de mantener la
disciplina y era difícil ejecutar un plan de fuga, pero la idea estaba latente
siempre.
-Perdí la cuenta de cuántos días llevábamos caminando porque tuve fiebre
mucho tiempo y el calor licúa tu cuerpo y te hace delirar. Sufrí tres veces de Leishmaniosis
una enfermedad trasmitida por insectos que te pudren los músculos en vida. La
tercera vez me salió una llaga en la frente que ya estaba mostrando el hueso y
se extendía hacia los ojos. Y lo peor los guerrilleros no tenían droga. Los
guerrilleros me habían advertido que la cura obligada era “para machos”. Matan la infección con un cuchillo calentado
al rojo vivo que te meten en la llaga hasta hacer hervir la sangre. Sin
anestesia. Luego cubren la herida con panela fundida en una cuchara expuesta a
la llama de una vela. Es un ardor tan fuerte que me desmayé dos veces. Me debí
someter tres veces a este tipo de curas para preservar mi vida. De hecho,
quienes no conocen la selva, pierden la cordura al ver a los guerrilleros gritar
por el dolor, hasta desgarrar sus
gargantas, al ser sometidos a estas curas diabólicas – relata Viellard, ahora
sargento mayor de la Armada.
Los secuestrados debieron acostumbrarse a caminar por la selva evitando errores que pudieran
despertar pesadillas de horror:
-Causa pánico el ataque de las hormigas Conga. Se le conoce también como hormiga bala, porque el dolor de su
picadura es equivalente al impacto de una bala. Su picadura es 30 veces más
fuerte que la de una abeja africanizada. Si tocas un tronco y amenazas su
hogar…te atacan y pueden llegar a causar la muerte. Me picaron muchas veces y
de verdad es horroroso. Me picó una en un brazo y me puso el hombro como un
balón de futbol- describió Viellard.
Los infantes secuestrados tenían permiso para escuchar radio dos veces
por semana. A finales de abril del 2001 se enteraron que las Farc habían secuestrado al ex gobernador de Antioquia,
Guillermo Gaviria Correa y su asesor de Paz, Gilberto Echeverri Mejía, quienes
también entraron a ser parte de los “secuestrados canjeables”.
Los dos patriarcas antioqueños fueron secuestrados cuando hacían parte
de un programa para apoyar a los habitantes de la comunidad de Caicedo, y
protestaban por el asedio de la guerrilla. El día del secuestro ellos
participaban en una caminata, de decenas de ciudadanos vestidos de blanco, con
miles de globos verdes. Desfilaban silenciosos por hermosos senderos rurales de
ese municipio. Un comando de las Farc los espero y se los llevó con la excusa
de una reunión con algunos subversivos. El secuestro fue el 21 de abril del
2001.
-Tres meses después llegamos a un campamento en donde tenían a
los dos líderes políticos y a otros militares. Se me arremolinaron sentimientos
de alegría y tristeza. Alegría porque sabía de las calidades humanas de esos
dos hombres y estaba seguro que ellos contagiarían de su sabiduría a los
secuestrados y los guerrilleros mismos. Y tristeza porque esos valiosos
personajes debían estar sirviendo al país y no viviendo este infierno que es el
secuestro – precisó el exmilitar.
Llegaron a un campamento inmenso, que
estaba ubicado en la zona selvática de Mandé, comprensión de Urrao, Antioquia.
Era vigilado por más de 200 guerrilleros fuertemente armados. Los tres hombres
de la infantería de Marina, fueron presentados ante una decena de militares, también
secuestrados y los líderes Gilberto Echeverri Mejía y Guillermo Gaviria Correa.
Todos hacían parte de una comunidad aparte, pero dentro del campamento amplio de
piso aplanado de arena rojiza y cerca de un rio de aguas trasparentes. Había
una carpa central en donde los secuestrados y guerrilleros mismos recibían
clases de inglés, motivación personal y gramática por parte de los políticos antioqueños.
Los cambuches donde dormían los
secuestrados fueron construidos a un lado del aula de clases. Todos los
secuestrados, incluidos Gaviria y Echeverri dormían en ese cambuche. Por las
noches eran encadenados.
-Para nosotros fue muy provechoso
reunirnos con esos líderes de la política antioqueña. Eran sabios, paternales,
muy educados e inspiraban respeto entre quienes los trataban. Allí los
secuestrados vivimos varios meses en relativa tranquilidad. Hacíamos ejercicio,
leíamos textos que pedía el doctor Echeverri y compartimos la vida de esos
caballerazos - admite Viellard.
El ex suboficial, hace una
prolongada pausa. Clava su mirada en un punto de la nada y regresa al dialogo,
como si hubiera encontrado un detalle en el baúl de su experiencia:
-Esa mañana de la segunda masacre de la guerrilla - mayo 5 del 2003 - Me acababan de tratar de una llaga de Leishmaniosis, iba a una clase de inglés y pedí permiso para orinar. Estaba en esas y de repente sentí el motor de un helicóptero del Ejército ahí mismo encima de nosotros, a no más de quince metros de altura. Tan cerca que le vi la cara con su maquillaje de guerra de los soldados que iban en la cabina. De inmediato los guerrilleros dispararon al helicóptero y lo hicieron alejarse. Enseguida Aycardo Agudelo, alias el “paisa”, el sujeto que estuvo por mucho tiempo al mando de nuestra seguridad, ordena que metan a los secuestrados a su cambuche. A distancia sentimos que había combates con el ejército. El helicóptero trajo tropa que descendió a unos seis kilómetros del campamento. Todavía recuerdo la orden del “paisa”. “Maten a todos esos hijueputas”. Yo me tiré al suelo, me arrastré boca abajo y traté de meter mi cuerpo debajo de un catre de madera, pero no cabía. Me quedaron las piernas afuera. Escuché al doctor Gilberto Echeverri decir a los guerrilleros: “hey muchachos no hay necesidad de esto…venga dialoguemos”, pero una ráfaga de fusil lo silenció…cayó desgonzado sobre mis piernas. Todos los secuestrados intentaron ocultarse entre los estrechos catres sembrados en el piso. Clamaban por sus vidas, pero los guerrilleros los ametrallaron sin piedad. Un guerrillero se subió al catre que me cubría…yo, desde abajo, por entre los palos del larguero, veía sus botas untadas de barro. El tipo buscó con su mirada por varios segundos y disparó contra los palos que cubrían mi escondite. Las balas rozaron mi cabeza, dejando colas de hubo y olor a pólvora. El doctor Echeverri se quejó sobre mis piernas y el tipo lo remató con tres tiros más. Una bala le atravesó la cabeza y me partió el fémur de la pierna izquierda. Apreté los dientes para no gritar. Los guerrilleros salieron del cambuche y el “paisa” los regañó. Los hizo regresar a rematar a todos. Entonces entraron y rociaron a bala todo el cambuche. Enseguida huyeron - rememora Viellard.
Agenor Viellard dice que no
recuerda cuánto tiempo estuvo allí, sintiendo la sangre tibia del doctor
Echeverri recorrer su cuerpo por debajo del suéter que tenía puesto. Rato
después comenzó a salir arrastrándose boca abajo. Estaba adolorido por la
herida en su pierna. Se quitó el cadáver del líder político de encima y vio al
cabo Peña Guarnizo entrar al cambuche.
Estaba pálido.
-Le pedí que saliera a buscar al
Ejército. Quince minutos después llegó Peña con un oficial y varios soldados.
Ya los guerrilleros habían huido. Nos atendieron y confirmaron que sólo
sobrevivimos tres.
El panorama dentro del cambuche
arrugó el alma de todos. Ocho militares y los dos líderes políticos antioqueños
yacían regados, confundidos entre los palos del rudimentario dormitorio.
La inspección posterior permitió
establecer que el teniente del Ejército Luis Guarne Tapias, alcanzó a pelear
por su vida y enfrentó cuerpo a cuerpo –a
por lo menos a uno – de los guerrilleros intentando despojarlo del fusil. Su
cadáver fue hallado en medio de una escena que describió un crudo combate.
Tenía un portafusil enrollado en su mano derecha. Cerca, estaba el cadáver del
teniente Alejandro Ledesma Ortiz. Otros que murieron fueron los suboficiales
Héctor Docuará, Francisco Manuel Negrete, Mario Fernando Marín, José Gregorio
Peña Guarnizo, Samuel Ernesto Cote. Jaircinho Navarrete, fue asesinado cuando
trataba de proteger al doctor Gaviria, los dos cadáveres fueron hallados
juntos.
La noticia de esta cruel masacre escondió un informe
administrativo en el que se decreta la destitución fulminante del coronel
Leopoldo Jiménez López.
Ageron Viellard Hernández permaneció tres años, cinco meses y
seis días viviendo el calvario del secuestro. Se recuperó de sus heridas
físicas y actualmente recorre el mundo enseñando la crueldad de una guerra cuyo
ruido, se siente más fuera del país…






Curso Dios te Bendiga.Dios tiene grandes cosas para ti.
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