*El subintendente Álvaro Sánchez Maza se
perfilaba como un futbolista de alto cartel. Todavía lucha por Colombia en competencias internacionales
Por: William Ahumada Maury
Fotos: Archivo de Álvaro Sánchez
El
día que la violencia destrozó - por segunda vez- al sub intendente Álvaro Sánchez
Maza, la naturaleza se lo había advertido de mil formas.
Eran señales que traían mensajes ocultos, que todos en la tropa de carabineros y antiterrorismo entendieron, pero que nadie quiso comentar. Lo expresó primero la mañana con su vestido gris y las lágrimas que brotaban del cielo. Después lo expresaron las aves con su sobrecogedor silencio, y el miedo mostrado con sus miradas tristes, sus plumas erizadas y sin color. Lo dijeron los campesinos con sus ojos marchitos, y los árboles con las hojas caídas por el peso de varias horas de lluvia.
Una hora antes de caer en el campo minado, los 18 hombres del escuadrón móvil de Carabineros y antiterrorismo de la base antinarcóticos de Necoclí – organizados para ejecutar la Operación Agamenón, en las afueras de San José de Urabá – ya experimentaban un desasosiego que los tenía aturdidos.
-Nos informan que hay una reunión entre guerrilleros del frente 57 de las Farc y una banda criminal en una zona selvática de la vereda El Paraíso. Es un objetivo de alto nivel, exigimos total sigilo y contundencia, aquí están las fotografías de varios de los objetivos. Ustedes son de lo mejor de nuestros hombres…! Vayan por ellos! - ordenó el general Luis Eduardo Martínez en una reunión previa.
Pero ese día todo parecía distinto. Había llovido durante más de doce horas, el ambiente era denso, lechoso y pesado. El calor casi licuaba los cuerpos de los Policías dentro de sus trajes de campaña, la naturaleza enmudeció y ocultó - en el ambiente gris -lo mejor de sus colores. Los hombres del comando de asalto caminaban entre la selva como poseídos por un sopor que bloqueaba sus sentidos. Eran las 11:15 de la mañana del 6 de mayo del año 2015.
Los Policías,
al mando del Intendente John Mercado, ya habían mostrado esa misma tensión durante
los 45 minutos que tardó el vuelo en helicóptero, desde la base de Necoclí
hasta la zona de operaciones: no habían pronunciado una sola palabra. En el
helicóptero extrañaron las graciosas imitaciones de personajes famosos y los
chistes cortos de “Pepón” y las bromas amistosas de “El Fiera”, los dos motores
de la motivación de ese comando antinarcóticos.
Esa mañana, todos refugiaron su alegría bajo el maquillaje verde y azul de sus rostros. El silencio hizo el viaje pesado, aletargante, demasiado largo. Bajo ese mismo sedante del silencio, la aeronave perforó con el ronco sonido de su motor las nubes negras del corazón del Urabá antioqueño.
-El
piloto nos informó que la zona estaba inundada por lo que debíamos descender
por cuerdas mientras el helicóptero permanecía en estado de sustentación.
Estábamos a sesenta metros del suelo. Otro helicóptero escolta giraba alrededor
previendo una emboscada del peligroso enemigo. Bajamos a rapel en una zona
abierta y nos ocultamos en un sembradío de hierbas enormes, que nos llegaban al
pecho. La hierba nos cubrió de pelusa urticante que nos llenó el cuerpo de
ronchas – recuerda el subintendente
Sánchez.
Atrapados bajo el mismo mutismo del inicio de la mañana, la tropa saltó sobre cañadas, atravesó bosques densos - leyendo con intriga los mensajes del paisaje - y sorteó pantanos con los fusiles pegados al pecho. El subintendente Álvaro Sánchez Maza, era el técnico experto en explosivos, caminaba al frente en medio de sus fieles amigos Alfonso Muñoz Dávila (Pepón) y Johnny Mercado Izquierdo (El Fiera) a quienes miraba con intriga tratando de entender la razón de su silencio.
-Después de caminar por cuarenta minutos levanté la mano derecha y apreté el puño (una señal silenciosa de alto para la tropa). Todos se detuvieron y se agacharon con sus fusiles apuntando al frente. Cien metros adelante, a la mano derecha del camino, había un rancho en el que observé varias personas de civil conversando. Los detallé por medio de mis binóculos, pero di la orden de seguir. Me extrañó que al pasar frente al rancho ya sólo vimos a una mujer con dos niños que nos miraban tristes desde la terraza de la casona…pero seguimos porque El Paraíso estaba a medio kilómetro – recuerda el policía.
Después del rancho el comando encontró el fin del camino, y halló un claro rodeado por un bosque tupido. A la derecha una enorme roca y al frente arboles enormes con los tallos marcados por profundos golpes de machete.
-Era
una señal clara de peligro. Subí a la
roca y observé con mis binóculos las marcas en los árboles. Los
machetazos habían dejado surcos extensos que apuntaban hacia abajo. Miré por
rato largo la escena y encontré otras tres marcas perfectamente similares en
otros árboles cercanos. Descendí y –con una varita- despejé las hojas empapadas
al pie de los árboles marcados. Utilicé el detector de metales, pero la escena
estaba muy contaminada con clavos, llaves, tornillos, dejados a propósito para
sabotear la búsqueda. Al ojo encontré tres minas antipersonas distribuidas a
varios metros de distancia. Subí nuevamente a la roca, a ver si había más
señas. Cuando salté para buscar mi equipo de desactivación de minas, me atrapó
una explosión. Una explosión poderosa que removió mis vísceras y me descuadernó
el esqueleto. Me levantó unos seis metros y dejó un zumbido molestoso y
persistente en los oídos – detalla Sánchez con los ojos enjuagados en lágrimas.
Fue
un sonido profundo que sacó árboles de sus raíces y cubrió el cielo con fango,
tierra húmeda y hojas diluidas en colores amarillo, ocre y negro.
-La
onda me hizo dar vueltas en el aire. Caí de cabeza. Nunca perdí el conocimiento,
pero estaba aturdido, desubicado y adolorido, todo mi universo giraba a mil. No
podía ver, y si abría los ojos sólo percibía destellos que se apagaban con la
mugre que cubría mi rostro, la cabeza, mi uniforme. Todo me quedó cubierto de sangre
y fango, intenté ponerme de pies, pero mi cuerpo se desvanecía a lado y lado, porque
mis piernas habían desaparecido, sólo colgaban girones de músculos y huesos
descubiertos a la altura de las rodillas. Entonces vi que había caído en medio
de las tres minas que había descubierto minutos antes. Cualquier movimiento las
haría explotar. Grité con todas mis fuerzas a mis compañeros que no entraran a sacarme,
para evitar que ellos también cayeran en el campo minado. Me sentía pesado, y
comencé a arrastrarme con los codos buscando no activar las otras minas. Mis
muchachos gritaban y me daban fuerzas para que sacara mi cuerpo del área de
peligro sin activar las minas. No recuerdo cuanto duré arrastrándome, en medio
de los gritos de ellos pero salí de nuevo al camino. Me sentía somnoliento, el
enfermero del comando comenzó a atenderme. Nunca olvidaré la cara de angustia
de Pepón y El Fiera…me gritaban, me cacheteaban una y otra vez para que no me
durmiera. Lloraban frente a mí para que soportara. Pero sobre todo ellos
estaban agradecidos por haber evitado que muchos murieran en ese campo de
horror – relata Sánchez visiblemente conmocionado.
Los
Policías subieron a su compañero a una hamaca suspendida en un palo que
cargaban en los hombros y emprendieron el camino de regreso al sitio donde
debía recogerlos de nuevo el helicóptero.
-En
el desespero los muchachos me dejaron caer tres veces. Yo casi no sentía nada
porque el sueño me hacía cerrar los ojos. El Fiera me puso las mejillas rojas
dándome bofetadas para que no me durmiera. Recuerdo - como si fuera una
película - que pasamos nuevamente frente
al rancho y vi a los niños pegados a la cerca llorando. Cuando llegamos al
helicóptero supe que me salvaría -
Día
y medio después el sub intendente Sánchez Maza quedó obnubilado al abrir sus ojos bajo los
reflectores de luz blanca de una clínica de alto nivel en Montería.
-Lo
primero que hice fue llorar. Al enterarme que ya no tenía piernas, lloré como
un niño abandonado. No sé por cuanto tiempo lloré, pero los médicos optaron por
no sedarme de nuevo al ver que era un hombre fuerte que debía enfrentar mi
nueva realidad. Entonces salieron de la habitación, para que peleara y venciera
a los fantasmas de mi soledad. No quería mirar sobre mi cuerpo y verme sin
piernas, pero las circunstancias me ofrecían una y otra vez ese panorama triste
y desolador – relata.
-Lo
más duro fue renunciar a mis sueños. Uno, por uno…como si se tratara de una
horrible pesadilla, me tocó renunciar a vivir mis sueños. Tener que sacar esos
anhelos de mi corazón y empezar de nuevo. Cuánto había soñado con ser
futbolista. Mis sueños de jugar para el
Junior de Barranquilla. Dios me había provisto de fortaleza emocional, de
espíritu competitivo y de un cuerpo atlético, con dos poderosas piernas, que fueron las bases de mis sueños. Era
realmente bueno como delantero. Quería ser como Martín Arzuaga, “El Toro de
Becerril”, jugar a su lado y celebrar muchos goles con él - precisa.
El
portentoso atleta que la violencia arrebató a los colombianos tenía sus razones
para soñar con ser goleador del fútbol profesional. Los clubes de fútbol
aficionado de Córdoba se lo peleaban para incluirlo en sus nóminas. En la
Policía era indiscutible miembro de varios equipos de fútbol y los oficiales le
brindaban su aprecio por ser un empedernido amante del deporte de las
multitudes.
Pese
a todo el drama vivido el atentado terrorista que acabó con las ilusiones el
sub intendente Álvaro Sánchez Maza, no fue noticia en Colombia.
-No
fue noticia. No lo supieron los colombianos porque no dejó la cantidad de
muertos que los criminales esperaban. Ese campo minado debió dejar al menos
ocho muertos, pero la valentía de
Sánchez evitó que sus compañeros entraran al punto de explosiones.
Ningún medio de comunicación reseñó en noticias el día que la violencia dejó
caer toda su carga de destrucción sobre la existencia del subintendente
Sánchez – Se lamentó El Fiera.
Sánchez
continúa su relato:
-Y
entonces se me vino la realidad más cruel del sobreviviente de la guerra.
Pasaron los días y me atropelló la soledad. Sólo mis amigos más fieles, mi
familia, mi novia de entonces, llegaban a visitarme. Pero, todos ellos tienen
sus propias metas por cumplir y se fueron alejando. Mis sueños, mis ilusiones,
mis planes, se perdieron entre los límites del tiempo y la locura. Y me
arrastró el recuerdo de mi padre, una de las víctimas inocentes de la violencia
en Colombia. Mi padre el querido profesor Arnold Sánchez, secuestrado,
torturado y asesinado por paramilitares, por razones que nunca nos informaron.
En esos momentos lloraba, quería tenerlo a mi lado y escuchar su voz de hombre
sabio – precisa, después de una pausa en la que secó sus lágrimas.
Ahora
sin sus piernas, el ex sub intendente Sánchez trata de acomodar su cuerpo
musculoso entre los espacios de su silla de ruedas. Por los gestos de su rostro
denota la incomodidad por tener que amoldarse a esta nueva exigencia de la
vida. Regresa a los recuerdos de su padre, el profesor Arnold, un hombre a
quien casi no veía, porque se había separado de su madre estando él recién
nacido.
-Mi
padre era profesor y un día –el 12 de julio de 1997- se metieron unos
paramilitares a su casa, se lo llevaron. Llegaron muchos, vestidos de negro,
armados con fusiles y con los rostros cubiertos con pasamontañas. Reunieron a
mi familia en el patio, golpearon a todo el mundo, identificaron al viejo y se lo llevaron. Lo torturaron varios días
con choques eléctricos, le sacaron las uñas hasta que colapsó por el dolor. Le
abrieron el vientre y lo arrojaron a un río. Esos paramilitares habían
secuestrado y asesinado a decenas de personas y ninguna sobrevivió. Un
paramilitar, Juan Borré Barreto, relató a la justicia todas las atrocidades que
le hicieron y la forma cruel como mataron al profesor Arnold- relata con la
mirada contra el suelo.
-Mis
padres se habían separado y entonces quedé
al cuidado de mi abuela Josefa Antonia Barreto Cardeño, una mujer a la
que amaba profundamente. Abuela Josefa era una persona que trabajaba duro como
una máquina. Trabajaba en fincas, y eso afectó mis sueños de ser futbolista, porque
nos trasladamos permanentemente, de un pueblo a otro. Así yo viví en Apartadó,
El Bagre, Caucasia y Montelíbano. Aun así, alcancé a entrar a una escuela de
fútbol, pero tenía que trabajar para ayudar en la casa y entre a la Policía
como auxiliar bachiller cuando tenía veinte años y estudiaba en el colegio
Cecilia de Lleras, de Montería. A la Policía entre formalmente el primero de
diciembre del año 2013. Tenía 23 años de edad y ganas de tragarme el mundo -
rememora.
Y
remata:
-Soñaba
con ver a mi abuela acompañarme a la ceremonia de grado. Cuando faltaban tres
días para la ceremonia me avisaron en el alojamiento que mi abuela había muerto
repentinamente. Me volví loco. Pedí permiso para ir a verla y los jefes me lo
negaron. Hice mi morral y me iba sin permiso sobre quien fuera. Eso no estaba
en discusión, yo iba a verla sobre cualquiera…!iba a mandar todo al carajo!.
Unos suboficiales hablaron con el coronel y lo hicieron entrar en razón y
concedió el permiso. ¡Quedé destrozado! Sepulté a mi abuelita linda y seguí en
la Policía, hasta este incidente que me destroza el alma –
Ya fuera de la Policía y después de seis meses de lucha sin cuartel contra los monstruos de la Soledad - una tarde de sol de fuego - Álvaro Sánchez descansaba frente a su casa del barrio La Granja, bajo la sombra de un frondoso árbol de mango. Se deshacía el cerebro buscando una estrategia para enfrentar la vida, pero ahora como hombre en condición de discapacidad. Había abandonado por seis meses todas las actividades deportivas en las que se lució, cuando apareció un hombre con sonrisa de música y ojos de luces. Era el profesor Jesús Antonio Kerguelen, un hombre que tiene la solución para todos los problemas de la vida. Un hombre enviado por Dios. Era licenciado en educación física de la Universidad de Córdoba y se dedicaba a motivar a las personas con discapacidad para convertirlos en deportistas.
-Me saludó con alegría y me dijo sin esperar respuestas: “Vamos viejo Álvaro, no ha pasado nada, sus sueños se van a cumplir, vamos a que practique algún deporte. La selección Colombia lo necesita en alguna disciplina” – Me arrancó una sonrisa de los labios.
El
ex policía se dejó atropellar por la andanada de alegría de Kerguelen y
asistió a una charla para medir las opciones de convertirse en un atleta
paralímpico.
-Usted puede ser lo que quiera si hace deportes- le insistía Kerguelen a Sánchez Maza.
El subintendente dice que llegó a la primera reunión con la alegría de un niño que tiene su primera bicicleta. Entró a un salón amplio y acogedor en el corazón del centro de Montería en el que comenzó a verse reflejado en unos cien rostros que vivían la misma ilusión, después de haber sido despedazados por la violencia irracional.
-Eran
otros policías, otros militares, con sus
piernas amputadas, sin brazos, pero con los rostros iluminados por anhelos
ocultos: competir por una sola causa, nuestras propias reivindicaciones - me
llené de ilusiones nuevamente, admite el ex policía.
-Primero
me le medí a las pesas. Kerguelen no se me quitaba de al lado y tomó todas las
medidas de mis marcas. Fue fácil ponerme de nuevo en forma. Viajé motivado a un
abierto nacional en la ciudad de Cali. El tres de agosto del 2016 obtuve mi
primera medalla. Fue un bronce en la categoría ochenta kilogramos en
powerlifting. Eso fue un renacer para mi vida. Después fui a competir en
Bogotá, regresé a Cali, estuve en Medellín, en Barranquilla y Cartagena. En
cada viaje traía una medalla. Mis patrocinadores salían de todos lados - dice,
ahora con una sonrisa dibujada en su rostro.
Pero
al subintendente Sánchez la vida le ubicó otras metas entre sus anhelos
inagotables:
-Estando
entrenando en pesas me llegó una invitación de la Embajada de los Estados
Unidos en Colombia. El Gobierno norteamericano en convenio con la Policía
Nacional vinculó a varios sobrevivientes de la guerra interna de Colombia en el
programa Achilles International, CIREC y United For Colombia y establecieron
unos programas de juegos paralímpicos en los que compiten sobrevivientes de la
guerra de más de veinte países del mundo. Fui convocado en el 2017 y he viajado
dos veces a la maratón de Washington y una vez a Miami. Los entrenadores
norteamericanos dicen que mi fuerte es el Hand Bike (ciclismo propulsado con
las manos) y estoy en un régimen muy fuerte de entrenamientos, porque he
competido en 45 y 60 kilómetros. Esto ha cambiado mi vida…sigo siendo el mismo
guerrero de antes…- asegura y vuelve e sonreír.
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