NUESTROS GUERREROS III - Notas & Historias del Caribe

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miércoles, 10 de junio de 2020

NUESTROS GUERREROS III


LOS PARAS MATARON A SU PADRE Y LA GUERRILLA LO DEJO SIN PIERNAS…LA VIOLENCIA LE ROBÓ LOS SUEÑOS


*El subintendente Álvaro Sánchez Maza se perfilaba como un futbolista de alto cartel. Todavía  lucha por Colombia en competencias internacionales

 

Por: William Ahumada Maury

Fotos: Archivo de Álvaro Sánchez

 

El día que la violencia destrozó - por segunda vez- al sub intendente Álvaro Sánchez Maza, la naturaleza se lo había advertido de mil formas.

 

Eran señales que traían mensajes ocultos, que todos en la tropa de carabineros y antiterrorismo entendieron, pero que nadie quiso comentar. Lo expresó primero la mañana con su vestido gris y las lágrimas que brotaban del cielo. Después lo expresaron las aves con su sobrecogedor silencio, y el miedo mostrado con sus miradas tristes, sus plumas erizadas y sin color. Lo dijeron los campesinos con sus ojos marchitos, y los árboles con las hojas caídas por el peso de varias horas de lluvia.


Una hora antes de caer en el campo minado, los 18 hombres del escuadrón móvil de Carabineros y antiterrorismo de la base antinarcóticos de Necoclí – organizados para ejecutar la Operación Agamenón, en las afueras de San José de Urabá – ya experimentaban un desasosiego que los tenía aturdidos.

-Nos informan que hay una reunión entre guerrilleros del frente 57 de las Farc y una banda criminal en una zona selvática de la vereda El Paraíso. Es un objetivo de alto nivel, exigimos total sigilo y contundencia, aquí están las fotografías de varios de los objetivos. Ustedes son de lo mejor de nuestros hombres…! Vayan por ellos! - ordenó el general Luis Eduardo Martínez en una reunión previa.

Pero ese día todo parecía distinto. Había llovido durante más de doce horas, el ambiente era denso, lechoso y pesado. El calor casi licuaba los cuerpos de los Policías dentro de sus trajes de campaña, la naturaleza enmudeció y ocultó - en el ambiente gris -lo mejor de sus colores. Los hombres del comando de asalto caminaban entre la selva como poseídos por un sopor que bloqueaba sus sentidos. Eran las 11:15 de la mañana del 6 de mayo del año 2015.

Los Policías, al mando del Intendente John Mercado, ya habían mostrado esa misma tensión durante los 45 minutos que tardó el vuelo en helicóptero, desde la base de Necoclí hasta la zona de operaciones: no habían pronunciado una sola palabra. En el helicóptero extrañaron las graciosas imitaciones de personajes famosos y los chistes cortos de “Pepón” y las bromas amistosas de “El Fiera”, los dos motores de la motivación de ese comando antinarcóticos.

 

Esa mañana, todos refugiaron su alegría bajo el maquillaje verde y azul de sus rostros. El silencio hizo el viaje pesado, aletargante, demasiado largo. Bajo ese mismo sedante del silencio, la aeronave perforó con el ronco sonido de su motor las nubes negras del corazón del Urabá antioqueño.


-El piloto nos informó que la zona estaba inundada por lo que debíamos descender por cuerdas mientras el helicóptero permanecía en estado de sustentación. Estábamos a sesenta metros del suelo. Otro helicóptero escolta giraba alrededor previendo una emboscada del peligroso enemigo. Bajamos a rapel en una zona abierta y nos ocultamos en un sembradío de hierbas enormes, que nos llegaban al pecho. La hierba nos cubrió de pelusa urticante que nos llenó el cuerpo de ronchas  – recuerda el subintendente Sánchez.

 


Atrapados bajo el mismo mutismo del inicio de la mañana, la tropa saltó sobre cañadas, atravesó bosques densos - leyendo con intriga los mensajes del paisaje - y sorteó pantanos con los fusiles pegados al pecho. El subintendente Álvaro Sánchez Maza, era el  técnico experto en explosivos, caminaba al frente en medio de sus fieles amigos Alfonso Muñoz Dávila (Pepón) y Johnny Mercado Izquierdo (El Fiera) a quienes miraba con intriga tratando de entender la razón de su silencio.


-Después de caminar por cuarenta minutos levanté la mano derecha y apreté el puño (una señal silenciosa de alto para la tropa). Todos se detuvieron y se agacharon con sus fusiles apuntando al frente. Cien metros adelante, a la mano derecha  del camino, había un rancho en el que observé varias personas de civil conversando.  Los detallé por medio de mis binóculos, pero di la orden de seguir. Me extrañó que al pasar frente al rancho ya sólo vimos a una mujer con dos niños que nos miraban tristes desde la terraza de la casona…pero seguimos porque El Paraíso estaba a medio kilómetro – recuerda el policía.


Después del rancho el comando encontró el fin del  camino, y halló un claro rodeado por un bosque tupido. A la derecha una enorme roca y al frente arboles enormes con los tallos marcados por profundos golpes de machete.


-Era una señal clara de peligro. Subí a la  roca y observé con mis binóculos las marcas en los árboles. Los machetazos habían dejado surcos extensos que apuntaban hacia abajo. Miré por rato largo la escena y encontré otras tres marcas perfectamente similares en otros árboles cercanos. Descendí y –con una varita- despejé las hojas empapadas al pie de los árboles marcados. Utilicé el detector de metales, pero la escena estaba muy contaminada con clavos, llaves, tornillos, dejados a propósito para sabotear la búsqueda. Al ojo encontré tres minas antipersonas distribuidas a varios metros de distancia. Subí nuevamente a la roca, a ver si había más señas. Cuando salté para buscar mi equipo de desactivación de minas, me atrapó una explosión. Una explosión poderosa que removió mis vísceras y me descuadernó el esqueleto. Me levantó unos seis metros y dejó un zumbido molestoso y persistente en los oídos – detalla Sánchez con los ojos enjuagados en lágrimas.

 

Fue un sonido profundo que sacó árboles de sus raíces y cubrió el cielo con fango, tierra húmeda y hojas diluidas en colores amarillo, ocre y negro.

 

-La onda me hizo dar vueltas en el aire. Caí de cabeza. Nunca perdí el conocimiento, pero estaba aturdido, desubicado y adolorido, todo mi universo giraba a mil. No podía ver, y si abría los ojos sólo percibía destellos que se apagaban con la mugre que cubría mi rostro, la cabeza, mi uniforme. Todo me quedó cubierto de sangre y fango, intenté ponerme de pies, pero mi cuerpo se desvanecía a lado y lado, porque mis piernas habían desaparecido, sólo colgaban girones de músculos y huesos descubiertos a la altura de las rodillas. Entonces vi que había caído en medio de las tres minas que había descubierto minutos antes. Cualquier movimiento las haría explotar. Grité con todas mis fuerzas  a mis compañeros que no entraran a sacarme, para evitar que ellos también cayeran en el campo minado. Me sentía pesado, y comencé a arrastrarme con los codos buscando no activar las otras minas. Mis muchachos gritaban y me daban fuerzas para que sacara mi cuerpo del área de peligro sin activar las minas. No recuerdo cuanto duré arrastrándome, en medio de los gritos de ellos pero salí de nuevo al camino. Me sentía somnoliento, el enfermero del comando comenzó a atenderme. Nunca olvidaré la cara de angustia de Pepón y El Fiera…me gritaban, me cacheteaban una y otra vez para que no me durmiera. Lloraban frente a mí para que soportara. Pero sobre todo ellos estaban agradecidos por haber evitado que muchos murieran en ese campo de horror – relata Sánchez visiblemente conmocionado.

 

Los Policías subieron a su compañero a una hamaca suspendida en un palo que cargaban en los hombros y emprendieron el camino de regreso al sitio donde debía recogerlos de nuevo el helicóptero.

 

-En el desespero los muchachos me dejaron caer tres veces. Yo casi no sentía nada porque el sueño me hacía cerrar los ojos. El Fiera me puso las mejillas rojas dándome bofetadas para que no me durmiera. Recuerdo - como si fuera una película -  que pasamos nuevamente frente al rancho y vi a los niños pegados a la cerca llorando. Cuando llegamos al helicóptero supe que me salvaría - 

 

Día y medio después el sub intendente Sánchez Maza quedó  obnubilado al abrir sus ojos bajo los reflectores de luz blanca de una clínica de alto nivel en Montería.

 

-Lo primero que hice fue llorar. Al enterarme que ya no tenía piernas, lloré como un niño abandonado. No sé por cuanto tiempo lloré, pero los médicos optaron por no sedarme de nuevo al ver que era un hombre fuerte que debía enfrentar mi nueva realidad. Entonces salieron de la habitación, para que peleara y venciera a los fantasmas de mi soledad. No quería mirar sobre mi cuerpo y verme sin piernas, pero las circunstancias me ofrecían una y otra vez ese panorama triste y desolador – relata.

 


-Lo más duro fue renunciar a mis sueños. Uno, por uno…como si se tratara de una horrible pesadilla, me tocó renunciar a vivir mis sueños. Tener que sacar esos anhelos de mi corazón y empezar de nuevo. Cuánto había soñado con ser futbolista. Mis sueños de  jugar para el Junior de Barranquilla. Dios me había provisto de fortaleza emocional, de espíritu competitivo y de un cuerpo atlético, con dos poderosas piernas,  que fueron las bases de mis sueños. Era realmente bueno como delantero. Quería ser como Martín Arzuaga, “El Toro de Becerril”, jugar a su lado y celebrar muchos goles con él - precisa.

 

El portentoso atleta que la violencia arrebató a los colombianos tenía sus razones para soñar con ser goleador del fútbol profesional. Los clubes de fútbol aficionado de Córdoba se lo peleaban para incluirlo en sus nóminas. En la Policía era indiscutible miembro de varios equipos de fútbol y los oficiales le brindaban su aprecio por ser un empedernido amante del deporte de las multitudes.

 

Pese a todo el drama vivido el atentado terrorista que acabó con las ilusiones el sub intendente Álvaro Sánchez Maza, no fue noticia en Colombia.

 

-No fue noticia. No lo supieron los colombianos porque no dejó la cantidad de muertos que los criminales esperaban. Ese campo minado debió dejar al menos ocho muertos, pero la valentía de  Sánchez evitó que sus compañeros entraran al punto de explosiones. Ningún medio de comunicación reseñó en noticias el día que la violencia dejó caer toda su carga de destrucción sobre la existencia del subintendente Sánchez  – Se lamentó El Fiera.

 

Sánchez continúa su relato:

 

-Y entonces se me vino la realidad más cruel del sobreviviente de la guerra. Pasaron los días y me atropelló la soledad. Sólo mis amigos más fieles, mi familia, mi novia de entonces, llegaban a visitarme. Pero, todos ellos tienen sus propias metas por cumplir y se fueron alejando. Mis sueños, mis ilusiones, mis planes, se perdieron entre los límites del tiempo y la locura. Y me arrastró el recuerdo de mi padre, una de las víctimas inocentes de la violencia en Colombia. Mi padre el querido profesor Arnold Sánchez, secuestrado, torturado y asesinado por paramilitares, por razones que nunca nos informaron. En esos momentos lloraba, quería tenerlo a mi lado y escuchar su voz de hombre sabio – precisa, después de una pausa en la que secó sus lágrimas.

 


Ahora sin sus piernas, el ex sub intendente Sánchez trata de acomodar su cuerpo musculoso entre los espacios de su silla de ruedas. Por los gestos de su rostro denota la incomodidad por tener que amoldarse a esta nueva exigencia de la vida. Regresa a los recuerdos de su padre, el profesor Arnold, un hombre a quien casi no veía, porque se había separado de su madre estando él recién nacido.

 

-Mi padre era profesor y un día –el 12 de julio de 1997- se metieron unos paramilitares a su casa, se lo llevaron. Llegaron muchos, vestidos de negro, armados con fusiles y con los rostros cubiertos con pasamontañas. Reunieron a mi familia en el patio, golpearon a todo el mundo, identificaron al viejo  y se lo llevaron. Lo torturaron varios días con choques eléctricos, le sacaron las uñas hasta que colapsó por el dolor. Le abrieron el vientre y lo arrojaron a un río. Esos paramilitares habían secuestrado y asesinado a decenas de personas y ninguna sobrevivió. Un paramilitar, Juan Borré Barreto, relató a la justicia todas las atrocidades que le hicieron y la forma cruel como mataron al profesor Arnold- relata con la mirada contra el suelo.

 

-Mis padres se habían separado y entonces quedé  al cuidado de mi abuela Josefa Antonia Barreto Cardeño, una mujer a la que amaba profundamente. Abuela Josefa era una persona que trabajaba duro como una máquina. Trabajaba en fincas, y eso afectó mis sueños de ser futbolista, porque nos trasladamos permanentemente, de un pueblo a otro. Así yo viví en Apartadó, El Bagre, Caucasia y Montelíbano. Aun así, alcancé a entrar a una escuela de fútbol, pero tenía que trabajar para ayudar en la casa y entre a la Policía como auxiliar bachiller cuando tenía veinte años y estudiaba en el colegio Cecilia de Lleras, de Montería. A la Policía entre formalmente el primero de diciembre del año 2013. Tenía 23 años de edad y ganas de tragarme el mundo - rememora.

 

Y remata:

 

-Soñaba con ver a mi abuela acompañarme a la ceremonia de grado. Cuando faltaban tres días para la ceremonia me avisaron en el alojamiento que mi abuela había muerto repentinamente. Me volví loco. Pedí permiso para ir a verla y los jefes me lo negaron. Hice mi morral y me iba sin permiso sobre quien fuera. Eso no estaba en discusión, yo iba a verla sobre cualquiera…!iba a mandar todo al carajo!. Unos suboficiales hablaron con el coronel y lo hicieron entrar en razón y concedió el permiso. ¡Quedé destrozado! Sepulté a mi abuelita linda y seguí en la Policía, hasta este incidente que me destroza el alma –

 


Ya fuera de la Policía y después de seis meses de lucha sin cuartel contra los monstruos de la Soledad - una tarde de sol de fuego - Álvaro Sánchez descansaba frente a su casa del barrio La Granja,  bajo la sombra de un frondoso árbol de mango. Se deshacía el cerebro buscando una estrategia para enfrentar la vida, pero ahora como hombre en condición de  discapacidad. Había abandonado por seis meses todas las actividades deportivas en las que se lució, cuando apareció un hombre con sonrisa de música y ojos de luces. Era el profesor Jesús Antonio Kerguelen, un hombre que tiene la solución para todos los problemas de la vida. Un hombre enviado por Dios. Era licenciado en educación física de la Universidad de Córdoba y se dedicaba a motivar a las personas con discapacidad para convertirlos en deportistas.

-Me saludó con alegría y me dijo sin esperar respuestas: “Vamos viejo Álvaro, no ha pasado nada, sus sueños se van a cumplir, vamos a que practique algún deporte. La selección Colombia lo necesita en alguna disciplina” – Me arrancó una sonrisa de los labios.


El ex policía se dejó atropellar por la andanada de alegría de Kerguelen y asistió a una charla para medir las opciones de convertirse en un atleta paralímpico.

-Usted puede ser lo que quiera si hace deportes- le insistía Kerguelen a Sánchez Maza.

El subintendente dice que llegó a la primera reunión con la alegría de un niño que tiene su primera bicicleta. Entró a un salón amplio y acogedor en el corazón del centro de Montería en el que comenzó a verse reflejado en unos cien rostros que vivían la misma ilusión, después de haber sido despedazados por la violencia irracional.


-Eran otros policías, otros militares,  con sus piernas amputadas, sin brazos, pero con los rostros iluminados por anhelos ocultos: competir por una sola causa, nuestras propias reivindicaciones - me llené de ilusiones nuevamente, admite el ex policía.

 

-Primero me le medí a las pesas. Kerguelen no se me quitaba de al lado y tomó todas las medidas de mis marcas. Fue fácil ponerme de nuevo en forma. Viajé motivado a un abierto nacional en la ciudad de Cali. El tres de agosto del 2016 obtuve mi primera medalla. Fue un bronce en la categoría ochenta kilogramos en powerlifting. Eso fue un renacer para mi vida. Después fui a competir en Bogotá, regresé a Cali, estuve en Medellín, en Barranquilla y Cartagena. En cada viaje traía una medalla. Mis patrocinadores salían de todos lados - dice, ahora con una sonrisa dibujada en su rostro.

 

Pero al subintendente Sánchez la vida le ubicó otras metas entre sus anhelos inagotables:

 



-Estando entrenando en pesas me llegó una invitación de la Embajada de los Estados Unidos en Colombia. El Gobierno norteamericano en convenio con la Policía Nacional vinculó a varios sobrevivientes de la guerra interna de Colombia en el programa Achilles International, CIREC y United For Colombia y establecieron unos programas de juegos paralímpicos en los que compiten sobrevivientes de la guerra de más de veinte países del mundo. Fui convocado en el 2017 y he viajado dos veces a la maratón de Washington y una vez a Miami. Los entrenadores norteamericanos dicen que mi fuerte es el Hand Bike (ciclismo propulsado con las manos) y estoy en un régimen muy fuerte de entrenamientos, porque he competido en 45 y 60 kilómetros. Esto ha cambiado mi vida…sigo siendo el mismo guerrero de antes…- asegura y vuelve e sonreír.

 

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