Nuestros Guerreros X - Notas & Historias del Caribe

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miércoles, 3 de marzo de 2021

Nuestros Guerreros X


 Elvira se levantó de la tumba a

Rescatar a su hijo de la muerte

 

El inmenso amor de una madre abnegada la convirtió en una guerrera que protegió a su familia.

 

Por William Ahumada Maury

Fotografías álbum familiar

 

Mes y medio después de bajar al sepulcro Elvira Jiménez se convirtió en asidua visitante de la unidad de cuidados intensivos de la Clínica del Caribe, donde uno de sus cinco hijos, William Gallor, peleaba contra la muerte.


William -el segundo de vástagos de Elvira- permaneció tres meses y una semana haciendo antesala a la muerte. Fue sedado y sepultado en un mundo blanco y silencioso, de tubos que resoplaban incertidumbre, con olor a fármacos, hundido en el mundo algodonado de la nada y aislado del llanto de su familia.  Había llegado caminando a esa clínica el cuatro de julio de 2020, abotagado por una sensación de ahogo que le oprimía el pecho, un calor abrazante en la cabeza, pesadez corporal y desgano generalizado.

Mientras los otros cuatro hermanos vivían sus propios dramas en sus hogares, peleando junto con sus hijos contra la muerte sin rostro que los acechaba, Miladis Romero –esposa de William- y su hijo mayor fueron notificados  –dieciséis veces- sobre la inminente muerte de este buen hombre.


Un día antes de ser hospitalizado William había empujado una silenciosa silla de ruedas en la que su madre, Elvira Jiménez de Gallor, ingresó a la clínica La Misericordia, para no salir jamás.

Elvira una mujer de trato afable, obsesionada por el buen vestir y fiera protectora de sus cinco hijos y más de cincuenta descendientes llegó a la clínica La Misericordia más preocupada por los quehaceres de la casa que por su cita con la muerte. Desde que la bajaron del taxi frente a la clínica, mantuvo todo el trayecto la cabeza levantada -mirando siempre hacia atrás-  hablando a su hijo William, quien impulsaba lentamente la silla de ruedas,  mientras la miraba con profundo respeto.

-William te dejé todo listo para las comidas. También dejé, debajo de la biblia que está en la repisa la plata de la luz y el agua. Dile a Álvaro y a todos que no dejen que los pelaos (los primos, sobrinos y nietos) salgan a la calle porque hay toque de queda- advirtió a su hijo antes que un enfermero tomara el control de la silla de ruedas y la llevara al interior de un consultorio. Fue la última vez que William vio a su madre.

Antes de perderse detrás de la puerta gris el rostro de Elvira –siempre bien maquillado- se iluminó con una sonrisa que sacó lágrimas a su hijo.


William Gallor Jiménez –con la cara enrojecida por el calor que le cocinaba el cerebro - salió a buscar unas drogas que le pidieron y regresó a casa cuando le advirtieron que no podía quedarse en ese sitio, donde su madre pelearía sola contra la muerte. Llegó abatido a su hogar, en donde halló a su mujer y a sus tres hijos acosados por un enemigo invisible, que los hacia delirar, arrumados, acobardados contra los rincones de sus habitaciones.

Un día antes, Oscar -el mayor de los cinco hermanos-  había sido el primero en aislarse de manera voluntaria tras resultar positivo para Covid 19 en una prueba nasofaríngea que le practicaron en la Clínica del Caribe, en donde laboró toda su vida como enfermero.

Después que Elvira ingresó a la clínica La Misericordia; que William se hospitalizó en la Clínica del Caribe y Oscar se aisló, estalló una especie de pánico generalizado en la familia, que desembocó en estampida interna. Los vecinos lo notaron ese mismo tres de julio, cuando la puerta de la casa –siempre limpia y ordenada - de Elvira Jiménez de Gallor permaneció cerrada y la música que siempre alternaba con la risa destemplada de hijos, nietos, primos y amigos, fue aplastada por un silencio sobrecogedor, que anunciaba tragedia.

Para esos días de julio del 2020 el mundo entero ya había perdido la sonrisa y mostró una deprimente imagen de derrota ante el miedo.

Desde la peste negra - por allá por 1347 - la humanidad se ahoga en la pestilencia de sus propios efluvios, con la aparición –cada vez más frecuente- de enfermedades “de origen desconocido” que llevan su mensaje de muerte hasta la propia intimidad de los hombres.

Los Gallor - una familia fuertemente atada al amor y la solidaridad entre los cinco hermanos, dos decenas de primos, treinta sobrinos, y nietos,  por los lazos invisibles que brotaban de los labios de la matrona Elvira- habían permanecido indiferentes ante el aluvión de noticias, cada vez más deprimentes, sobre los estragos del virus Covid 19 en el mundo.


La crueldad de la muerte, oculta entre el código inentendible SARS-CoV-2, arrebató el nombre a centenas de víctimas inocentes en todo el planeta. Padres de familia, abuelos, valiosos profesionales, niños, quedaron convertidos en estadísticas en las redes sociales y medios de comunicación.

Y, lo que todos temían -pero nadie quería aceptar-  sucedió. El virus cercó a la familia Gallor. Apareció primero como un rumor lejano entre vecinas que hacían las compras en la tienda de la esquina. Luego, ese rumor se hizo cierto al tomarse las calles estrechas de la Ciudadela Veinte de Julio, hasta irrumpir en los hogares, en las salas, las habitaciones y hasta los mismos lechos nupciales, con la violencia de un silencio maloliente.

-Primero contaminó un señor pensionado a dos cuadras, después la maestra de la vuelta, luego al viejito que vendía loterías. Enseguida el Policía de mitad de cuadra…luego, Oscar. A mi hermano Oscar, el recochero mayor de la familia. Lo que aterroriza es, saber que tu madre, tus hermanos, tus sobrinos, tu esposa, están contaminados y la radio sigue sacando cuentas sin alma sobre la cantidad de muertos que deja la tragedia - relata impactado Álvaro, el menor de los hijos de Elvira. 

Solo dos semanas antes los cinco hermanos Gallor habían estado reposando un almuerzo bajo el palo de mango frente a su casa y abordaron en profundidad un tema al que le pusieron corazón:

-Hey ¿supieron que entre el 20 y el 29 de abril murieron cuatro miembros de la familia Thomas-Maury, unos conductores de buses en el barrio Colombia de Malambo? Sólo quedó una viejita en la familia –propuso Orlando.

-Si. Pobre gente murieron tres hermanos y el papá. Sólo quedó en la casa la viejita de apellido Maury. La enfermedad se los llevó sin dejarlos reaccionar. Hay que tener cuidado familia- advirtió

-Hermanos hay historias que desgarran el corazón de familias enteras, escuelas, ancianatos, empresas y equipos que los acabó el virus

Para inicios de mayo Barranquilla ya se había paralizado del todo.

Las calles de la Ciudadela Veinte de Julio quedaron desoladas. Muy pocas personas, con los rostros atravesados por tapabocas, caminaban tirados de las manos por los fantasmas vaporosos del miedo. El sol dejó de ser el tibio manto orgullo de los Curramberos  y se ensañó sobre la ciudad, lanzando lenguas de fuego que hicieron arder las losas quebradas del pavimento. Las casas cerradas, dejaban escapar – por los radios a alto volumen - alabanzas que clamaban al Señor piedad sobre la humanidad. Los coros celestiales, se fundían con el llanto profundo de una madre que perdió a su esposo, a su suegro y a una tía, en solo dos días, a mitad de cuadra.

 Sólo los gritos poderosos de los vendedores de plátanos  –los héroes anónimos de esta tragedia - rompieron de cuando en cuando la modorra de los nuevos prisioneros del miedo. Desafiaban la muerte, le ponían el rostro bronceado al sol, gritaban sus productos sin tapabocas, inyectaban valor a las familias ocultas en sus hogares

Para entonces los alegres encuentros del “Clan Gallor” en casa de Elvira, llevaban más de un mes suspendidos. Un mediodía Oscar –enfermero jefe en la Clínica del Caribe- llamó a su madre para decirle que se iba a aislar con su familia en su propio hogar.

-Me sentía indispuesto, me hice la prueba en la clínica y me ordenaron que me aislara. Para dejar tranquilos a todos los llamé y les anuncié esa decisión- cuenta ahora Oscar, antes de levantarse y abandonar la entrevista ahogado en su propio llanto.

Entonces Elvira multiplicó sus oraciones nocturnas. Su voz se hizo sentir más fuerte pidiendo al Señor por su familia. William, el hombre que prestaba su voz a Elvira para administrar el hogar, se mudó a casa de su madre para dedicarse exclusivamente a cuidarla:

-El dos de julio yo estaba cocinando y ella me dijo desde la sala que sentía que no pesaba nada. ¡Que parecía estar volando! Llamé a Oscar y me pidió que le tomara la temperatura. Tenía fiebre baja y hablaba sobre cosas sin coherencia. Decidí llevarla a la clínica La Misericordia. Yo respiraba con dificultad y sentía la cabeza caliente, pero me negaba a pensar que estaba contaminado. La dejaron interna y me pidieron que me fuera. Al día siguiente mi esposa tuvo que llevarme a urgencias a la Clínica del Caribe. Para entonces, Álvaro -el menor de la familia- se había aislado. Apagó el teléfono y se refugió con su mujer en casa de una de sus hijas.

-Cuando supo que la señora Elvira estaba delicada me buscó en el trabajo y nos aislamos. Álvaro era un manojo de nervios, pero a la vez se predispuso a no dejarse morir. Compró todo lo que necesitábamos y nos encerramos lejos de nuestros hijos. Tenía fiebre pero se decía así mismo “yo no tengo nada. En nombre de Dios estoy bien” y oramos arropados varios días- dijo Nelvis Bello, esposa del menor de los Gallor.

Después que la señora Elvira entró a cuidados intensivos sus hijos la vieron sólo una vez, por video-llamada. En los primeros minutos del 14 de julio Elvira Jiménez de Gallor se entregó silenciosa y sonriente a la muerte. Mostró una paz profunda y serena dentro de la bolsa mortuoria en la que metieron su cuerpo. 

Un día después, como si la muerte tuviera prisa, fue sepultada sólo con la presencia de tres de sus hijos

Cuando el féretro comenzó a producir el sonido hueco de  los terrones de arena negra cayendo sobre la tapa de caoba rojiza, los Gallor estaban deshechos. Se sentían acorralados en sus sitios de reclusión. Ellos, la familia alegre, inofensiva y ruidosa a la que todos apreciaban habían sido atrapados por algo indescriptible.

-Con Elvira NO se marcha una mujer cualquiera. ¡Era la guerrera, el alma, el soporte de la familia, quien se iba para siempre!- gritaba desconsolado Orlando Gallor.

-Se fue la guerrera hermanos. Vamos a hacer un homenaje eterno a la mujer más valiente del mundo- Invitó Ricardo a sus hermanos. 

Y nunca han cesado de recordar la historia de Elvira:

-Mi madre quedó sola con cinco hijos desde el mes de diciembre del año 1960. Mi padre Oscar Gallor, un hombre de espíritu andariego -empleado del hotel El Prado- se marchó a Bogotá y nos abandonó. Nos dejó a la deriva. Mi madre estuvo trabajando en varios sitios hasta que obtuvo un empleo como hilandera en industrias Marisol, en la vía 40. Con un sueldo mínimo vivíamos alquilados en una casa de la calle 68 con la carrera 23, del barrio San Felipe. A pesar que mi madre hacía hasta tres turnos seguidos para poder redondear los gastos, el dinero no alcanzaba. Nosotros estábamos pequeños y no trabajábamos. Recuerdo que los cinco hermanos esperábamos que mi madre llegara a las diez y media de la noche, con comida que traía del casino de la empresa y repartía entre todos. Con eso comíamos y nos acostábamos felices- cuenta Orlando Gallor dejando correr las lágrimas que brotaban del corazón.

Elvira trabajó trece años en Industrias Marisol hasta que acordó con una amiga emigrar a Estados Unidos, más exactamente a la ciudad de New York, en donde los conocimientos obtenidos en Marisol ofrecían un menor panorama laboral.

Un 12 de septiembre de 1973 Elvira Jiménez abordó un avión de Aerocondor que la condujo hasta un nuevo escenario de lucha por la sobrevivencia de sus hijos. En la sala de despachos nacionales del aeropuerto Ernesto Cortissoz de Barranquilla, quedaron abrazados Oscar, William, Orlando, Ricardo y Álvaro Manuel Gallor Jiménez, quien para la época tenía 14 años de edad.

En New York Elvira no tuvo tiempo para algo llamada proceso de adaptación. La cadena hotelera Summit la necesitaba  urgentemente en el departamento de mantenimiento de su inmensa infraestructura.

Elvira se instaló cerca al hotel y comenzó a trabajar en turnos forzados para mantener a flote a sus hijos. Hablaba semanalmente con ellos y encomendó a cada uno los quehaceres domésticos.

-Aprendimos a tan corta edad a cocinar, a lavar, a planchar, a coser. Nos turnábamos para hacer el aseo. Mi madre estaba al tanto sobre la armonía en nuestro trabajo para mantener la casa limpia y ordenada. De San Felipe nos mudamos a José Antonio Galán…! mi madre nos cambió de casa. Esa casa estaba a medio-construir.  William era el gerente de todos. Con nosotros se mudó abuelo Virgilio, el papá de mi madre. Un viejo estricto de pocas palabras, que nos celaba como quien cela mujeres  - relata emocionado Orlando Gallor.

El tiempo transcurrió y Elvira mantuvo a sus hijos bien vestidos, con un hogar y una formación vigilada. Hablaba con todos y cada uno de ellos y los motivó a estudiar y alejarse de los malos pasos. Oscar se hizo enfermero profesional, William asistente administrativo, Orlando se formó como abogado, Ricardo administrador de empresas, y Álvaro estudió economía.  

Elvira dio la gran noticia el 6 de diciembre de 1995. Se pensionó en Estados Unidos y volvió a Barranquilla. Compró otra casa a sus hijos en la calle 47 con la carrera 1C de la Ciudadela Veinte de Julio.

-Juramos que en adelante seria nuestra reina. Asumió el control de la familia y administró con mano dulce la formación de su prole de nietos. La cuidábamos para que nos durara cien años- aseguró William, quien actualmente es pensionado de Avianca.

-Los domingos todos llegábamos temprano a la Ciudadela. Mi madre preparaba un caldero gigante de arroz y alimento para casi veinte nietos, primos y sobrinos. Bailábamos, hacíamos chistes debajo de un palo de mango que ella sembró frente a la casa, actuábamos para ella. Los domingos eran una fiesta - precisó William Gallor Junior.

-Por eso, cuando nos dijeron que había muerto…no lo creímos. Sencillamente no lo creemos- dice por su lado Álvaro.  

William Gallor Jiménez, el gerente de la familia, ingresó a la unidad de cuidados intensivos dos días y medio después de llegar a la Clínica del Caribe. Ya no se distinguía debajo de una red de tubos blancos, cables multicolores y sistemas digitales adheridos a su pecho, frente y brazos. Diez días después, los médicos recomendaron bajar los niveles de sedación y hacerlo despertar para monitorear la reacción de los pulmones ante el oxígeno y los fármacos.

-Sólo recuerdo que abrí los ojos y vi el rostro de una enfermera detrás de una máscara trasparente. Todo era como un mundo de luces blancas. Ella me sonrió. Intenté hablar pero el tubo en la garganta no me lo permitió. Ella me tomó la mano y me dijo: “tranquilo…todo está bien…” y me volvió a dormir. Entonces, mientras estuve despierto, mi cabeza se llenó de imágenes confusas e ilegibles. Tenía que hacer esfuerzo para instalarme en la realidad -

La primera de las dieciséis veces que le advirtieron a Miladis Romero que el diagnóstico sobre la salud de su esposo William era “realmente delicado”, la familia no se reponía del golpe del sepelio de Elvira y el drama que vivían otros doce infectados.

-Nos dolía en el alma enterrar a Elvira y rogar a Dios para que nadie más muriera. Eso no se lo deseo a nadie- relató Miladis Romero, tomando la mano de su esposo.



-La segunda vez que me despertaron comencé a pasear toda la habitación con mi mirada. Y vi a Elvira, mi madrecita linda. Estaba en la entrada del cubículo de cuidados intensivos. Tenía puesto un traje azul que había estrenado en diciembre. Me sonrió dulcemente y me saludo con la mano izquierda. Le pregunté a la enfermera la hora y me dijo que eran las siete de la mañana. Le pedí que le dijera a mi madre que se fuera a descansar que yo estaba bien. La enfermera miró hacia la puerta y... asintió con paciencia - recuerda William.

Las visitas de Elvira Jiménez, para apoyar la lucha de su hijo William contra la muerte, se hicieron tan comunes que –dos meses después de estar en cuidados intensivos- el paciente William Gallor llamó a su madre con su mano débil y temblorosa. Ella ingresó al cubículo. Él la pudo tocar.

-Estaba hermosa. Con su maquillaje de siempre y su sonrisa dulce. Hice un esfuerzo y le tomé una mano. No podía hablar del cansancio, pero me esforcé y le tomé una pierna. Me dijo: “tranquilo que los pelaos están bien. Yo estoy al frente de todo. Me dijo que tuviera Fe y que le pidiera a Dios y pronto saldría de esa” – asegura William.



Para finales de agosto William Gallor estaba a punto de vencer al Covid 19. Pero una llamada telefónica anunció una nueva y grave complicación a la golpeada familia. Una funcionaria de la clínica solicitó la presencia de un miembro de la familia para que autorizara un procedimiento urgente y peligroso.

-El tubo de la garganta produjo daños y una herida se había infectado. Necesitaban hacerle urgente una traqueotomía y necesitaban autorización. El médico internista-cirujano Hernando Muñoz recibió nuestra autorización. Ahora había que pelear contra un monstruo asesino igual fuerte- declaro William Gallor Jr.

-Mi papa aprovechó unos segundos antes que le abrieran un hueco en la garganta y me pidió que le dijera a abuela que se fuera a descansar, pues “se la pasa todo el día ahí en la puerta, mirando que yo esté bien”. Dile que vaya a descansar- aseguró llorando William Jr.  


A estas alturas del extenso combate contra la muerte William Gallor Jiménez estaba extremadamente delgado. Sus fuerzas se agotaron totalmente y sólo la voz silenciosa de Elvira y sus continuas visitas al cubículo lo mantenían en pie de guerra. .

A inicios de septiembre William Jr tuvo que firmar otro documento autorizando otro procedimiento peligroso, una gastrostomía.

-Los poderosos antibióticos que estaban combatiendo la infección en el cuerpo de papá necesitaban una buena alimentación. Había bajado más de cuarenta kilos y necesitaban suministrarle alimentos más fuertes vía sonda estomacal. Nuevamente…y por décimo quinta vez me dijeron que “William estaba sumamente delicado”- recuerda el Jr Gallor.

-Mi papá no tiene fuerzas ni para sostener un bolígrafo en una mano. Está esquelético. No puede hablar, a duras penas puede mover los ojos. Se esfuerza para conversar unos segundos antes que lo duerman nuevamente y me insiste en pedir que dejemos descansar a abuela. “Díganle que vaya a descansar que yo voy a seguir luchando”- recuerda William Jr mientras llora.

Faltando días para que se completaran tres meses recluido en la UCI de la Clínica del Caribe William Gallor sobrevivió a la crisis más severa en su lucha contra la muerte:

-Recuerdo que vi a mi madre allí en la puerta de la UCI y escuché su saludo. Después sentí que llegué a un jardín de verdes gramas y flores multicolores; al fondo se veía el mar, era inmenso y azul. Había un ambiente de mucha paz y se escuchaban hermosos cantos de aves. Me sentí muy relajado después de ese extraño paseo. MI madre entró caminando a prisa y me tomó la mano. Se veía angustiada. La sentí pedir a Dios a mi lado –

Un día después los médicos reunidos confirmaron impresionados que William Gallor Jiménez había vencido a la infección. Pero estaba tan delicado, que el mismo proceso de recuperación, era difícil. La reanimación la hicieron alegres.

-Me gustaría ver el rostro de esa enfermera que me hablaba y llevaba los mensajes a mi madre. Ella es un héroe en esta tragedia. Ella me llevaba una tabla con las letras y tenía la paciencia para buscar las letras con los dedos y así construir las palabras para enviarlas a mi madre. Ella también conoció a Elvira, mi madre linda- relata William sollozando.

 


-Vecinos, amigos, sobrinos y sus hermanos le dimos la bienvenida a su casa del barrio José Antonio Galán. El sólo paseaba la mirada sobre el grupo que aplaudía feliz. Repentinamente bajó la mirada y lloró en silencio No podía hablar...notó que no estaba Elvira. Entonces entendió - recuerda Álvaro entre lágrimas.

Nadie tuvo que decirle que Elvira había salido del sepulcro a animarlo a pelear contra la muerte…

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