La muerte convirtió en amigos entrañables a dos bomberos
*Entre los risueños y siempre amables miembros del Cuerpo de
Bomberos de Barranquilla se ocultan historias que expusieron un pacto de
amistad entre varios de sus miembros.
*Uno de estos casos es el de Alfonso Machado Sotomayor y Luis Miguel de la Cruz Arroyo.
Por William Ahumada Maury
Fotos archivos familiares
El cercano ulular de la sirena de la máquina número 18 del
cuerpo de bomberos de Barranquilla produjo un estallido de aplausos entre los
curiosos que se apretujaban alrededor del árbol de mango, tratando de ver el
cadáver del jardinero enredado entre el denso ramaje.
El rumor de la tragedia había atraído a mucha gente esa mañana
del 31 de mayo de 1999. Los curiosos -apiñándose sin conocerse, apoyándose unos
sobre otros- trataban de mirar el cuerpo que escondía su tragedia entre las
hojas verdes.
- ¡Está vivo…está vivo! Está moviendo un brazo- gritó una
estudiante de medicina que había escapado de su rutina en una clínica cercana.
Cinco misioneros cristianos se reunieron a pocos metros del árbol y oraron tan
fuerte que consiguieron que otros curiosos replicaran la oración pidiendo por
la vida del desconocido.
- ¡Está vivo! ¡Que lo bajen enseguida! Eyy ¿porqué no llegan los
bomberos? - Se extendió el rumor obligando a los curiosos a fundir sus pieles
sudorosas alrededor del inmenso árbol.
Una descomunal máquina roja, apareció con el lustre de su
pintura nueva en la bocacalle de la carrera 49C con la calle 80. La sirena -que
poco antes ululaba súplicas con su lenguaje universal que eriza la piel- se
silenció con la orden que imprimió el imponente sonido del freno de aire. Los
gritos de los curiosos, estallaron frente a la posibilidad de que el jardinero
estaba aún con vida. Cuatro bomberos saltaron al pavimento atendiendo palabras
en clave que sumadas…motivaban a esos héroes anónimos a exponerse por la vida
de un desconocido.
Alfonso Machado Sotomayor con sus compañeros de trabajo |
El comandante de esa unidad, teniente Rogelio Serna -un sujeto delgado, alto, cabello abundante y rostro de padre severo- tomó el radio de su máquina y -utilizando un canal común con la Policía- solicitó a que la empresa de energía cortara el suministro para proteger a sus hombres en la peligrosa misión.
- ¡Era impresionante! La gente nos rodeó y sin entender que
debíamos cumplir el protocolo de cortar primero la energía, nos obligaron a
subir al árbol- recuerda ahora Luis Miguel De la Cruz Arroyo, sobreviviente de
esa misión.
Los bomberos Yesid Jiménez Jaimes y Lorenzo Rueda Meza, hicieron
una prueba de tacto con el enorme tronco del árbol, que se partía en dos a un
metro 80 centímetros sobre una maceta redonda de cemento en la que estaba plantado.
-No percibieron señal de corriente eléctrica y subieron lentamente
delante mío. Ellos izaban una camilla de rescate de madera con correas de seguridad
rojas. Estando arriba, coordinaron el tiempo y asumieron que el circuito de
energía había sido suspendido para facilitar el rescate de ese pobre cristiano.
Yo iba subiendo tras ellos. Mi casco de seguridad tropezó varias veces con los
zapatos de Lorenzo Rueda, a quien yo animaba desde abajo -recuerda Luis Miguel.
Los tres bomberos escalaron por el enramado de horquetas y el
follaje denso hasta quedar debajo del cuerpo del jardinero Jorge Antonio
Cabarcas, de 35 años, quien había pagado con su vida el infortunio de tropezar
con su machete un cable que movilizaba 13.200 voltios de corriente eléctrica.
Los tres bomberos no comentaron nada, pero -a primera vista- entendieron que el
desdichado hombre estaba muerto. ¡salía humo su ropa. ¡Olía a quemado!
A las 9:12 minutos de la mañana los tres rescatistas decidieron
-con su dialogo en baja voz- la forma de colocar el cuerpo sobre la camilla y
asegurarlo con las correas, y luego bajarlo de ese peligroso sitio.
-El hombre muerto era un moreno, alto, delgado. No recuerdo como
estaba vestido. Quedó acostado sobre el final de unas ramas que subían y
bajaban peligrosamente sosteniendo el peso del muchacho. ¡Y ahora el de mis dos
compañeros! Recuerdo que más arriba vi el transformador gris cubierto por las
hojas del árbol – precisa el valiente bombero.
El brazo derecho del jardinero quedó enredado entre una rama que
pasaba sobre el cable de alta tensión.
Lorenzo tomó el cuerpo del jardinero por un hombro y lo levantó con
delicadeza, tratando de meter la tabla de madera por debajo. En ese instante se
desencadenó la tragedia.
-Primero sentí una explosión. Como cuando explota un matasuegras.
¡Enseguida, el árbol comenzó a estremecerse…a vibrar! Escuchaba un zumbido oscuro
como si el árbol de mango fuera un inmenso paraco de abejas africanizadas. Yo
no podía hacer nada. ¡Estaba paralizado! ¡Los zapatos de Lorencito echaban
candela, y me quemaban la cara! Yo sentía que volaba. Afuera escuchaba a la
gente gritar, pero sentía como si yo estuviera en otro sitio, aislado. No sé
cuánto tiempo pasó, pero fue muchísimo para una corriente tan mortal. De un
momento a otro dejaron de vibrar y yo pude abrir los ojos. ¡Mire hacia arriba y
mis dos compañeros estaban tirados sobre el cadáver del jardinero y echaban
humo por las ropas! Pero yo no podía moverme porque podría estar energizado mi
alrededor -relata Luis Miguel De la Cruz.
El bombero hace una pausa, se levanta, camina en círculos, se
rasca la cabeza, vuelve a sentarse y continúa:
-Yo estaba aturdido. Abajo del árbol la gente me gritaba mil
cosas que no entendía. Quise constatar que mis compañeros tenían corriente
todavía y, le di un golpe seco con mi mano derecha en la pierna de Lorencito.
Por seguridad debe ser un golpe seco y con la mano cerrada ¡Enseguida otra
explosión! No recuerdo más. Cuando recuperé la conciencia estaba en una clínica
en la que permanecí dieciocho días- indica en medio de un llanto incontrolable.
Luis Miguel De la Cruz Arroyo -quien para la época tenía 28 años
- muestra sus manos. La poderosa corriente eléctrica volvió girones el dedo pulgar
de la mano derecha, se extendió por el brazo, atravesó el tórax, se tomó el
brazo izquierdo, volvió flecos el dedo índice. Y salió.
Alfonso Machado Sotomayor en su uniforme de trabajo |
El impacto lanzó al bombero desde esos siete metros y medio de
altura.
-Caí sentado sobre el borde de la matera. El borde de cemento me
destrozó la pelvis y el fémur de la pierna derecha. Tengo ocho tornillos
todavía asegurando mi pelvis. Me han hecho once cirugías y quedé con una
dificultad permanente para caminar- relata.
Yesid Jiménez Jaimes, de 29 años y Lorenzo Rueda Meza, de 34,
murieron abrazados al humilde jardinero. La poderosa corriente los destrozó por
dentro. La investigación posterior determinó que ese circuito alimenta una red
de clínicas -en la que a esa hora se realizaban procedimientos médicos- y por tanto
el servicio de energía no podía suspenderse sin previa consulta de alto nivel.
-Sólo cuando ocurre la tragedia mayor suspenden la corriente,
pero ya mis dos amigos estaban muertos- revela con la cara contra el pecho
Luis Miguel De la Cruz Arroyo se convirtió entonces en visitante
permanente de los quirófanos en Barranquilla. Veintidós años después sigue
peleando contra el Estado por una indemnización.
Cuatro años antes, una lluviosa mañana de inicios de agosto, el
bombero sobreviviente Luis Miguel De la Cruz Arroyo, había sellado -con su
valentía, entrega y abnegación- un pacto de hermandad sin límites con sus
compañeros de trabajo en el cuerpo de bomberos de Barranquilla.
-Por razones de los riesgos de nuestro trabajo, hicimos un pacto
de hermandad entre los bomberos que entrábamos en el año 84. Por ser voluntario
yo no tenía sueldo y, los que estaban fijos se ganaban 16 mil pesos. Ellos me
depositaban cada mes, en una cajita de cartón de a 500 pesos por cabeza y yo…yo
salía ganando mas que ellos. Nos hacemos hermanos en la tranquilidad de la base
y nos demostramos el aprecio y valoramos a un hermano cuando estamos en
peligro- dice ahora Alfonso Machado Sotomayor, un bombero que se salvó de morir
gracias a la valentía de sus compañeros, entre ellos Luis Miguel De la Cruz
Arroyo.
Esa mañana de agosto, Barranquilla había amanecido aplastada por
una inmensa nube lluviosa que desató la furia de los monstruos asesinos que han
llenado de luto y dolor a decenas de hogares de La Arenosa…los arroyos.
Los barranquilleros titiritaban arropados por un frio
sobrecogedor y permanecieron encerrados en medio de terrorífica tormenta
eléctrica. El aguacero se extendió hasta el mediodía.
-Esa mañana enloquecieron los conmutadores de la Central Roja.
Promediando las once nos llamaron para un caso de una familia que estaba siendo
arrastrada dentro de un automóvil en el barrio El Recreo. La central me envió
en la máquina número 17. Fue una rutina que cumplimos con prontitud y nos
regresamos a la base roja. Pero en la carrera 43 con la calle 56, la máquina se
nos apagó en medio de un arroyo peligroso.
El tenebroso arroyo de la Universidad del Atlántico se había
salido de madre y -unido con el arroyo de la carrera 43 (Veinte de Julio) y
otras vertientes - habían inundado con fuertes corrientes varias cuadras en los
alrededores. Los bordillos estaban cubiertos por las corrientes incontrolables
de agua sucia. El comandante de la máquina
era Luis De la Cruz Arroyo, los tripulantes eran Carlos Cárdenas, Néstor
Alfonso Pérez, Milton Ramírez y Wilhen Valdez. Todos estábamos sobre la unidad
-no podíamos abandonarla- y sentíamos
como la fuerza del arroyo hacia arrastrar las llantas en el pavimento. Piedras,
troncos de árboles y enseres viejos golpeaban la máquina y se represaban bajo
ella, rodando la máquina sobre sus llantas. - relata el veterano bombero
Alfonso Machado Sotomayor.
Para evitar que la máquina 17 fuera arrastrada hasta el grueso
del arroyo de la carrera 43 con la calle 51 (Universidad del Atlántico) la
central envió a la máquina 00, un enorme y pesado camión con el motor sellado,
que podía enfrentar la corriente sin apagarse.
-Ya la máquina 17 estaba con la cabina de mando en la mitad del
arroyo de la carrera 43, faltaba poco para que fuese arrastrada carrera abajo. La
máquina 00 se colocó frente a la 17 hasta quedar prácticamente unidas. La idea
era atar una pesada cadena entre las dos y la 00 -con su inmenso poder de
arrastre- podía sacarla a flote y nosotros encenderla de nuevo- recuerda Luis
De la Cruz.
Entrenamiento en su puesto de trabajo |
El valiente bombero Alfonso Machado Sotomayor fue el encargado
de subir al capó de la máquina 17 llevando consigo la pesada cadena de hierro.
Con el agua escurriendo por su uniforme y tiritando por el frio descendió hasta
la defensa de la enorme unidad y se descolgó hasta la cintura entre los dos vehículos,
uniendo las dos enormes máquinas con los eslabones.
-Abajo el agua rugía a pocos centímetros de mi cara. Uní a las
dos máquinas. Me levanté y puse una pierna en cada defensa para agacharme y terminar
de asegurar la cadena. Pero la máquina 17 se movió golpeada por la corriente y
desató la cadena. Yo caí al violento torrente de aguas. Cuando estaba siendo
arrastrado alcancé a agarrar la cadena y comenzó mi calvario. La poderosa
corriente me golpeaba el rostro. Piedras, troncos, desechos me golpeaban. Un
pantalón jean se me enredó en la cara y me estaba ahogando. Lo peor estaba por
venir, justo en la bocacalle, debajo del sitio en el que yo me debatía agarrado
de la cadena -entre los dos camiones- la
corriente voló la tapa de una alcantarilla y el agua comenzó a entrar por la
boca con violencia, succionándome con
una fuerza increíble. ¡La alcantarilla alcanzó a tragarme hasta la cintura y me
amenazaba con un ruido de volcán! Mi cuerpo vibraba de un lado a otro con el
paso del agua, golpeando mis piernas y la pelvis contra la boca del ducto.
Levanté la cabeza y vi a mis compañeros en la defensa del camión quienes me
gritaban. Mis amigos del alma estaban desesperados. Luis De la Cruz, se agachó
agarrado de la defensa y me extendió la vara escombriadora (vara con un gancho
de hierro en una punta para remover escombros) pero yo no podía tomarla, porque
el agua sucia irritó mis ojos. Ya casi perdía las fuerzas hasta que sentí que
agarré la vara y me impulsé fuera de la alcantarilla. Lo que recuerdo después
es que la corriente me arrastraba hacia el cruce de los dos arroyos, en donde
seguramente jamás me iban a encontrar. No sé cuánto fui arrastrado por la
corriente, mis compañeros dicen que fue más de una cuadra - detalla el bombero
Machado.
Ahora a merced de la corriente Machado descendía carrera abajo.
El cruce de la carrera 43 con la calle 51, tiene para los barranquilleros
negros recuerdos. Allí los dos arroyos se chocan y muestran -después de cada
aguacero- las impresionantes imágenes de vehículos destruidos y apilados frente
a la Universidad del Atlántico.
Alfonso Machado no puede evitar el llanto y detiene la
entrevista. Nos muestra unos registros de prensa en los que reseñan su odisea y
prosigue:
-Todavía recuerdo los rostros de mis compañeros. Desesperados,
impotentes, cuando la corriente me llevaba hacia una muerte segura y ellos sin
poder abandonar la seguridad de la defensa de la máquina. También recuerdo el
llanto de las familias que veían mi tragedia. Veían pasar mi cuerpo desde las
terrazas de sus casas. Los ciudadanos que me tiraban cabuyas y, en especial, a
una niña de colegio que corría a la par de la corriente tratando de que yo me
agarrara de su morral de estudiante -
En compañía de su grupo de trabajo |
Faltando 100 metros para llegar al cruce de la carrera 43 con la
calle 51, Machado alcanzó a observar que Jesús le extendió una mano. Y se
agarró de ella con todas las fuerzas. Era un inmenso tronco que bajaba
arrastrado por la corriente. El tronco quedó enganchado en el “viento” de un
poste de energía eléctrica. Hasta allá llegaron sus compañeros a abrazarlo. A
pocos metros la corriente rugía -frente a un muro protector de la universidad
del Atlántico y el centro comercial que funciona en la esquina del frente- en
donde las corrientes chocan produciendo una enorme montaña de espuma, y la
gente se reúne horrorizada para ver desaparecer entre la mole de agua, carros,
escaparates, muebles, y personas que parecen maniquíes impotentes entre el
inmenso poder de las aguas.
Alfonso machado recibiendo condecoración por parte de su comandante |
Alfonso Machado fue hospitalizado y -veinte días después- se calzó nuevamente su uniforme de Bomberos. Todavía pertenece al organismo de socorro del que no piensa salir nunca más en su vida, porque allí aprendió a valorar la vida entre gente que realmente valora la suya…
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