Raúl Charris: buscando trabajo para
estudiar se lo tragó la guerra en El Caguán
El joven barranquillero
sobrevivió a la operación militar de retoma de la zona del Cagúan. Su ilusión
era sacar a su familia de la pobreza.
Por William Ahumada Maury
Fotos tomadas álbum familiar
Convencido que el llamado de la guerra iba a ser sólo un paso
más para alcanzar su sueño de ser médico, Raúl Charris se enroló en el Ejército.
Parecía no contar con más opciones. Lo atormentaba la
apretada situación económica en su hogar. Quería aliviar la carga que pesaba
sobre los hombros de su padre con el resto de hermanos. No tenía tiempo
siquiera a hacer un curso y optar por gestionar un buen empleo.
El joven se dejó atrapar por esta encrucijada con la misma
timidez con la que había enfrentado sus 18 años de su vida. Siempre fue
silencioso, nunca había pronunciado una vulgaridad, era obsesivamente aseado y
dado a pensar siempre antes de resolver un problema. Tenía la apariencia
apacible y trasparente del estudioso del curso.
Quienes lo escuchan hablar concluyen –sin llegar a divagar
sus antecedentes familiares- que no estaba preparado para ir a la guerra.
-Y un soldado no se fabrica de un día para otro en el
Ejército. El soldado que sobrevive en una guerra es una persona que debe ser
preparado sicológicamente. Debe ser una persona ruda y mentalmente fuerte-
diría después el médico veterinario Raúl Charris, padre de Raúl.
En medio de su encrucijada - encerrado en su alcoba -el joven
bachiller no pensaba igual:
-Termino mi servicio, me gano mi libreta militar, regreso a
Barranquilla, consigo un trabajo para pagar mi universidad y me hago médico
estudiando mientras trabajo – pensó Raúl Charris, con la cabeza recostada en su
almohada.
Para evitar la segura oposición de sus padres, Raúl Charris,
realizó todo el trámite para enrolarse en el Ejército, a escondidas. Fue
admitido, conoció el día en que iba a entregar su libertad por algún tiempo y,
-sólo entonces- tomó un bus y se dirigió al Jardín Zoológico de Barranquilla,
donde su padre trabajaba como asistente del cuerpo de veterinarios. Lo encontró
concentrado, sedando a un enorme cachorro
de tigre de Bengala, para operar un tumor benigno en una pata delantera
izquierda.
-Papá, me voy al Ejército- lo encaró sin preámbulos.
- Necesito mi libreta militar para buscar un trabajo y
estudiar medicina. No quiero entregarte la carga de pagar mis estudios, que son
costosos. Dame tu Bendición que me voy pasado mañana-
Para el experimentado veterinario fue como recibir un golpe
en la mandíbula de un peso pesado. El médico se estremeció, agarró del mesón de
cirugías para no caer de espaldas, miró a su hijo con los ojos enjuagados en
lágrimas y contestó:
-Hijo porqué haces eso. Tú sabes que no quiero que vayas a
exponerte a esa aventura. Quédate aquí que yo respondo por lo que necesites- le
suplicó.
El joven mostró el volante de citación para el enrolamiento.
El juramento de bandera sería poco después. Ya no había paso atrás.
El veterinario no pudo evitar el llanto. El Personero
Auxiliar delegado para la vigilancia del zoológico, Edgardo Altamar Fontalvo
–estaba su lado y lo había escuchado todo-, abrazó conmovido a Charris.
-Compadre. Si su hijo lo hizo…déjelo ir. No le corte las
alas. Deje que el pelao haga lo que deba hacer para ayudarlos- aconsejó.
Los dos días posteriores fueron oscuros. En la casa nadie
hablaba. Parecía una familia poseída por un sedante vaporizado en el ambiente.
Y llegó el día de la despedida.
El joven Raúl salió de su barrio –Ciudadela 20 de Julio-. Se
despidió de sus padres convencido de que el resto de Colombia debía ser una
versión más grande de la rumba eterna que se acostumbró a vivir en Barranquilla.
-Todos los días veía por la televisión eso de tomas
guerrilleras, secuestros, masacres. Pero eran cosas que observaba muy lejanas y
nunca pensé vivirlas como una pesadilla. Mis sueños estaban en llegar a ser
médico y sacar a mi familia adelante- reconoció después.
Abrazó con fuerza a
sus padres. Besó tiernamente a su novia y abordó el taxi que lo esperaba en la
esquina de su casa. Llegó al Batallón Cartagena el 19 de agosto de 1993.
Inmediatamente dejó de ser Raúl Charris Cañas.
Los sueños de batas perfumadas y el olor de fármacos de
laboratorio se diluyeron entre la
disciplina militar, las bromas pesadas de los soldados cachacos y el olor a
pecueca de los alojamientos, lo hicieron entender su nueva realidad.
El 19 de febrero de 1995 terminó su servicio militar. Regresó
a su casa de la Ciudadela 20 de Julio con su libreta en la mano pero la pobreza
parecía haberse ensañado con la familia Charris Cañas.
Entonces recordó las palabras de despedida de un oficial
antioqueño de voz autoritaria que les propuso: “Quienes deseen seguir la
carrera militar como soldados profesionales los esperamos hasta el 15 de marzo.
Tendrán un sueldo mínimo más el 40 por ciento. La pensión será a los veinte
años de servicio”.
El 11 de marzo de ese mismo año, a las 5:00 de la mañana el
jovencito Raúl Charris Cañas respondió a todo pulmón el saludo matutino a su
comandante. Un coronel de apellido Mahecha. Era el tercer hombre de la segunda
fila del pelotón número dos: “Bueeeeenos días mi coronel”.
Había regresado a las filas sin anunciárselo a sus padres,
para no preocuparlos.
Tenía pintada la cara con líneas verdes y negras y los
trataban con rudeza, como si no pudieran caminar por su propia cuenta. Los
prepararon para cuidar los oleoductos Caño Limón Coveñas de Ecopetrol. Se reentrenó
en Valledupar y fue incorporado como soldado profesional el 11 de marzo de 1995,
en el batallón compañía de planes especiales.
El soldado Charris dice que las primeras semanas vigilando
los oleoductos fueron tranquilas. Hasta que un día la violencia los sacó de su
comodidad. Recuerda que se hallaba con tres compañeros en el comedor del
batallón, observando la televisión. Esa noche el entonces presidente de Colombia, Andrés
Pastrana Arango dio un discurso desesperanzador para el país:
-“Compatriotas, las Farc han traicionado su palabra. El
secuestro del avión de Aires en pleno proceso de Paz es una afrenta al país. He
tomado la decisión de dar por terminados los diálogos de Paz con esa guerrilla”-.
Todos quedaron petrificados. Segundos después un llamado por
megáfono los estrelló contra su nueva realidad: -“Por orden de mi general Jorge
Enrique Mora Rangel, todo el mundo prepara equipos. En media hora todos en las
filas perfectamente formadas”-.
Se iniciaron dos días de insomnio. El soldado Charris recuerda
que viajó con sus compañeros en camiones, aviones y helicópteros hasta que
llegaron al municipio de Granadas, Meta. Ya era parte del batallón contraguerrillas
número 21, “Pantano de Vargas”.
Ninguna de las consignas de seguridad que le taladraron el
cerebro durante todo el viaje fue tan
cruel como el recibimiento que le dio la violencia en la llamada “Operación
retoma del Cagúan”.
Entonces el soldado Charris sintió que un fuego se apoderó de
su pecho, como si tuviera puesta una faja térmica. Despertó en medio de la
brusquedad de un camión que transportaba la tropa. Apretó los dientes y
entendió que debía pelear por su vida.
-En el batallón había muchos pelotones. La misión era avanzar en medio de combates, recuperando los terrenos que estaban ocupados por las Farc. Pero la guerrilla no se marchó del Cagúan, se replegó en grupos andantes. Con frecuencia se dejaban ver, a pie, en moto o a caballo con sus fusiles. Nos insultaban por la radio. Nos decían que de esa noche no pasábamos. Ellos eran miles y se hacían sentir por todos lados, la consigna de nosotros era esperar un error de ellos y contratacar. No dejarnos sorprender…
Un 28 de mayo, la
orden fue desalojar a la guerrilla del rio Guajar, en Puerto Lucas, Meta.
-Nos formaron en comandos de 15 hombres. Había un puente
estratégico y lo ocupamos. Otros pelotones pasaron y acamparon al otro lado. Dormíamos
en un potrero a cielo abierto y comenzaron a llover granadas y disparos de
fusil. Nos gritaban y se acercaban con rabia. Respondimos al fuego pero
estábamos de espaldas al rio…arrinconados. El combate fue largo y se nos
acabaron las municiones. En la oscuridad juré no dejarme morir en el campo de
batalla-, relata este guerrero anónimo
de Colombia.
Se lanzaron a un jagüey. Tenían barro hasta en las orejas. El
combate fue tan extraño e irregular que hasta perdieron la noción del tiempo.
-Tenía a mi lado a un soldado Manuel José Castro, nacido en Valledupar y a otro, Oscar Gonzáles, de Montería. Esos manes eran bravos, unos guerreros. Íbamos a tirarla toda; a pelear hasta el final. De un momento a otro llovió plomo y granadas de mortero a la guerrilla desde nuestras espaldas. Era nuestro apoyo…venían del otro lado del río. Era la compañía Armenia. Venían bajando por la vía de Vista Hermosa. Les dieron duro a los malos. Esa vez perdimos a dos compañeros. Los muertos eran unos peladitos de Risaralda. La guerrilla sufrió una baja. Era una niña de unos 20 años. Quedó con los ojos abiertos. Al salir el sol fui a verla en el monte. Me di cuenta que tenía una nube en un ojo. Ella nos había saludado con amabilidad sólo unas horas antes. Así me recibieron en la zona de distensión -, recuerda el dragoneante Charris.
La guerra sicológica era permanente. Y siempre los
despertaban con morteros y ráfagas desde las montañas. -Emboscaban a diario a
los comandos, mataban soldados al mínimo descuido. Y nosotros le dábamos de
baja a ellos también. No había un día en que no tuviésemos novedades que
reportar. Por radio nos trataban de cerdos y decían que nos iban a despedazar -,
precisa.
Los soldados sólo descansaban por horas. Los sacaban por aire
a reponerse en el batallón.
-Sólo así teníamos tiempo para pensar en nuestra familia, en
las novias y, al poco rato… de nuevo al helicóptero. Y de regreso al campo de
batalla. Era como salir de una realidad cruel y violenta, vivir por un rato una
vida normal y a las diez horas sumergirnos de nuevo en las aguas de la guerra,
a hacerle el juego cruel a la muerte. Perdí la cuenta de las amistades que
pretendí edificar con pelaos de Barranquilla y de la Costa a quienes vi morir -
se lamenta.
En medio de las balas su corazón se endureció y dejó de creer
que allí podría tener un amigo duradero:
-Había un soldado de Bogotá. Se llamaba Manuel Franco. Era
flaco y alto y buena gente, le decíamos la
muerte. Una madrugada me despertó y me dijo –apostemos quien se muere primero-. Yo le dije que no pensara en
esas maricadas. Después soñé que la
muerte se despidió de mano y lloraba. Una mañana después de ese sueño salí a sacarlo de su guardia. Estábamos en un
cementerio en la vereda Santo Domingo, en el Meta. Tenía que irse a dormir,
pero él era demasiado inquieto. Los perros del cementerio comenzaron a ladrar y
la tropa despertó sobresaltada y montó los fusiles. Estábamos mal ubicados contra
unos cerros y la guerrilla estaba arriba. La reacción de la tropa fue correr
hacia ellos disparando. La muerte se fue
a atacar en medio de gritos de guerra y le
hicieron una ráfaga con una M6: Lo partieron en dos. Yo lo vi saltar desde mi
guardia por los impactos -.
Y prosigue:
-El 31 de diciembre del 2004 estábamos en la vereda El
Danubio y la orden fue montar un retén
en la vía. Eran las dos de la tarde y el ambiente pesado opacaba la ilusión de
un día festivo. Llegó una camioneta cargada de licor y comida de restaurante.
Por la naturaleza de la carga, cualquiera hubiese dejado seguir ese vehículo
pensando que se trataba de algún finquero que había ordenado provisiones para
celebrar la llegada del año nuevo- me pareció extraño.
-La detuve y pedí al conductor que se identificara. Era un
hombre de vestido descuidado, con apariencia de un trabajador del campo.
Entonces pensé, “no se ve gente que quiera celebrar año nuevo por acá, esta es
una zona de guerra. Este tipo tiene que ser guerrillero”-
-El conductor se puso nervioso y me dijo en tono bajo: “Yo
soy militar…soy el sargento Wilson Oquendo. Estoy infiltrado en la guerrilla.
Si quiere llame por radio al comando y yo le doy mi clave para que le confirmen.
Dígale a mi coronel Sánchez que esta noche es la noche. Vamos con el plan.
¡Soldado voy a confiar en usted. Voy a bajarme la máscara esta noche, mire que no
deje que me descubran!”-.
Así se hizo. Se confirmó que el recién llegado era de los
nuestros. El comando trazó una operación
relámpago.
-A las nueve de la noche apareció en los cielos el avión fantasma. Lo seguía una flotilla de helicópteros artillados y por tierra nos desplazamos varios contingentes a rodear la finca y dar el golpe sorpresa a ese grupo guerrillero. El campamento estaba a seiscientos metros de nuestro retén. Los guerrilleros bailaban, cantaban y bebían. Estaban celebrando confiados en que nadie podía penetrar sus fortalezas. El bombardeo se inició poco antes de las 9:40 de la noche. Fue inclemente… al día siguiente encontramos 23 cadáveres -.
-En ese tiempo no recuerdo cuantos militares murieron a mi
lado. El 4 de agosto del 2008 estuvimos unos hostigamientos cerca a la vereda
El Danubio. Llovía y hacía un calor feo. Tenía la piel pegajosa. Había unos
soldados cachacos que les gustaba futbol y jugábamos en el batallón. Yo los
miraba con simpatía. Los costeños habíamos perdido un partido y acordamos la
revancha para otro día de descanso-.
Charris hace una pausa, mira unos mensajes de su esposa en su
celular, se rasca la cabeza y prosigue.
-Para entonces la misión fue retomar una finca abandonada que
íbamos a utilizar para descansar. Era una estancia agradable, amplia, con
terrazas oxigenadas y cubierta por plantas ornamentales en medio de extensos
sembradíos de frutales. El comando ordenó retomarla, acondicionarla y
habilitarla como sitio para recargar energías:
-Para esa misión le tocó ir adelante al equipo cachaco. Se
fueron felices a cumplir la misión. Cuando
quieran le damos la revancha,
propuso uno de ellos y caminó con su fusil en la espalda. Llegaron a la finca y
la vieron –en apariencia- desocupada. Entraron y volaron en mil pedazos. La
vivienda era en un campo minado. Colocaron ocho cilindros bomba. Murió mi
sargento José Lozano Moncada, era el portero del equipo cachaco y siete soldados
más. El operador de radio quedó herido pero combatió como un león. Se ocultó
sobre un árbol. Desde allí mantuvo a raya a unos guerrilleros que querían
rematarlos. Nos llamó con su celular, fuimos por ellos. Había ocho militares
heridos…pero peleando-
Ahora Charris llora.
-Un día de descanso me llamó mi mayor Walter Oquendo. Me dijo:
“soldado Charris es que usted no se
piensa pensionar… ¿o quiere que lo mande más lejos?”-
Era el 15 de enero del año 2012 cuando el soldado Charris
regreso a Barranquilla a los brazos de sus padres Raúl y Juana.
Entró a su casa y notó de inmediato que la pobreza aún
habitaba en el hogar de la familia Charris Cañas…pero ahora había madurado y
entendió que debía seguir guerreando.
Esa es la realidad de la guerra en Colombia, la tal paz estable y duradera ya se acabó y de nuevo sigue la guerra, el país está dividido y lleno de odió al paso que vamos esto va a terminar en una guerra civil por causa de los políticos que incitan a la vilencia y al odió
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