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miércoles, 20 de mayo de 2020

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Viaje a las entrañas de una sangrienta emboscada en Montes de María

Un comando de la Armada Nacional fue atacado en las goteras de El Carmen de Bolívar. Un “soldado desconocido” y “el escudo protector” las razones por las que no fue exterminado todo el grupo de vigías de la carretera El Carmen-Zambrano.


Por: William Ahumada Maury
Fotos: Archivo personal Casarrubia


El soldado desconocido, era –hasta ese 24 de junio del año 2003- un personaje de fantasía para el cabo Hernando Casarrubia Guarines.

Casarrubia era un militar muy joven pero curtido en la guerra. Había sobrevivido a muchas emboscadas y perdió la cuenta de los soldados que vio morir en esa confrontación cruel e inconcebible que desangra al país.


Esa mañana, Casarrubia había llegado puntual a una cita con la muerte, por ser un guardián más de Los Montes de María, un sector de la Costa Caribe Colombiana privilegiado con una tierra fértil y productiva, con enormes tesoros culturales, pero convertido en campo de batalla por las guerrillas, bandas criminales y las fuerzas del Estado.

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Pero ocurrió. Después de sobrevivir a dieciocho emboscadas, en casi dos décadas de guerra, le vio la cara a la muerte. Estaba debajo de un camión, acorralado, mal herido y sin municiones, hasta que llegó  el soldado desconocido. Casarrubia Guarines ya se había encomendado a Dios y comenzó a disparar las últimas balas de un fusil que halló cerca a un suboficial muerto. Había visto caer despedazados a la mayoría de sus compañeros de combate, cuando el soldado desconocido apareció. Cuenta que había dejado de escuchar las voces de ánimo que suelen darse los soldados en combate y sólo percibía los gritos agónicos de tres infantes de marina que tiraban sus restos en esa cruel emboscada. 


El soldado desconocido apareció con el cuerpo y el rostro bañados en sangre, pero con una actitud alegre, que le devolvió la confianza al cabo Hernando Casarrubia. El joven desconocido gritó imponiendo su voz de flauta sobre los estruendos de bombas, disparos y odio que asediaba al aniquilado comando de la Armada Nacional, a sólo cuatro kilómetros del municipio de El Carmen de Bolívar. 

“! No se preocupe mi cabo…que de esta salimos nojodaaaaa!”

El joven apareció frente a la cabina de un camión artillado sobre el que disparaban los hombres de las Farc, buscando acabar con los últimos sobrevivientes de esa unidad militar que había sido emboscada. Eran las 7:43 de una mañana sangrienta más en los Montes de María.  

Casarrubia recuerda:

 – Estaba tirado debajo del camión, empapado en sangre y ACPM. Trataba de ocultarme entre los cadáveres de varios de mis hombres. Y ya tenía a los guerrilleros allí, a pocos metros. Los escuchaba hablar muy cerca. Nos llamaban y pedían que nos entregáramos. Vi como remataban sin compasión a los muchachitos que veían heridos  

-Sentí que ese jovencito que se me apareció en ese instante, era un ángel, ¡era mi hermano! Llegó decidido, resuelto a exponer su integridad por personas que él no conocía. De verdad es muy  valiente. Parecía no importarle que las balas lo buscaban rebotando entre las latas de la cabina del camión. Él estaba ahí frente a la puerta derecha de mi camión. Tiró a un lado un fusil con el que había estado peleando, agarró una pistola que tenía empuñada un soldado caído y me dio la voz de ánimo:

“Dele mi cabo, esta salimos nojoda. ¡Honor, honor, honor mi jefe!”

Esa mañana Casarrubia había visto morir a 13 de los 21 hombres comisionados desde la base de Infantería de Marina de Malagana, Bolívar. Esos militares tenían la misión de proteger una caravana de carros que se había represado desde la noche anterior en la cabecera del municipio Carmen de Bolívar.

Para esa época los retenes de la guerrilla se daban a diario. Secuestraban civiles, asaltaban camiones, colocaban bombas que despedazaban a los uniformados del Ejército y la Policía. Estos hechos, convirtieron los Montes de María en una de las tres regiones más violentas del país y llevaron a las autoridades a diseñar un plan de control.

Entonces el gobierno prohibió el tráfico nocturno por el tramo entre El Carmen de Bolívar y Zambrano. Por orden presidencial la Armada Nacional, debía escoltar por las mañanas a los usuarios de esa carretera.


Dentro de ese plan de rescate de los Montes de María, fue enviado un nutrido componente del Ejército de Colombia. Trajeron un tanque de guerra “Cascabel”, un vehículo blindado que estacionaron a la entrada del pueblo. Entre las unidades del Ejército había un joven soldado contraguerrillas que estaba maravillado con una ametralladora .50 que la Armada había instalado en el volteo de un camión particular que había sido blindado para contrarrestar los ataques y emboscadas de la guerrilla. El inquieto joven solicitó permiso a su jefe y fue autorizado para subir a la cabina del camión artillado.


Los hombres de la Armada bautizaron a la volqueta como “Escudo Protector”. La estrategia militar causaba impacto entre los civiles y las unidades de otros cuerpos armados.

Un camión-volteo artillado se había convertido en un arma letal contra los continuos ataques de la guerrilla sobre la vía. No tenía aún los dos meses de haber salido a la vía y mostró en tres combates importancia táctica para la Armada:

-Esa ametralladora .50 tiene un alcance de hasta seis kilómetros de impacto efectivo. En los retenes impactó fuertemente a las guerrillas. Supimos por inteligencia que los comandos de los frentes 35 y 37 de las Farc ordenaron a sus unidades destruir ese camión blindado y hasta ofrecieron premios a quienes lo despedazaran. En una emboscada en San Cayetano dedicaron muchos explosivos en acabarla y nos mataron a un infante, pero la .50 hizo desastres entre los guerrilleros. Ya sabíamos que las Farc tenían esa misión y hasta la esperábamos – precisó el suboficial

La enorme ametralladora .50 estaba soldada por su trípode al piso laminado del volteo. También ajustaron una silla giratoria al frente para brindarle comodidad al artillero. El volteo fue reforzado con láminas elevadas de hierro que sólo permitían ver las cabezas de los infantes de marina que acompañaban al artillero. Con la salida del “Escudo Protector” se equilibró la lucha contra la guerrilla en esas carreteras, pero era un hecho que la insurgencia estaba buscando la forma de destruir esa importante estrategia de la Armada.

El niño-militar subió maravillado a la cabina del poderoso camión. Los ojos le brillaban, dentro de un mundo de rostros maquillados de verde y azul, robots humanos que hablaban en monosílabos y carros reforzados y armados para enfrentar la muerte. Joe Carnahan, director del rodaje The A-Team (Los Magníficos), la premiada serie de guerra norteamericana de los 80, se hubiera sentido como pez en el agua ese día.

Esa mañana de junio habían amanecido represados más de cien vehículos en la cabecera de Carmen de Bolívar. Los conductores sonaban sus pitos, estaban ansiosos y exigían hablar con el teniente Rafael Arango Soto, comandante de la unidad de la Armada que debía escoltarlos. El teniente Arango finalmente dio la orden de salida. Los conductores hicieron sonar sus neumáticos en el asfalto y salieron a toda velocidad, como si todos huyeran de la desgracia.

Por la salida apresurada de los carros particulares, los tres camiones escoltas de La Armada quedaron en la cola de la caravana. La gigantesca fila de vehículos deslizándose por la carretera semejaba una enorme serpiente multicolor que reptaba aterrorizada sobre la cinta negra de la vía. Los conductores sonaban los pitos al tiempo. Era un sonido lúgubre, tenso y profundo que arrugaba el alma. Iban a mucha velocidad sobre el asfalto, por entre los verdes y empinados cerros, custodiados a lado y lado por árboles inmensos y riscos afilados, en el corazón de los Montes de María.


Casarrubia no puede ocultar el impacto que aún producen los recuerdos de esa mañana:

- Salimos del batallón 21 hombres en tres camiones, al mando de mi teniente Rafael Arango Soto. Esa mañana nos atrasamos un poco porque estábamos aceitando la ametralladora .50 que habíamos instalado en el volteo del camión que yo conducía  -

-El primer camión de la Armada llevaba once infantes profesionales en la sección de atrás. Al mando iba el teniente Arango con el conductor Harry Touss Castaño, de 21 años. El segundo camión era el mío, una volqueta International, modelo 98, color vino tinto. Ese vehículo lo usábamos para cargar arena en el batallón y lo artillamos para este plan. Llevábamos cinco infantes escoltas en el volteo. Yo iba con otro suboficial, y el soldado del Ejército que se había ofrecido acompañarnos.  El tercer carro era un camión International blanco con otros seis infantes profesionales. Todos estaban uniformados con camuflados y armados con fusiles e instruidos para el combate –


Casarrubia hace una pausa, saborea una taza de café, y prosigue:

-Yo hablaba animadamente con el suboficial que iba sentado a mi lado. El soldado del Ejército que iba sentado al lado de la puerta derecha alcanzó a decirnos que venía de Santa Marta y le faltaban unos meses para salir de licencia. Recuerdo que le dije “los infantes de esta unidad también van a salir en una semana. Están felices”. En ese instante ocurrió una explosión frente a nosotros que hizo detener en seco mi camión, y volvió añicos el vidrio panorámico -

El suboficial traga en seco y continúa:

-La explosión nos sorprendió a cuatro kilómetros del Carmen de Bolívar. El primer camión había llegado a la cima de una loma conocida como La Roma, frente a la antena de la emisora del pueblo. Allí hay una curva a la izquierda. El  camión de adelante iba tomando esa curva cuando se escuchó la detonación. El segundo –mi camión- iba a unos ochenta  metros atrás. Fue tan fuerte la explosión que los árboles de los alrededores se estremecieron de raíz. La explosión atrapó al primer camión y lo lanzó por los aires en medio de una bola de candela. Enseguida se vinieron otras explosiones y una lluvia de balas que impactaban mi cabina y la rompían como si fuera de papel. Los guerrilleros atrincherados a lado y lado de la carretera nos gritaban obscenidades y disparaban sin tregua. Recuerdo que los hombres que llevaba en mi volteo reaccionaron, les respondían gritaban y disparaban dándoles moral a los infantes que habían caído en el primer camión –

Casarrubia, hoy pensionado con el grado de sargento, hace una pausa emotiva, seca sus lágrimas con la manga de su camisa y continúa:

-Mi carro no se apagó. Lo primero que se me ocurrió fue acelerar y enfilar el camión por entre el humo gris que envolvía al primer carro. Atropellé a unos guerrilleros que estaban detrás de una mata de monte y nos disparaban de muy cerca. Mis hombres también les disparaban. Salimos de la emboscada, nos alejamos cuatrocientos metros y me detuve antes de caer en una cuneta. Pude haber seguido y evitar el combate, pero no. Pese a que escuchaba gritos que me alentaban para que huyéramos. Respondí con fuerza: “No señor, tenemos que regresar por nuestros compañeros que los están masacrando” y le di la vuelta al camión. Regresé a meterme de nuevo en la emboscada y atropellé a otros guerrilleros que continuaban disparando. Me metí nuevamente en la emboscada y quedamos frente al primer carro, que  ahora se incendiaba. Se me arruga el alma, pero vi caer lentamente, como si fuera un sueño de espanto, a los infantes de ese vehículo –


Casarrubia hace una pausa para espantar los fantasmas que lo atrapan a esa guerra y prosigue:

 -Los hombres que iban atrás en mi camión se protegían detrás de los latones laterales del volteo. El infante artillero de mi .50 puso a raya a un grupo de guerrilleros que llegaban gritando a pocos metros de nosotros. El sonido de la ametralladora .50 era poderoso y mantenía alejados a los guerrilleros que nos acosaban, hasta que cayó un balón bomba dentro del volteo de mi camión. Todo el camión se estremeció hasta quedar desajustado. La .50 se silenció. Entonces en medio de ambiente gris del humo y el olor a pólvora quemada vi nuevamente a los guerrilleros llegar encorvados y disparando sus fusiles hacía nosotros. Nos tenían cercados. Tomé el fusil del infante que había muerto a mi lado y grité con el corazón para recibir la muerte peleando -

Y agrega:

-Yo salí de la cabina, me deslicé hasta quedar debajo del camión. Me coloqué boca abajo frente a las llantas traseras del lado izquierdo. Otros infantes heridos se fueron ubicando a mi lado, pero la lluvia de balas, granadas y bombas era muy densa. Las llantas del camión estallaron por los impactos de francotiradores de la guerrilla. El tanque con ACPM de la volqueta fue destrozado y derramó el combustible caliente sobre nosotros. Iban unos veinte minutos de combate y sentía cada vez menos las voces de mis hombres. Yo les gritaba, les  daba ánimos, pero iba a ocurrir lo inevitable. Nuevamente comencé a sentir las voces de los guerrilleros, cada vez más cerca: “Entréguense, muérganos entreguen las armas. Salgan con las manos en alto”. Llegaron al primer camión,  remataban sin misericordia a los infantes heridos, y le quitaban las armas. Me revolví entre los infantes muertos a mi lado y encontré otro fusil con tiros. Me hice el muerto para voltearme y dar de baja a los primeros guerrilleros que llegaran por mí. Iba a morir con dignidad.  En ese instante de angustia apareció ese soldado desconocido. Estaba al pie de la puerta, se inclinó y miró debajo del camión, me gritó: “Mi cabo fuerza, fuerza mi jefe que salimos de esta nojoda. Ánimo mi cabo que vamos a pelear hijueputaaaaa” gritó con el alma. Con impresionante agilidad subió al volteo del camión y agarró nuevamente la ametralladora .50. Y la disparó con fuerza. La hacía girar con maestría, quemó cuatro cajas de cananas. Hizo poner en retirada a los guerrilleros que ya estaban rematando a los infantes del primer camión. Vi caer a muchos de ellos –


Y agrega:

-Cuando ese soldado desconocido equilibró el combate presencié algo increíble. Alguien se arrastraba –con las piernas convertidas en girones de piel y músculos - del primer camión hacía el mío. Era un trayecto como de cuarenta metros. El soldado desconocido y yo lo cubrimos disparando a los guerrilleros para evitar que lo remataran. El hombre alcanzó a llegar hasta la parte baja de mi camión y se parapetó entre nosotros. ¡Era mi teniente Rafael Arango Soto. Era mi teniente Arango! – exclama emocionado Casarrubia.

El teniente Arango, con el rostro cubierto en sangre y pesgostes de tierra, tomó su pistola 45 y apoyó a sus hombres. Pero la muerte estremeció nuevamente a los infantes de la Armada que luchaban debajo del camión. Un francotirador de la guerrilla destrozó el brazo derecho del soldado desconocido que estaba maniobrando la ametralladora .50. El joven soldado  -con el brazo inmovilizado-  se tiró debajo del vehículo y siguió disparando, con el brazo izquierdo un fusil que había encontrado arriba, en el volteo. Lloraba de la rabia y desafiaba a los guerrilleros entre los estruendos de muerte. En medio de la lluvia de balas, morteros, y granadas el teniente Arango tomó su radio y llamó al comando de la Armada, reclamando apoyo.

-¡Mi coronel no nos deje morir. Los tenemos encima mi coronel. Ya perdimos muchos hombres y dos camiones. Por favor envíe el apoyo mi coronel!- suplicaba el teniente Arango.

Su voz llegaba al comando de la Armada mezclada con las detonaciones del combate.

La voz radial de un oficial  –igualmente angustiado- prometió que el apoyo llegaría pronto.

El refuerzo estaba cerca. Estaba ahí, a cuatro kilómetros, a la salida del Carmen de Bolívar, pero la guerrilla había tendido emboscadas a la salida de ese pueblo. Decenas de guerrilleros disparaban de lado y lado de la carretera y desde los cerros. No dejaba ingresar a la zona de emboscada a los contingentes del Ejército que podrían apoyar a sus compañeros de la Armada.

Repentinamente y en medio de una lluvia de proyectiles, el tanque de guerra que estaba estacionado a la entrada del pueblo comenzó a moverse hacía la emboscada. Decenas de soldados del Ejército que se protegían detrás del vehículo pintado de verde y amarillo entonaban cánticos de guerra. Los militares caminaron inclinados y apretujados a la parte trasera del “cascabel” y atacaron con sus fusiles y lanzagranadas la resistencia que la guerrilla había apostado sobre los cerros. Los guerrilleros se dispersaron perseguidos por los militares y apoyados por el comando del último camión de la Armada que peleaba dentro de la  emboscada. Simultáneamente el sonido ronco y profundo del motor un helicóptero artillado trajo de nuevo a la vida a los infantes que estaban debajo del destruido camión, con la .50. Los soldados artilleros del helicóptero ametrallaban las faldas de los montes poniendo en fuga a los guerrilleros.

Lo que quedó allí, a sólo cuatro kilómetros del Carmen de Bolívar fue  desolador.  La Armada Nacional perdió a 13 hombres y otros ocho resultaron heridos. Hallaron tres cadáveres de guerrilleros, pero –tres días después- un desertor dijo que las Farc perdieron 25 hombres en ese combate.

El cabo Casarrubia dice que recuperó el sentido día y medio después debajo de la lámpara de una sala de una clínica en Cartagena. Tenía tres esquirlas de granada en el cuello, una pierna desgarrada por un balón bomba y una mano destrozada que más tarde fue reconstruida.

Dice que preguntó quién era el soldado del Ejército que los había apoyado:

-“Se salvó mi cabo. El pelado resultó gravemente herido. Tiene un brazo hecho girones. Lo remitieron a Bogotá y allá se está recuperando”-, le respondió otro militar.

-Quiero conocerlo- solicitó

-Después Casarrubia. Tiene que recuperarse. Después se lo presentamos – prometió un oficial.
La promesa nunca se ha cumplido y Casarrubia recuerda a su héroe con un profundo sentimiento de respeto.


Ahora, años después y en uso de buen retiro,  sonríe cuando recuerda:

-Un médico me preguntó ¿Y usted en qué momento del combate recogió ese dedo que tenía empuñado en la mano derecha cuando llegó acá? Le dije que –en medio del combate- iba a recargar un fusil y no pude porque no tenía dedos y vi uno en suelo que todavía se movía en medio de un charco de combustible y sangre. Lo recogí y…creo que me desmayé ¿verdad?

Días después del combate Colombia ya había olvidado la masacre y el cabo Hernando Casarrubia Guarines fue enviado a otra  guarnición de la Armada donde enfrentó la muerte varios años más.



Sobrevivió a otros choques con la subversión hasta que el Estado reconoció su valor y lo hizo figura de un libro en el que es reconocido como Héroe de la Patria…

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