Viaje a las entrañas de una sangrienta emboscada en Montes de María
Un
comando de la Armada Nacional fue atacado en las goteras de El Carmen de
Bolívar. Un “soldado desconocido” y “el escudo protector” las razones por las que
no fue exterminado todo el grupo de vigías de la carretera El Carmen-Zambrano.
Por: William Ahumada Maury
Fotos: Archivo personal Casarrubia
El
soldado desconocido, era –hasta ese 24 de junio del año 2003- un personaje de
fantasía para el cabo Hernando Casarrubia Guarines.
Casarrubia
era un militar muy joven pero curtido en la guerra. Había sobrevivido a muchas emboscadas y perdió la cuenta de los soldados que vio morir en esa
confrontación cruel e inconcebible que desangra al país.
Esa
mañana, Casarrubia había llegado puntual a una cita con la muerte, por ser un
guardián más de Los Montes de María, un sector de la Costa Caribe Colombiana
privilegiado con una tierra fértil y productiva, con enormes tesoros
culturales, pero convertido en campo de batalla por las guerrillas, bandas
criminales y las fuerzas del Estado.
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Pero
ocurrió. Después de sobrevivir a dieciocho emboscadas, en casi dos décadas de
guerra, le vio la cara a la muerte. Estaba debajo de un camión, acorralado, mal
herido y sin municiones, hasta que llegó
el soldado desconocido. Casarrubia Guarines ya se había encomendado a
Dios y comenzó a disparar las últimas balas de un fusil que halló cerca a un suboficial muerto. Había visto caer despedazados a la mayoría de
sus compañeros de combate, cuando el soldado desconocido apareció. Cuenta que
había dejado de escuchar las voces de ánimo que suelen darse los soldados en
combate y sólo percibía los gritos agónicos de tres infantes de marina que
tiraban sus restos en esa cruel emboscada.
El
soldado desconocido apareció con el cuerpo y el rostro bañados en sangre, pero
con una actitud alegre, que le devolvió la confianza al cabo Hernando Casarrubia.
El joven desconocido gritó imponiendo su voz de flauta sobre los estruendos de
bombas, disparos y odio que asediaba al aniquilado comando de la Armada
Nacional, a sólo cuatro kilómetros del municipio de El Carmen de Bolívar.
“!
No se preocupe mi cabo…que de esta salimos nojodaaaaa!”
El
joven apareció frente a la cabina de un camión artillado sobre el que
disparaban los hombres de las Farc, buscando acabar con los últimos
sobrevivientes de esa unidad militar que había sido emboscada. Eran las 7:43 de
una mañana sangrienta más en los Montes de María.
Casarrubia
recuerda:
– Estaba tirado debajo del camión, empapado en
sangre y ACPM. Trataba de ocultarme entre los cadáveres de varios de mis
hombres. Y ya tenía a los guerrilleros allí, a pocos metros. Los escuchaba hablar
muy cerca. Nos llamaban y pedían que nos entregáramos. Vi como remataban sin
compasión a los muchachitos que veían heridos –
-Sentí
que ese jovencito que se me apareció en ese instante, era un ángel, ¡era mi
hermano! Llegó decidido, resuelto a exponer su integridad por personas que él no
conocía. De verdad es muy valiente.
Parecía no importarle que las balas lo buscaban rebotando entre las latas de la
cabina del camión. Él estaba ahí frente a la puerta derecha de mi camión. Tiró
a un lado un fusil con el que había estado peleando, agarró una pistola que
tenía empuñada un soldado caído y me dio la voz de ánimo:
“Dele
mi cabo, esta salimos nojoda. ¡Honor, honor, honor mi jefe!”
Esa
mañana Casarrubia había visto morir a 13 de los 21 hombres comisionados desde
la base de Infantería de Marina de Malagana, Bolívar. Esos militares tenían la
misión de proteger una caravana de carros que se había represado desde la noche
anterior en la cabecera del municipio Carmen de Bolívar.
Para
esa época los retenes de la guerrilla se daban a diario. Secuestraban civiles,
asaltaban camiones, colocaban bombas que despedazaban a los uniformados del
Ejército y la Policía. Estos hechos, convirtieron los Montes de María en una de
las tres regiones más violentas del país y llevaron a las autoridades a diseñar
un plan de control.
Entonces
el gobierno prohibió el tráfico nocturno por el tramo entre El Carmen de
Bolívar y Zambrano. Por orden presidencial la Armada Nacional, debía escoltar
por las mañanas a los usuarios de esa carretera.
Dentro
de ese plan de rescate de los Montes de María, fue enviado un nutrido componente
del Ejército de Colombia. Trajeron un tanque de guerra “Cascabel”, un vehículo
blindado que estacionaron a la entrada del pueblo. Entre las unidades del
Ejército había un joven soldado contraguerrillas que estaba maravillado con una
ametralladora .50 que la Armada había instalado en el volteo de un camión
particular que había sido blindado para contrarrestar los ataques y emboscadas
de la guerrilla. El inquieto joven solicitó permiso a su jefe y fue autorizado
para subir a la cabina del camión artillado.
Los
hombres de la Armada bautizaron a la volqueta como “Escudo Protector”. La
estrategia militar causaba impacto entre los civiles y las unidades de otros
cuerpos armados.
Un
camión-volteo artillado se había convertido en un arma letal contra los
continuos ataques de la guerrilla sobre la vía. No tenía aún los dos meses de
haber salido a la vía y mostró en tres combates importancia táctica para la
Armada:
-Esa
ametralladora .50 tiene un alcance de hasta seis kilómetros de impacto
efectivo. En los retenes impactó fuertemente a las guerrillas. Supimos por
inteligencia que los comandos de los frentes 35 y 37 de las Farc ordenaron a
sus unidades destruir ese camión blindado y hasta ofrecieron premios a quienes
lo despedazaran. En una emboscada en San Cayetano dedicaron muchos explosivos
en acabarla y nos mataron a un infante, pero la .50 hizo desastres entre los
guerrilleros. Ya sabíamos que las Farc tenían esa misión y hasta la esperábamos
– precisó el suboficial
La
enorme ametralladora .50 estaba soldada por su trípode al piso laminado del
volteo. También ajustaron una silla giratoria al frente para brindarle
comodidad al artillero. El volteo fue reforzado con láminas elevadas de hierro
que sólo permitían ver las cabezas de los infantes de marina que acompañaban al
artillero. Con la salida del “Escudo Protector” se equilibró la lucha contra la
guerrilla en esas carreteras, pero era un hecho que la insurgencia estaba
buscando la forma de destruir esa importante estrategia de la Armada.
El
niño-militar subió maravillado a la cabina del poderoso camión. Los ojos le
brillaban, dentro de un mundo de rostros maquillados de verde y azul, robots humanos
que hablaban en monosílabos y carros reforzados y armados para enfrentar la
muerte. Joe Carnahan, director del rodaje The A-Team (Los Magníficos), la
premiada serie de guerra norteamericana de los 80, se hubiera sentido como pez
en el agua ese día.
Esa
mañana de junio habían amanecido represados más de cien vehículos en la
cabecera de Carmen de Bolívar. Los conductores sonaban sus pitos, estaban
ansiosos y exigían hablar con el teniente Rafael Arango Soto, comandante de la
unidad de la Armada que debía escoltarlos. El teniente Arango finalmente dio la
orden de salida. Los conductores hicieron sonar sus neumáticos en el asfalto y
salieron a toda velocidad, como si todos huyeran de la desgracia.
Por
la salida apresurada de los carros particulares, los tres camiones escoltas de
La Armada quedaron en la cola de la caravana. La gigantesca fila de vehículos
deslizándose por la carretera semejaba una enorme serpiente multicolor que
reptaba aterrorizada sobre la cinta negra de la vía. Los conductores sonaban
los pitos al tiempo. Era un sonido lúgubre, tenso y profundo que arrugaba el
alma. Iban a mucha velocidad sobre el asfalto, por entre los verdes y empinados
cerros, custodiados a lado y lado por árboles inmensos y riscos afilados, en el
corazón de los Montes de María.
Casarrubia
no puede ocultar el impacto que aún producen los recuerdos de esa mañana:
-
Salimos del batallón 21 hombres en tres camiones, al mando de mi teniente
Rafael Arango Soto. Esa mañana nos atrasamos un poco porque estábamos aceitando
la ametralladora .50 que habíamos instalado en el volteo del camión que yo
conducía -
-El
primer camión de la Armada llevaba once infantes profesionales en la sección de
atrás. Al mando iba el teniente Arango con el conductor Harry Touss Castaño, de
21 años. El segundo camión era el mío, una volqueta International, modelo 98,
color vino tinto. Ese vehículo lo usábamos para cargar arena en el batallón y
lo artillamos para este plan. Llevábamos cinco infantes escoltas en el volteo. Yo
iba con otro suboficial, y el soldado del Ejército que se había ofrecido acompañarnos.
El tercer carro era un camión
International blanco con otros seis infantes profesionales. Todos estaban
uniformados con camuflados y armados con fusiles e instruidos para el combate –
Casarrubia
hace una pausa, saborea una taza de café, y prosigue:
-Yo
hablaba animadamente con el suboficial que iba sentado a mi lado. El soldado
del Ejército que iba sentado al lado de la puerta derecha alcanzó a decirnos
que venía de Santa Marta y le faltaban unos meses para salir de licencia.
Recuerdo que le dije “los infantes de esta unidad también van a salir en una
semana. Están felices”. En ese instante ocurrió una explosión frente a nosotros
que hizo detener en seco mi camión, y volvió añicos el vidrio panorámico -
El
suboficial traga en seco y continúa:
-La
explosión nos sorprendió a cuatro kilómetros del Carmen de Bolívar. El primer
camión había llegado a la cima de una loma conocida como La Roma, frente a la
antena de la emisora del pueblo. Allí hay una curva a la izquierda. El camión de adelante iba tomando esa curva
cuando se escuchó la detonación. El segundo –mi camión- iba a unos ochenta metros atrás. Fue tan fuerte la explosión que
los árboles de los alrededores se estremecieron de raíz. La explosión atrapó al
primer camión y lo lanzó por los aires en medio de una bola de candela.
Enseguida se vinieron otras explosiones y una lluvia de balas que impactaban mi
cabina y la rompían como si fuera de papel. Los guerrilleros atrincherados a
lado y lado de la carretera nos gritaban obscenidades y disparaban sin tregua.
Recuerdo que los hombres que llevaba en mi volteo reaccionaron, les respondían gritaban
y disparaban dándoles moral a los infantes que habían caído en el primer camión
–
Casarrubia,
hoy pensionado con el grado de sargento, hace una pausa emotiva, seca sus
lágrimas con la manga de su camisa y continúa:
-Mi
carro no se apagó. Lo primero que se me ocurrió fue acelerar y enfilar el
camión por entre el humo gris que envolvía al primer carro. Atropellé a unos
guerrilleros que estaban detrás de una mata de monte y nos disparaban de muy cerca.
Mis hombres también les disparaban. Salimos de la emboscada, nos alejamos
cuatrocientos metros y me detuve antes de caer en una cuneta. Pude haber
seguido y evitar el combate, pero no. Pese a que escuchaba gritos que me
alentaban para que huyéramos. Respondí con fuerza: “No señor, tenemos que regresar
por nuestros compañeros que los están masacrando” y le di la vuelta al camión. Regresé
a meterme de nuevo en la emboscada y atropellé a otros guerrilleros que
continuaban disparando. Me metí nuevamente en la emboscada y quedamos frente al
primer carro, que ahora se incendiaba.
Se me arruga el alma, pero vi caer lentamente, como si fuera un sueño de
espanto, a los infantes de ese vehículo –
Casarrubia
hace una pausa para espantar los fantasmas que lo atrapan a esa guerra y
prosigue:
-Los hombres que iban atrás en mi camión se protegían
detrás de los latones laterales del volteo. El infante artillero de mi .50 puso
a raya a un grupo de guerrilleros que llegaban gritando a pocos metros de
nosotros. El sonido de la ametralladora .50 era poderoso y mantenía alejados a
los guerrilleros que nos acosaban, hasta que cayó un balón bomba dentro del volteo
de mi camión. Todo el camión se estremeció hasta quedar desajustado. La .50 se
silenció. Entonces en medio de ambiente gris del humo y el olor a pólvora
quemada vi nuevamente a los guerrilleros llegar encorvados y disparando sus
fusiles hacía nosotros. Nos tenían cercados. Tomé el fusil del infante que
había muerto a mi lado y grité con el corazón para recibir la muerte peleando -
Y
agrega:
-Yo
salí de la cabina, me deslicé hasta quedar debajo del camión. Me coloqué boca
abajo frente a las llantas traseras del lado izquierdo. Otros infantes heridos
se fueron ubicando a mi lado, pero la lluvia de balas, granadas y bombas era
muy densa. Las llantas del camión estallaron por los impactos de
francotiradores de la guerrilla. El tanque con ACPM de la volqueta fue
destrozado y derramó el combustible caliente sobre nosotros. Iban unos veinte
minutos de combate y sentía cada vez menos las voces de mis hombres. Yo les
gritaba, les daba ánimos, pero iba a
ocurrir lo inevitable. Nuevamente comencé a sentir las voces de los
guerrilleros, cada vez más cerca: “Entréguense, muérganos entreguen las armas.
Salgan con las manos en alto”. Llegaron al primer camión, remataban sin misericordia a los infantes
heridos, y le quitaban las armas. Me revolví entre los infantes muertos a mi
lado y encontré otro fusil con tiros. Me hice el muerto para voltearme y dar de
baja a los primeros guerrilleros que llegaran por mí. Iba a morir con dignidad.
En ese instante de angustia apareció ese
soldado desconocido. Estaba al pie de la puerta, se inclinó y miró debajo del
camión, me gritó: “Mi cabo fuerza, fuerza mi jefe que salimos de esta nojoda.
Ánimo mi cabo que vamos a pelear hijueputaaaaa” gritó con el alma. Con
impresionante agilidad subió al volteo del camión y agarró nuevamente la
ametralladora .50. Y la disparó con fuerza. La hacía girar con maestría, quemó
cuatro cajas de cananas. Hizo poner en retirada a los guerrilleros que ya estaban
rematando a los infantes del primer camión. Vi caer a muchos de ellos –
Y
agrega:
-Cuando
ese soldado desconocido equilibró el combate presencié algo increíble. Alguien
se arrastraba –con las piernas convertidas en girones de piel y músculos - del
primer camión hacía el mío. Era un trayecto como de cuarenta metros. El soldado
desconocido y yo lo cubrimos disparando a los guerrilleros para evitar que lo remataran.
El hombre alcanzó a llegar hasta la parte baja de mi camión y se parapetó entre
nosotros. ¡Era mi teniente Rafael Arango Soto. Era mi teniente Arango! –
exclama emocionado Casarrubia.
El
teniente Arango, con el rostro cubierto en sangre y pesgostes de tierra, tomó
su pistola 45 y apoyó a sus hombres. Pero la muerte estremeció nuevamente a los
infantes de la Armada que luchaban debajo del camión. Un francotirador de la
guerrilla destrozó el brazo derecho del soldado desconocido que estaba
maniobrando la ametralladora .50. El joven soldado -con el brazo inmovilizado- se tiró debajo del vehículo y siguió
disparando, con el brazo izquierdo un fusil que había encontrado arriba, en el
volteo. Lloraba de la rabia y desafiaba a los guerrilleros entre los estruendos
de muerte. En medio de la lluvia de balas, morteros, y granadas el teniente
Arango tomó su radio y llamó al comando de la Armada, reclamando apoyo.
-¡Mi
coronel no nos deje morir. Los tenemos encima mi coronel. Ya perdimos muchos
hombres y dos camiones. Por favor envíe el apoyo mi coronel!- suplicaba el
teniente Arango.
Su
voz llegaba al comando de la Armada mezclada con las detonaciones del combate.
La
voz radial de un oficial –igualmente
angustiado- prometió que el apoyo llegaría pronto.
El
refuerzo estaba cerca. Estaba ahí, a cuatro kilómetros, a la salida del Carmen
de Bolívar, pero la guerrilla había tendido emboscadas a la salida de ese
pueblo. Decenas de guerrilleros disparaban de lado y lado de la carretera y
desde los cerros. No dejaba ingresar a la zona de emboscada a los contingentes
del Ejército que podrían apoyar a sus compañeros de la Armada.
Repentinamente
y en medio de una lluvia de proyectiles, el tanque de guerra que estaba
estacionado a la entrada del pueblo comenzó a moverse hacía la emboscada.
Decenas de soldados del Ejército que se protegían detrás del vehículo pintado
de verde y amarillo entonaban cánticos de guerra. Los militares caminaron
inclinados y apretujados a la parte trasera del “cascabel” y atacaron con sus
fusiles y lanzagranadas la resistencia que la guerrilla había apostado sobre
los cerros. Los guerrilleros se dispersaron perseguidos por los militares y
apoyados por el comando del último camión de la Armada que peleaba dentro de
la emboscada. Simultáneamente el sonido
ronco y profundo del motor un helicóptero artillado trajo de nuevo a la vida a
los infantes que estaban debajo del destruido camión, con la .50. Los soldados
artilleros del helicóptero ametrallaban las faldas de los montes poniendo en
fuga a los guerrilleros.
Lo
que quedó allí, a sólo cuatro kilómetros del Carmen de Bolívar fue desolador.
La Armada Nacional perdió a 13 hombres y otros ocho resultaron heridos.
Hallaron tres cadáveres de guerrilleros, pero –tres días después- un desertor
dijo que las Farc perdieron 25 hombres en ese combate.
El
cabo Casarrubia dice que recuperó el sentido día y medio después debajo de la
lámpara de una sala de una clínica en Cartagena. Tenía tres esquirlas de
granada en el cuello, una pierna desgarrada por un balón bomba y una mano destrozada
que más tarde fue reconstruida.
Dice
que preguntó quién era el soldado del Ejército que los había apoyado:
-“Se
salvó mi cabo. El pelado resultó gravemente herido. Tiene un brazo hecho
girones. Lo remitieron a Bogotá y allá se está recuperando”-, le respondió otro
militar.
-Quiero
conocerlo- solicitó
-Después
Casarrubia. Tiene que recuperarse. Después se lo presentamos – prometió un
oficial.
La
promesa nunca se ha cumplido y Casarrubia recuerda a su héroe con un profundo
sentimiento de respeto.
Ahora,
años después y en uso de buen retiro, sonríe cuando recuerda:
-Un
médico me preguntó ¿Y usted en qué momento del combate recogió ese dedo que
tenía empuñado en la mano derecha cuando llegó acá? Le dije que –en medio del
combate- iba a recargar un fusil y no pude porque no tenía dedos y vi uno en
suelo que todavía se movía en medio de un charco de combustible y sangre. Lo
recogí y…creo que me desmayé ¿verdad?
Días
después del combate Colombia ya había olvidado la masacre y el cabo Hernando
Casarrubia Guarines fue enviado a otra
guarnición de la Armada donde enfrentó la muerte varios años más.
Sobrevivió
a otros choques con la subversión hasta que el Estado reconoció su valor y lo
hizo figura de un libro en el que es reconocido como Héroe de la Patria…
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