Epifanio Mendoza
“EL DIAMANTE”, la ley de
los puños
en los tinglados del mundo
Un boxeador solitario que vive
con pasión los retos de pelear en tierras lejanas, sólo para dar a su familia lo
que la pobreza siempre le negó a él.
Por: William Ahumada Maury
Fotos: Archivo Epifanio Mendoza
Fotos: Archivo Epifanio Mendoza
El 22 de noviembre del 2019, el día que cumplió 44 años de edad,
un “Diamante” Mendoza, cansado y sin entrenamiento volvió a subir a un
cuadrilátero en Hamburgo, al norte de Alemania, y enfrentó a puños a un descomunal
robot, con cuerpo humano, ojos asesinos y hambre de gloria, llamado Marek
Jedrzejewski.
Esa noche –en particular - Epifanio Mendoza llegó compungido al
cuadrilátero. Su hijo Maykol – una hora antes - le había comunicado por
teléfono su deseo de ser boxeador y “El Diamante” sintió más que nunca
nostalgia por su familia.
Los últimos nueve cumpleaños los había cumplido en tierras
lejanas, apartado del amor de ellos. Pero, sacó valor de la nostalgia, sus
oídos dejaron de escuchar los gritos ofensivos de los asistentes al coliseo
hamburgués, apretó las manos dentro de los guantes y miró con desprecio a su
inmenso oponente. Quería acabar pronto para tomar un vuelo de inmediato a Miami
y de allí a Colombia.
Fue un combate corto, trepidante y muy violento.
Al “Diamante” le habían advertido que “no soltara las manos”,
pero lo olvidó todo al recibir el primer golpe de su oponente en las costillas
del lado izquierdo. Había sido como el golpe de un martinete. Entonces sus ojos
se tornaron brillantes y respondió con una ruidosa embestida de izquierdas y
derechas –al abdomen y a la cabeza - que
el joven boxeador alemán no pudo soportar. El contrincante se desplomó
pesadamente, haciendo un ruido de caída de tablas sobre la lona.
“El Diamante” lo miró rodar sobre su espalda, lanzó un furioso golpe
de derecha al aire, gritó como un náufrago que pisa tierra y caminó con paso
firme hacia su esquina. Se iniciaba el tercer asalto y con ese nocaut “El
Diamante” selló la suerte de regresar a Colombia sin un peso en sus alforjas.
Así las cosas, debía comenzar de nuevo; escuchar alguna oferta y prepararse
para combatir nuevamente en tierras lejanas.
Y era imperante buscar otro combate. Sabía que debía perder para
poder ganar. Si perdía el combate se ganaba siete mil euros que iban a ser
invertidos en sacar a pasear a toda su familia por el eje cafetero. Pero no
pudo, su código personal se lo impidió. Su contrincante intentaba levantarse
con los ojos extraviados, y eso daba fe de ello.
- ¿Cómo se llama el tipo? No sé. Nunca me interesó averiguar por
ellos. Yo sólo me preocupo en los primeros asaltos, cuando le pongo las manos
encima y no se caen – dice con extravagante sencillez.
- Si ellos me aguantan las manos…!ahí si me preocupo! – dice, y
estalla en una risa casi infantil.
Y agrega:
- Ese día en Hamburgo me dijeron que aguantara las manos, porque
el tipo estaba comenzando su carrera en los pesos pesados, y era la estrella en
su país. Pero nunca he podido controlar eso. ¡Aja, y el Diamante soltó las manos! Y ahí pagué, me retuvieron el pasaporte y me dejaron
encerrado en el hotel. Alguien me regaló 600
euros y me llevaron al aeropuerto. Debía ganar siete mil euros, pero no
me los pagaron porque gané. Pero gracias a Dios estoy vivo – dice con tristeza.
Como en los últimos veinte combates, ese día, “El Diamante” viajó
solo a Alemania. Cuando sale de gira por Europa permanece inmerso en increíbles deseos de aventuras que
no tienen el sello impulsor de necesidad, sino de locura. Llegó a Hamburgo guiado
solo por una voz gris y poco confiable que brotaba de su teléfono celular.
Esa voz le indicó donde reclamar el escaso dinero que le
asignaron para viáticos y la dirección de un hotel de mala muerte, de apariencia
opaca, infestado de pulgas, en el que se alojó.
-Gané, pero perdí. Me quedé esperando en el hotel otra llamada,
para otra pelea, pero el tipo no me volvió a llamar y por eso me regresé a
Barranquilla. Yo vivo en Miami, pero por ahora estoy en Barranquilla - dice
mientras fija la atención en sus enormes manos, con los nudillos desfigurados
por prominentes callos.
Ahora, de regreso a casa, Epifanio parece cansado, golpeado por
algo más de dos décadas dando y
recibiendo golpes por todo el mundo. Se aferra a la misma promesa que le hizo en
octubre del 2012 a su mujer y sus hijos en una habitación de la Clínica General
del Norte, donde se reponía de una paliza, que incluía la fractura de un brazo:
“No más boxeo”.
Pero parece una promesa endeble, frágil, sin fortalezas ni
convicción, que podría vaporizarse si – desde cualquier parte del mundo – lo
llaman a su celular y lo saludan de la misma forma de siempre: “Hola…tengo algo
para ti chico”.
O lo que es igual; el “Diamante”, no aguanta otra llamada
tentadora.
Su rostro maltratado y cruzado por viejas cicatrices de guerra,
muestra las huellas de una vida azarosa, explosiva y dañina. Una vida violenta
que él decidió extender más allá de las exigencias de oficio como boxeador
profesional.
Es un sujeto indescifrable. Siempre muestra una sonrisa
brillante, voz de flauta y un trato afable. Tiene un cuerpo descomunal, de
enormes músculos en los hombros y el cuello. Quien no lo conoce, seguramente será intimidado por su presencia.
Veinte años sumergidos en las aguas oscuras de un mundo corrompido y lúgubre,
de personajes que menosprecian la vida de sus gladiadores, no lo tentaron a
consumir drogas.
“El Diamante” Mendoza es estricto con su disciplina. Se levanta
a correr todos los días, es un amoroso padre de sus tres hijos, a pesar que su
padre -un hombre muy prodigo para hacer hijos- estuvo siempre apoyándolo pero
entre las limitaciones de su pobreza.
-Imagínese mi papá me dio
24 hermanos. Tengo hermanos por todos lados y estoy metido en esto porque me
tocó salir a buscar un mejor estilo de vida para todos ellos. Yo a mi viejo lo quiero y siempre está
presente en mis logros y mis victorias. A mis hijos yo los idolatro y ellos
tienen en mí un padre amoroso y atento. Mientras pueda, estaré siempre
apoyándolos - asevera.
¿Enfrentó el monstruo de los vicios?
-No Señor. Mi vicio son las mujeres. He gastado toda mi fortuna
en disfrutar con toda mi familia. Salgo, camino el mundo hago una fortuna y
regreso con los míos. Lo gasto todo con los míos. Soy de los que alquila un
bus, subo a cincuenta familiares y los llevo a pasear por Colombia, sin
permitir que ninguno de ellos se gaste un peso. No me duele gastar treinta
millones de pesos un solo día con mi familia – asegura.
Esto de seguir peleando en tierras lejanas –después de haber
sido boxeador profesional - lo llevó a
conocer países como Alemania, Argentina, Brasil, Canadá, Ecuador, España,
Dubái, Japón, Méjico, Ucrania, China, Rusia, Francia, Italia, Inglaterra y Polonia.
En algunas ocasiones viaja con un escudero muy fiel, el querido
viejo Eufrasio Gonzáles, un cubano nervioso, sabio y paternalista que lo ha
entrenado -en las buenas y en las malas- y conoce al dedillo sus defectos y
virtudes como atleta.
Su vida ha estado marcada por determinaciones que –muchas veces-
lo llevan por buen camino, pero otras lo hicieron perder:
-Comencé a pelear tarde, a los 18 años, en el peso pluma, luego
subí a ligero (130 libras), después a welter Jr. (140 libras). Pero, mi
problema y es que nunca le dije no a una pelea y por eso subí y subí de peso para
enfrentar a hombres mucho más peligrosos. Así combatí en a Welter (147), en súper
welter (154 libras) o en mediano (160 libras). En súper mediano (168), pesado ligero (175), o crucero (200 libras) o
en peso pesado, que es donde más he peleado en estos últimos cinco años- relata con increíble tranquilidad.
En el boxeo oficial, el que reseñan en un record los cuerpos
reguladores del mundo, Epifanio “El
Diamante” Mendoza fue un peleador brillante:
-Fui campeón nacional dos veces y tuve varios títulos internacionales
peleando para Colombia como amateur. Gané el Julio Gerleín Comelín, los juegos
Bolivarianos, Centroamericanos. Fui subcampeón en Cuba en 60 kilogramos,
también fui campeón en Argentina y en Venezuela. Luego, un día cualquiera y sin
consultarlo con nadie, siendo boxeador amateur, se presentó en Barranquilla la
posibilidad de viajar a Estados Unidos a pelear como profesional – relata mientras
mira a su hijo Maykol con ternura.
Luego prosigue:
-Esa tarde Le propuse a Rafael Rebollo, quien ya había
seleccionado a los peleadores que se iban con él, y me dijo que no me llevaría, porque no me
conocía. Le dije “llévame y veras”- recuerda sin afanes.
Rebollo, cabeza visible de la firma Millennium Boxing Promotions,
le advirtió que sólo llevaba boxeadores profesionales y reconocidos. Entonces Mendoza
hizo una contrapropuesta determinante:
-Póngame a pelear mañana con un profesional. Si pierdo…no me
paga y si gano me voy con usted –
Rebollo lo miró con intriga y ordenó que le buscaran el mejor de
su peso para poner a prueba al hablador jovencito.
El combate se arregló con el noqueador barranquillero Oscar
Villarreal el 5 de mayo del 2000 en el Polideportivo de la Universidad del
Atlántico, en la vía a Puerto Colombia. “El Diamante” noqueó de manera
inmisericorde a Villarreal en dos asaltos.
Quince días después comenzó con rosario de victorias en Estados
Unidos.
Rebollo le recomendó hacer peleas en Colombia para forjar un
record que mostrar al mundo. Entonces se radicó en Miami, pero venía a pelear a
Colombia. Entre el 28 de noviembre del 1999 y el 5 de mayo del 2002 realizó 17
combates en Colombia y todos los ganó por nocaut. Ningún contrincante pasó del
quinto asalto.
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Pero se queja:
-El problema de pelear en Colombia es que no quieren pagar más
de cien mil pesos por pelea. Y en mi caso yo estaba aumentando de peso y no
tenía contrincantes, a todos les gané -
En Estados Unidos “El Diamante” Mendoza inició una carrera
vertiginosa y ríspida. Militaba en un peso en el que reinaban boxeadores brillantes
que siempre fueron estrellas mimadas por la televisión. La primera pelea la
concertaron para el 13 de octubre del 2013 en el Regent Hotel de Nueva York y fue con el temible ponchador
Tokumbo Olajide, un monstruo que había
noqueado sin despeinarse a 20 de los 21 hombres que lo enfrentaron.
-El tipo medía dos metros,
era un negro enorme de cuerpo soplado por los músculos. Llegó en
limusina, con escoltas, gafas oscuras y el cuello y los dedos llenos de oro. Yo
llegué en tren y con mis implementos en una mochila que siempre llevaba al
hombro. Tokumbo entró con altanerías al salón de eventos y gritando bufonerías
- recuerda Mendoza.
Y precisó:
-En la rueda de prensa me desafió de manera altanera. Pero
hablaba en inglés y yo todavía no dominaba ese idioma. Rafael Rebollo estaba
sentado a mi lado en la mesa y le pregunté: ¿qué dice el bocón ese? -
-Rebollo me dijo que el tipo me menospreciaba. Decía que yo era
un desconocido que iba allá a faltar el respeto al rey de la categoría. Yo me
levanté y le dije en mi español franco “El Diamante muestra más su valor cuando
se pule. Vas a saber de mí valor cuando te acabe bocón. La prensa estalló” –
Y continúa:
-Ya en la pelea el tipo intentó lucirse y hacía gracias. Se
notaba que pretendía tomar el combate como un número de circo. Yo sólo le hice
cacería hasta que lo alcancé con un cruzado en el tercer asalto. La pelea se
acabó, se cayó dos veces y no supe más de su altanería en mi vida- retrotrae
mientras sonríe satisfecho.
Desde esa pelea, y por la respuesta que dio a Tokumbo sobre la
valiosa piedra, Epifanio Mendoza fue bautizado por la prensa y los
especialistas norteamericanos “El Diamante”.
En lo sucesivo noqueaba a sus adversarios sin respetar
charreteras. Aceptaba los retos y subía a los cuadriláteros sin medir a los
rivales. En esas andaba cuando enfrentó al portorriqueño Carlos Negrón, un clasificado
mundial, invicto, peso pesado de más de dos metros de estatura a quien “El
Diamante” Mendoza noqueó aparatosamente en tres asaltos.
Fue el 16 de septiembre del 2011 en el coliseo Rubén Rodríguez
de Bayamón:
-Yo estaba alejado del boxeo oficial, pero no me había retirado.
Peleaba por llamadas. No iba al
gimnasio, pero me le media a las llamadas por teléfono. Estaba en la llantería donde
me tocaba trabajar cuando no salían contratos para pelear. Entró una llamada y
me dicen: “mira chico aquí hay algo para ti. Te tengo a Carlos Negrón, campeón
olímpico e invicto, pega como un animal”. Y dije…!yo lo noqueo! Y lo puse de pico en tres asaltos allá mismo en
Bayamón, Puerto Rico – comenta con orgullo.
Y agrega:
-Me molestó que Negrón comenzó a hablar de otra pelea por
campeonato mundial sin haber ganado al “Diamante”. En el primer asalto me pegó
un volado de derecha que me hizo ver estrellas, pero lo calibré y entendí que no
me iba a aguantar las manos. Lo tumbé dos veces y me lo quitaron en tercer
asalto. Ahora si habla con respeto de “El Diamante”, esa es mi ley -
-Igual también perdí muchas peleas porque trataba de imponer la
fuerza de mis puños y me estrellé varias veces. Me ocurrió con Dominic
Breazeale el 11 de diciembre de 2014 en Miami. Me noqueó en el primer asalto
– recuerda con tristeza
¿Te descuidaste? Le pregunto
-¡Nooo me descuido y me mata! Ese tipo es un rayo y pega como
patada de mula - y estalla en risas.
La noche que marcó la vida de Epifanio “El Diamante “Mendoza en
los cuadriláteros del mundo fue la del 12 de octubre del 2012 en el Sporthalle
Wandsbek de Hamburgo, Alemania, cuando enfrentó al tenebroso noqueador ruso
Rakhim Chakhkiev, en peso crucero.
“El Diamante” iba por el codiciado título báltico del Concejo
Mundial de Boxeo.
Chakhkiev había ganado la medalla de oro en los pesos pesados en
los juegos Olímpicos de Pekín, en el 2008 y estaba entre un público que lo
apoyaba ruidosamente. Mendoza recuerda que estaba en su esquina acompañado sólo
por su escudero cubano. El toro salvaje al que enfrentaba “El Diamante” necesitaba
ganar a alguien peligroso. Y ese era el colombiano.
-Esa noche todo estaba en mi contra. El público era muy
agresivo me querían sacar del ring y
despedazarme. Había estado en un hotel muy malo, las pulgas no me dejaron
dormir. Desde el mismo primer asalto le sentí las manos a Chakhkiev y se lo dije
a mi esquina. Sentía que me estaban jugando sucio porque nunca había sentido
unas manos tan fuertes. Eufrasio me dijo “si quieres paro la pelea” y yo me
negué, pensé que lo podía noquear-
Saborea una taza de café y continúa:
-En el segundo asalto me tumbó y sentí que me había roto el
brazo después de bloquear un recto de derecha. Le dije a Eufrasio que no quería
seguir porque sentía que mi brazo estaba partido, él tiró la toalla, paró la
pelea. Yo tenía el brazo tan hinchado que no me podían quitar el guante derecho
–
En este aparte de la entrevista “El Diamante” hace énfasis en lo
siguiente:
-Me inyectaron analgésicos y veníamos en avión rumbo a Miami
cuando pedimos un computador para ver noticias de boxeo y leo que yo perdí la
pelea en el décimo asalto. Yo estaba convencido que la pelea se había acabado
en el tercero. O sea combatí siete asaltos sin sentido –
¿Cómo fue ese golpe que te rompió el brazo?
-Esa pelea yo la demandé porque sospechamos que el alemán tenía
las manos forradas en yeso. Yo estaba tocado (mareado) él tiró un recto de
derecha y lo bloqueé con mi brazo y me lo partió. Me tocó viajar a Miami con una
férula y una cinta colgando del cuello.
Fueron doce horas de un dolor insoportable y el brazo hinchado, en el
avión me colocaron un sedante. Llegué a Miami y el dolor me hizo ir al hospital
Jackson Memorial. Allá me atendieron
rápido. La placa mostró la fractura del radio de mi brazo. Antes de entrar a
cirugía pregunté el costo de la operación y me dijeron 70 mil dólares. ¡Setenta
mil dólares…veee y yo me gané 50 mil en la pelea…no puede ser! - relata y
muestra una enorme cicatriz a lo largo
de su brazo derecho.
El atleta hace una pausa y continúa:
-Antes de entrar a cirugía pedí permiso para orinar. Me escapé
del hospital por la puerta de atrás, con bata y todo. De regresó en la
llantería fueron tres días de dolor intenso esperando que los costos de los
pasajes a Colombia bajaran por oferta de la empresa aérea. Al cuarto día viajé
a Barranquilla y llegué a la Clínica
General del Norte. Allá no me querían atender porque no sabían quién era
yo. Por fortuna el periodista Hemel Albear Cueto me vio y llevó las cámaras de
televisión y ahí si me operaron por 100 mil pesos. El médico me prohibió volver
a combatir, pero un año después volví a
pelear en peso pesado…y he ganado y he perdido. ¡Pero ya no más…no más boxeo! -
vuelve a jurar.
Y su teléfono celular suena justo en medio de la entrevista. Pide
permiso, se aleja un poco de nosotros,
habla en inglés con alguien, regresa, se excusa y se aleja seguido por sus
hijos.
-¿Quién llamó papi? Pregunta un ingenuo Maykol
-Un amigo de Miami. Era para saludar - dice….
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