La euforia que desató un Audaz asalto en Barranquilla - Notas & Historias del Caribe

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viernes, 13 de marzo de 2020

La euforia que desató un Audaz asalto en Barranquilla


El asalto a la agencia prendario del Banco Popular

Por William Ahumada Maury

El sargento Cohen quedó petrificado sobre la playa. No lo podía creer. Se aferró al brazo de su esposa, como buscando apoyo.
Allí, frente a él -sin el menor recato- un sujeto desconocido y de estatura descomunal se pavoneaba, luciendo en su pecho una pesada cadena de oro con incrustaciones de esmeraldas que su abuelo –el querido viejo Teo- le había dejado como herencia. El tipo –evidentemente- atrapaba las miradas de los bañistas porque lucía sin temores la escandalosa prenda de oro.

Lo racional indicaba que una prenda de ese valor no podía ser expuesta al público sin las debidas medidas de seguridad. Sobre todo en la Barranquilla de entonces, donde los asaltos callejeros eran el pan de cada día.

El militar indignado era Luis Santiago Cohen, sargento de infantería de Marina, nacido en Cartagena y asignado a la Segunda Brigada de Barranquilla. Ana Cecilia, su mujer, trataba de contenerlo, pero el  experimentado militar temblaba de la ira y se mordía los labios. Estaba a punto de estallar. Cohen se acercó al hombre para detallarlo. Lo rodeó varias veces mirándolo en detalle y notó que el sujeto estaba armado. Dentro de una mochila que le colgaba de un hombro y descansaba sobre el pecho se apreciaba una pistola, posiblemente nueve milímetros. Entonces  decidió salir de dudas.

-¡Esa es mi cadena Anita. Tengo que mirarla porque está marcada en la parte de atrás del crucifijo con mis iniciales!- le dijo a su mujer con el rostro descompuesto.
-Ese tipo, con aires de matón, con cuerpo de luchador, estaba paseando la herencia que me dejó mi abuelo. Tenía la camisa abierta, estaba en  pantaloneta de colorines, gafas oscuras, chancletas playeras y una mochila al hombro - declaró poco después frente a un juez.

Era domingo y faltaba muy poco para las cinco de la tarde. El sargento Cohen estaba con su esposa y dos de sus hijos menores en la playa disfrutando de unas cortas vacaciones. El petulante desconocido, estaba con una mujer de curvas espectaculares y de mirada ausente. El sujeto tenía el caminar sobrador de un buscapleitos empedernido.
-¡Pero ve y llama a la Policía- Le sugirió ella en tono nervioso.
-No. Yo soy militar. Voy a llamar a mi gente. ¡Espérame aquí. No lo pierdas de vista y cuida a los pelaos! - respondió él, y se levantó para ponerse los pantalones.

Rato después desembarcó en las playas un contingente de diez uniformados del Batallón Policía Militar Ciudad de Barranquilla. Corrieron encorvados, con sus fusiles apoyados contra el pecho y en fila, por entre los bañistas. Solicitaban permiso a gritos y se dirigieron a la silla playera sobre la que descansaba el enigmático sujeto, al lado de la voluptuosa mujer.
-¡Quieto amigo. No se mueva. Entrégueme la mochila!- le gritó un joven oficial que le apuntaba con un fusil a corta distancia.
El individuo se levantó lentamente con las manos arriba. Se  despojó dela pesada mochila mientras sonreía nervioso.
-¡Tranquilo mi teniente. Yo soy Policía, estoy con ustedes!- afirmó el hombre.

Los militares lo tendieron boca-abajo sobre la arena. Lo requisaron y confirmaron -por su carnet- que se trataba de un Policía. De inmediato lo hicieron caminar por una “calle de honor” que lo condujo hasta el camión militar. Ya sobre el vehículo militar el teniente le pidió el favor que le mostrara la cadena. El hombre se despojó de la pesada joya y se la entregó al oficial.
-¿Esta es su cadena sargento Cohen?- Preguntó en tono serio el teniente.
El suboficial tomó  la joya nervioso volteó el crucifijo y quedó helado.
-Si mi teniente. Esta es la cadena que me dejó mi abuelo y que entregué al Banco Prendario Popular hace nueve meses, al llegar acá a Barranquilla. Está marcada con mis iniciales. ¡Mire usted! – confirmó con voz firme el suboficial.

Los militares tomaron la pistola, sustrajeron el cargador e hicieron subir al policía al camión, junto con su mujer. Rato después,  cuando apenas caía la noche, el policía de civil estaba sentado frente al comandante de la Segunda Brigada, al norte de Barranquilla.
- ¿De dónde salió esta cadena agente Delgado?- Preguntó intrigado el  general al policía.
Mientras escuchaba la respuesta del policía el general levantó el teléfono rojo, para comunicarse con  el comandante de la  Policía del Atlántico.
Al verse acorralado, y luego de negociar protección, Delgado  se convirtió en informante contra sus propios compañeros. Relató a su comando un episodio de corrupción vergonzoso que incluía un asalto a mano armada, ejecutado por la banda de “Toño El Loco” contra la Agencia Prendaria del  Banco Popular ubicado en el corazón del centro de Barranquilla.
Este asalto, considerado el golpe de la delincuencia más resonante en toda la historia criminal de Barranquilla, no sólo por la estrategia utilizada por los delincuentes, sino por el la magnitud del botín obtenido, hubiese sido perfecto a no ser por dos pequeños errores cometidos por el mismo jefe de la banda delictiva…y por la actitud sobradora del policía de civil en la playa.

Pedro Pablo Castaño Valencia, alias “Toño el Loco”, era un legendario bandido interiorano que se  había afincado en Barranquilla a principios de los ochenta. Se había granjeado la reputación de ser un bandido audaz, generoso y a la vez severo al mando de su banda. En los expedientes judiciales estaba reseñado como autor de golpes a entidades bancarias, joyerías, empresas y residencias de familias acaudaladas, elaborados en medio de planes estratégicos, concienzudos, planificados y ejecutados bajo una consigna sagrada: “Se debe ejecutar evitando los enfrentamientos…no se debe enfrentar a la Policía. A ellos se les pechicha, no se les dispara”, sostenía.

La Agencia Prendaria del Banco Popular fue el blanco escogido por la banda, estaba ubicada en la esquina de la calle 41 con la carrera 41, del centro de la ciudad.
“La única forma de robarlo era con un procedimiento de engaño, con un plan sorpresa. A la brava no podías entrar porque perdías”, comentó el sargento Guillermo Leyton comandante del GOES, que investigó el caso.
-La orden de “Toño el Loco” era entrar y salir del banco con cuatro tulas repletas de prendas de oro sin hacer escandalo…mucho menos hacer un tiro. Este hombre nunca supo cuánto oro sacó del banco. Muchos años después no se sabía cuánto oro robaron-  relató Leyton.

Para ejecutar el asalto fueron seleccionados quince de los delincuentes más avezados del hampa barranquillera. Todo inició con el secuestro del conductor de un gigantesco camión del área de mantenimiento de redes de las extintas Empresas Públicas Municipales de Barranquilla, EPM. Eran las siete de la mañana de ese jueves 30 de julio de 1981.

El conductor fue secuestrado en su casa del barrio Simón Bolívar. Lo amarraron y lo obligaron a entrar a la gigantesca caja de herramientas del camión. Varios miembros del clan  se colocaron uniformes de la EPM y llegaron a las puertas del banco pasadas las nueve de la mañana. Otros miembros llegaron en varios vehículos.

Allí vistiendo los uniformes desgastados, fumando nerviosos y simulando que observaban una alcantarilla destapada frente al banco, sorprendieron a la gerente, quien llegó acompañada de dos de sus empleadas. El inmenso camión fue estacionado frente al bando al lado de vallas de desvíos.

Dentro del banco, cuatro de los delincuentes sacaron rollos de periódicos y comenzaron a empapelar los vidrios para impedir la visibilidad desde afuera. Uno de ellos adhirió un papel con el mensaje cerrado en la puerta de vidrio del establecimiento. Afuera la cuadrilla de falsos empleados de las EPM colocó señales de desvío para evitar aglomeraciones. De allí –de acuerdo con los datos de los investigadores- sacaron nueve tulas grandes; siete de oro y dos de plata, que estaban en depósito en las que -se suponía- era el lugar más seguro de la ciudad. Los empleados fueron atados, amordazados y encerrados dentro de misma bóveda. Los  delincuentes sacaron las tulas a bordo de carretillas de madera recubiertas con desechos  y las subieron a vehículos particulares en un patio vecino. El robo sólo fue detectado mucho rato después, cuando la patrulla de la empresa de vigilantes llegó al banco a realizar la ronda de rutina. No hubo reacciones, no hubo disparos, pero si hubo una confusión aterradora.

Al medio día el escándalo estalló. Los radio-noticieros molían una y otra vez los confusos datos que se tenían sobre el audaz golpe. Los oficiales de la cúpula de la Policía –heridos en su amor propio se reunieron por horas –en medio de tensas discusiones y atrapados por el humo de sus cigarrillos- para escuchar los informes de las patrullas. Los gorilas  del F-2 derribaban las  puertas de las casas de delincuentes reconocidos de la ciudad para buscar pistas.  Comenzó la tarde y no se tenían noticias de asaltantes. La cuantía del robo no se conoció por mucho tiempo pero se calculó en varios miles de millones de pesos, algo inimaginable para las aspiraciones de los bandidos de Barranquilla. La prensa presionó a las autoridades por resultados que no se veían por ningún lado.

Al día siguiente, en medio del ambiente lúgubre, de pobres luces, de rayos de colores, humo gris y putas tristes del bar Bulerias, un policía infiltrado, quedó impresionado con una gruesa cadena de oro que colgaba del cuello de *Rosaura, una de las mujeres cotizadas del establecimiento. Era un bar  inmenso, que se preciaba por tener –entre sus empleadas- las mujeres más bellas del país. La publicidad radial, grabada por una mujer de voz orgásmica, decía que todas estaban cargadas de amor y eso tenía revolucionados a los parroquianos que se amontonaban en los rincones del establecimiento a dejar allí sus salarios.

El comando de Policía había ordenado infiltrar hombres en todos los bares del centro, para ubicar pistas. El comandante de Policía del departamento,  estaba contra las cuerdas porque la Dirección Nacional y el Gobierno mismo  exigían resultados con llamadas repetidas. 

Uno de los oficiales  infiltrados en el bar, de apellido Rocha, era un galán de finos modales que se había granjeado un cupo en esos bares y tenía una buena red de informantes en el centro de la ciudad. Rocha llevó a Rosaura a una de las habitaciones y entre promesas de amor imposibles de cumplir hizo que la bella damisela le rebelara el secreto:
-Esta cadena me la regaló Toño El Loco. Hizo inteligencia al banco desde acá. Estuvo encerrado con tres de nosotras desde que hizo ese atraco. Apenas se fue esta mañana de acá- le confesó la bella meretriz.
Minutos después el GOES y el F-2 ya estaban pisando los talones de Toño el Loco. El escurridizo personaje había alquilado –quince días antes- un apartamento en la calle 57 con la carrera 35 del barrio El  Recreo. Allí fue sorprendido por un comando de la Policía secreta cuando dormía profundamente. Los investigadores hallaron las tulas repletas con el oro debajo de la cama, dentro de unas maletas viajeras.
-El botín no había sido repartido entre la banda por orden del mismo bandido. Él propuso que no llamaran la atención, pero cometió el error de confiar en una prostituta que lo hacía delirar en ese bar. Le regaló una cadena de oro y ella lo echó al agua sin proponérselo- recuerda otro investigador.

Pedro Pablo Castañeda Valencia, alias "Toño El Loco"

Este descomunal golpe de la Policía revolucionó al F-2. Mientras el cuerpo de asalto del GOES ponía contra la pared a los bandidos de Rebolo, Las Nieves y Simón Bolívar, la oficina donde guardaban las tulas estaba siendo asediada por grupos de detectives que se negaban a ir a dormir hasta conocer en detalle lo sucedido. Todos sabían que el operativo no había sido reportado al comando y algo podía pasar con el descomunal botín.
-Fue tanta la conmoción entre los policías que un teniente salió, arrastró una de las tulas, la puso frente a la oficina y autorizó a los detectives: “pueden tomar sólo lo que alcancen a apretar en una de sus manos. No se vale repetir”.
-Los policías se empujaban entre sí para ocupar los mejores lugares en la fila. Sembraban con rabia las manos en el promontorio de alhajas y apretaban con fuerza intentando coger más con un solo intento. Minutos después, la tula estaba vacía -  recordó un investigador del caso.

El agente Delgado –el sujeto de la playa- fue uno de los hombres que más joyas acaparó en su gigantesca mano derecha. Ese fin de semana había ido a festejar a la playa con su amante y consideró normal lucir una de las cadenas de oro que alcanzó a sacar. Sólo que la suerte no lo acompañó y terminó departiendo al lado del dueño de la valiosa cadena.

Cuando el general de la Segunda Brigada informó al comandante de la Policía del Atlántico el inusual hecho, los hombres del F-2 no le había reportado la recuperación del botín, pero si la captura de Pedro Pablo Castaño Valencia. El comando logró proteger la mayor parte del botín. Once policías fueron capturados, despedidos y judicializados. Cerca de veinte personas fueron detenidas e interrogadas, pero sólo fueron condenados “Toño el loco” y un funcionario de la Telefónica que había colaborado inhabilitando la alarma del banco.

Pedro Pablo Castaño pagó diez años de cárcel. Salió y –meses después- murió en medio de un tiroteo en el centro de Valledupar. Fue baleado en medio de un asalto a una joyería.

El Banco Prendario entabló pleito para recuperar el tesoro enmarañado en medio de  la locura que desató un atraco…casi perfecto.

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