Hace 42 años la violencia convirtió en
infierno un viaje por carretera
Una banda de piratas de tierra asaltó un bus
cerca de Pueblo Nuevo y masacró a los pasajeros. Un PolicÃa los enfrentó y
murió, pero dejó las pistas para acabar con esta banda.
Por William Ahumada Maury
Con la camioneta aun en movimiento el
teniente Roger Caicedo saltó del platón y se deslizó tras unas materas mientras
gritaba consignas de protección, motivando a sus hombres a rodear la hermosa
casona. Montó su pistola y ordenó a la tropa esperar, a ver que salÃa de ese
procedimiento en la Finca El Plebiscito.
Eran las cinco de la mañana de ese
miércoles 30 de mayo de 1978.
Los perros estaban enloquecidos.
Jadeaban con rabia y daban vueltas alrededor de los troncos a los que estaban
atados. Veinte hombres de la PolicÃa respondÃan las órdenes del joven oficial
con frases cortas y emotiva abnegación. Estaban agotados, tenÃan los uniformes
untados de barro y empapados en sudor.
ProducÃan un ruido sobrecogedor al
pisar con fuerza la tierra aplanada de los
alrededores de la casona mientras montaban sus carabinas. HacÃa cinco
dÃas ese pelotón no descansaba, y parecÃa que esa opción no era posible
mientras Wencel Pacheco Campo, alias “El Gringo” estuviese en fuga.
Una mujer de edad avanzada, vestida
con ropa de dormir de seda importada, salió horrorizada de la casona y corrió
por entre una inmensa bandada de patos.
-Allá está. Se metió al cuarto de mis
nietos. Ese hombre está como loco- advirtió la anciana a los policÃas antes de
caer bajo un suboficial que le saltó encima para protegerla.
El teniente verificó con sus ojillos
verdes que todos sus hombres estuvieran estratégicamente ubicados y comenzó a
intentar comunicarse a gritos con el “gringo”, para motivarlo a que se
entregara. Hasta los patos dejaron de graznar para dejar al oficial realizar su
trabajo.
El teniente Caicedo no habÃa terminado
la primera frase cuando se escuchó un tropel en la parte trasera de la casa.
Uno de los policÃas disparó su carabina y el bandido respondió con su pistola.
“El gringo” habÃa saltado por una ventana que da al patio y corrÃa saltando las
cercas de madera de unas porquerizas.
Todos los policÃas salieron de sus
trincheras gritando y disparando. La anciana con la bata de dormir se desmayó.
Todos los policÃas corrieron tras el hombre de la camisa azul desabrochada que
parecÃa una exhalación volando a ras de grama por un descampado de la finca
ubicada a pocos kilómetros del municipio de Santa Ana, Magdalena.
Ahora los policÃas que seguÃan al
peligroso bandido podÃan verlo. PodÃan verlo por primera vez en dos semanas.
Era ágil, de elevada estatura, trigueño, con corte de cabello ceñido, de cuerpo
macizo y estaba descalzo. El horror lo convertÃa en un peligro andante, porque
estaba fuertemente armado…y “el gringo” sabÃa para qué estaba hecha su pistola
45.
Intentó ganar toda la distancia que pudo
hasta que llegó a un inmenso árbol de mango que se levantaba solitario en un
playón cubierto de fina grama a 150 metros de la casona. Se subió por una
robusta arqueta que partÃa el tronco principal en dos, y se ocultó entre unos
gajos colgantes de mangos. Jadeaba, como una fiera acorralada. Los policÃas
rodearon el árbol a prudente distancia se tiraron sobre el césped recientemente
podado, apuntando con sus carabinas hacÃa lo alto del árbol.
Los uniformados apenas se parapetaban
bajo el sol naciente cuando fueron alertados por un movimiento brusco entre las
ramas del mango. Fue como una corta
lucha Ãntima entre el espeso follaje del milenario árbol. Luego todo quedó en silencio. La tropa se
acercó al árbol para ser testigos de un horroroso espectáculo: Wencel Antonio
Pacheco Campo, alÃas “el gringo”, de 29 años de edad, uno de los autores de la
masacre del bus número 42, pataleaba
colgado a once metros de la tierra. Prefirió ahorcarse, colgándose con su
camisa antes de caer en manos del teniente Caicedo, el oficial que le habÃa
respirado en la nuca las dos últimas semanas.
El ruido electrónico del radio
portátil activado por el teniente Caicedo rompió el instante de silencio de los
policÃas, que miraban perplejos el cuerpo colgado del bandido.
-Mi coronel, buenos dÃas. Dios y
Patria…para comunicarle que alias “El Gringo” está muerto. Lo ubicamos acá en
la finca El Plebiscito y se suicidó mi coronel. ¡Se ahorcó durante la
persecución!- reportó el voluntarioso oficial.
La historia que terminó ese miércoles
30 de mayo marcó el final de uno de los
episodios más horrorosos que ha vivido la Costa Atlántica en toda su historia
criminal. Wencel Pacheco, alias “El Gringo”, era el cabecilla de una banda de
asaltantes integrado por miembros de su familia. Entre hermanos, primos,
cuñados y compadres integraron una banda que era el terror en los campos del
Atlántico, el Cesar, la Guajira y el Magdalena.
Estaba en pleno apogeo la bonanza de
marimbera y los “ajà molÃo” –asà se dio a conocer la organización delictiva en sus
incursiones- decidieron no hacer parte de los grupos de campesinos que subÃan
por temporadas a la sierra Nevada de Santa Marta a sembrar marihuana –que se
pagaba en fajos de dólares- y tomaron el camino más fácil: ganarse el dinero
derramando sangre inocente.
Asaltaban fincas, asaltaban vehÃculos,
violaban a las muchachas y mataban a voluntad. “Cuando hallaban a una muchacha
bonita en sus asaltos, se la llevaban a sus guaridas y la sometÃan por meses.
Después que la violaban y la convertÃan en sus sirvientas…las mataban”, relató después el oficial Caicedo,
ya convertido en coronel de la PolicÃa.
Era tan aplastante el temor que
infundÃan, que las carreteras de la Costa se paralizaban tan pronto caÃa la
noche. Los hacendados manejaban sus propiedades a distancia. Los saqueos y las
masacres eran tema de amplia cobertura en los diarios de la Costa. Esta era
tierra de nadie.
DÃas antes, el martes 16 de mayo Jorge
López Buelvas, un agente de la PolicÃa de 26 años de edad, le confesó a su
superior que no habÃa podido conciliar el sueño. Estaba asignado a la estación
del municipio de Chimichagua, en el Cesar hacÃa un año y siete meses. Él habÃa
acordado que su mujer viajara a Barranquilla a comprar unos útiles académicos
que su hijo necesitaba. El chico estudiaba en Manizales, al cuidado de su
abuela paterna, y necesitaba urgentemente ponerse al dÃa con sus tareas
escolares.
Jorge Eliecer, un hombre blanco,
corpulento extremadamente serio y de poco hablar, no podÃa dormir pensando en
el riesgo que iba a correr su esposa por la escandalosa inseguridad en las
carreteras. Era un policÃa abnegado y conocÃa al dedillo los riesgos que
corrÃan los viajeros…y más si el viaje seria por la noche.
Por eso, solicitó permiso y decidió
acompañar a Irma, su mujer, de 24 años. ContarÃa después Irma que ellos nunca
supieron por qué programaron ese viaje por la noche; y el despacho programado
para las ocho de la noche salió pasadas las once, de la estación de El Banco,
Magdalena. Era el bus número 42 de la Cooperativa de Transportadores del Cesar
y La Guajira, Cootracegua; llevaba cupo completo y debÃa llegar a Barranquilla
pasadas las siete de la mañana.
Tan pronto el bus salió de El Banco
las luces internas se apagaron y minutos después comenzó el recital de
ronquidos, bufidos, silbidos y resoplidos de algunos pasajeros, para quienes
–obviamente- el temor por los salteadores de las vÃas, no les quitaba el sueño.
El conductor hablaba animadamente con su joven ayudante mientras escuchaban las
tonadas nostálgicas de un vallenato que brotaba del equipo de radio.
Repentinamente los frenos del bus
resoplaron. El vehÃculo se detuvo en la vÃa y lo abordaron siete individuos que
agradecieron al conductor: “Nos bajamos allà en la Cantinita”, habrÃa dicho uno
de ellos.
Esto despertó a Jorge Eliecer quien
iba adormitado. Él y su mujer habÃan escogido las sillas del tercer renglón en
la fila de la izquierda. Irma Rojas, dormÃa profundamente recostada en su pecho
del PolicÃa, con la cartera anudada entre sus brazos. Con la frenada ella
despertó. “Jorge vio a los tipos sospechosos. VestÃan de negro, tenÃan mochilas
y gorras y hablaban con su cantado Guajiro. Les tocó ir de pies porque no habÃa
puestos disponibles”, dijo ella mucho después a la prensa.
Poco después el cobrador del bus saltó
sonriente de su cubÃculo y llegó al grupo de desconocidos que recién habÃa
abordado el bus. “Les cobró de manera decente los pasajes, porque se suponÃa
que los tipos se bajarÃan pronto. A los desconocidos no les agrado y se
exaltaron y lo abofetearon. Dijeron que ellos no se iban a bajar y pagaban
cuando llegaran a “La Cantinita”. Entonces el joven cobrador le pidió al
conductor que detuviera el bus porque los tipos tenÃan que bajarse. Ciertamente
el joven sabÃa que los tipos no eran confiables”, recordó la mujer.
Cuatro de los salteadores –en medio de
la discusión- se apartaron un poco del cobrador, sacaron sus armas y comenzaron
a dispararle de manera inmisericorde. En medio de la oscuridad del interior del
bus, sólo se veÃan los chispazos de las detonaciones. TodavÃa el joven cobrador
se retorcÃa agarrado de una de las sillas, adolorido por los impactos, cuando
se escucharon otras detonaciones. Uno de los pasajeros, Jorge Eliecer López
Buelvas, estaba ahora de pies a pocos metros del grupo de bandidos disparando
su arma personal contra ellos. Uno de los delincuentes cayó fulminado cerca al
cuerpo del cobrador, pero el resto de bandidos se volvió contra el joven
policÃa y lo rociaron a balazos. Jorge Eliecer se desplomó muerto sobre los
brazos de su mujer. Ella también habÃa sido impactada en la cabeza, un hombro y
los brazos. Para fortuna de ella, la herida de su cabeza fue superficial, pero
ella fingió estar muerta.
El bus se habÃa detenido. En el
interior del vehÃculo el humo de las detonaciones se hizo espeso. El olor a
pólvora mezclado con el olor de la sangre y los gritos de los pasajeros
arrugaban el alma.
Entonces uno de los asaltantes rodeó
el cuello del conductor con su brazo izquierdo, le puso el cañón de su arma con
la mano derecha y le ordenó seguir la marcha. Nadie habÃa advertido que ya
habÃa tres cadáveres dentro del bus. Era ya casi la medianoche.
El bandolero hizo que el conductor
metiera el bus en una trocha kilómetro y medio y allà comenzó otro calvario.
Los bandidos ordenaron a los sobrevivientes bajar del bus con las manos en
alto. Estaban a siete kilómetros de Pueblo Nuevo. Un hombre septuagenario, con
las piernas casi inmovilizadas por la artritis y el miedo, vaciló tembloroso al
bajar y fue acribillado por los asaltantes sobre el estribo del bus. Bajó dando
tumbos, muerto.
Uno de los delincuentes se quedó en el
interior del vehÃculo rebuscando entre las maletas y los bolsos y gritó a su
jefe:
–Gringo…Gringo, Raúl está muerto. ¡Este tipo
que matamos lo mató! -
-“Todos bajan rapidito. Todo el mundo
se acuesta boca-abajo hijueputa.- ordenó furioso el “gringo” quien parecÃa ser
el jefe de la banda.
Irma estaba consiente aún bajo el
cuerpo de su marido, y escuchó al asaltante preguntar por ella, entonces… se
quedó quieta. Afuera los pasajeros eran ultrajados, mientras los tiraban
boca-abajo y los despojaban de sus ropas. Entonces se escuchó un grito
terrorÃfico.
-¡…Gringo el tipo que mató a Raúl era
PolicÃa, acá tengo su carnet. El tipo venÃa con la mujer porque tengo la
cartera de ella!- se escuchó desde la parte trasera del bus. Entonces estalló
el infierno:
-¡Vamos a matar a todas las mujeres
hasta que aparezca la hijueputa mujer de este sapo. Todas las mujeres
boca-abajo.
- Y remató: -¡Voy a contar hasta tres
y comenzamos el balineo!-
Uno de los “piratas de tierra”, bajó
con el conductor del bus agarrado por la camisa, lo hizo arrodillar, y sin
importarle su llanto, lo mató a tiros. Era un hombre obeso y de sonrisa
permanente, que tenÃa la foto enmarcada de su mujer y sus cuatro hijos sobre el
tablero de su bus todo el tiempo.
Las mujeres fueron lanzadas a sobre la
hierba y comenzaron a escucharse los disparos. Inesperadamente otro disparo se
escuchó de entre un grupo de personas
que estaban tiradas cerca de las ruedas traseras izquierdas del bus. Era Irma,
habÃa tomado el arma de su asesinado esposo y disparó al grupo de bandidos. Los
delincuentes se escondieron. Ella dijo estar segura de haber impactado a uno de
los piratas en la espalda. Llenos de ira los “ajà molÃo” dispararon sin cesar
sobre los cuerpos de los pasajeros tendidos en el monte.
Sólo el sonido cercano de la sirena de
una ambulancia, puso en fuga a los salteadores. Luego…sólo se escuchaban el
llanto de los heridos. Uno de los pasajeros, un joven de quince años, habÃa escapado
entre la maleza y llegó a la carretera.
-Hizo señas a la ambulancia antes de
caer sin sentido- dirÃa después un agente del F-2 de la PolicÃa.
La ambulancia, perteneciente a la
petrolera Antex OÃl Company entró a la
escena y llevó quince personas heridas –en dos viajes- al hospital de Pueblo
Nuevo. En los alrededores y dentro del bus, quedaron diez cadáveres. La PolicÃa
y el Ejército movilizaron sus aeronaves para evacuar los heridos graves a
Barranquilla.
Rato después el coronel Jesús David
Duarte Contreras, comandante de la PolicÃa del Magdalena, estrelló su bolÃgrafo
contra el escritorio al escuchar el reporte de sus hombres en la escena de los
hechos. Este hombre, habÃa sido comisionado especialmente para enfrentar a las
bandas de asaltantes que tenÃan sitiadas las fincas y las carreteras de la
Costa.
-Mi coronel una mujer herida nos dice
que un policÃa que iba de civil murió, pero alcanzó a dar de baja a uno de los
bandidos- le informó a su jefe por radio el teniente Caicedo.
-Rápido…que el F-2 haga un
perfilamiento del bandido muerto. Necesito ese reporte en una hora- ordenó el
oficial.
Y el reporte llegó rápido. El
delincuente muerto era Raúl Ribón Rivera, alias “El Chivo”, con antecedentes
por piraterÃa, homicidio y porte de armas. PertenecÃa a la banda los “ajÃ
molÃo”, una sanguinaria organización que dejaba huellas de sangre y dolor en
cada una de sus incursiones armadas. Con la carpeta, las fotografÃas y los
antecedentes de todos los miembros de la banda, se inició la persecución.
Al salir el sol, -el jueves 18 de
mayo- miembros del F-2 rodeaban en una camilla del Hospital de El banco a
Hernán Jiménez Rivera, alias “el iguano”, de 32 años, el delincuente que habÃa
sido herido en la espalda por una de las pasajeras del bus. Este individuo confesó
todo. Estaba temeroso de morir.
Después de la masacre los asaltantes
llegaban a las fincas y robaban especialmente los caballos, para huir. Uno por
uno fueron cayendo en poder de la PolicÃa. Germán Ribón Anaya, hermano de Raúl,
el bandido muerto por el policÃa dentro del bus, se convirtió en informante y
reveló detalles de otros treinta muertos de manos de esta banda. Fueron
detenidos Wenceslao Pacheco Campo, alias “el chirrÃa”, hermano de “el gringo”,
Juan Francisco Cardona MartÃnez, alias “cachaco”, Hernán Jiménez Rivera, quien
llegó herido al hospital de El banco un dÃa después de la masacre y Héctor
Cascón Sierra. PermanecÃa en fuga Wencel Antonia Pacheco Campo, alias “el
gringo”, considerado el espÃritu sanguinario de la banda.
El comando de PolicÃa del Magdalena
envió a lo mejor de sus hombres a esta delicada misión. Doce dÃas después del
hecho, sólo permanecÃa en fuga Wencel Pacheco Campo, alias “el gringo”, un
hombre que habÃa recibido adiestramiento militar y sabÃa cómo sobrevivir en
fuga. Pero este sujeto no contó con la tenacidad de los veinte hombres al mando
del teniente Roger Caicedo, quien le prometió al coronel Jesús David Duarte que
se lo entregarÃa vivo o muerto.
En esta fatÃdica noche de mayo de
1978, murieron: Luis Yépez Barros, el conductor del bus número 42, Robinson
Pitre, de 21 años, el ayudante, Luis Rincón Reyes, pasajero, Rafael Camilo
Baquero, pasajero, Jorge Eliecer López, el héroe de la PolicÃa, Reynaldo Torres
Mattos, pasajero, Noris Esther Daza Moreno, Diluvina Fuentes Linares, una mujer
que no fue identificada por mucho tiempo y el asaltante Raúl Ribón Rivera.
Y Wencel corrió…corrió como una liebre
pero sus fuerzas no le alcanzaron para huir del largo brazo de la ley. Y
prometió lo que le habÃa dicho a sus hombres en las parrandas…primero muerto
que en manos de la PolicÃa.
Ahora, 42 años después, muchos
recuerdan como una pesadilla aquella noche de terror que se vivió en el bus
número 42…
Excelente relato que te hace recorrer cada instante de la historia. Excelente nota... felicitaciones 🎙🎙
ResponderBorrarMuy bonita historia me encanto los felicito bendiciinea
ResponderBorrarexcelente, el mejor cronista y periodista de crónica roja que he conocido...bien Willy
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